Esta época se está condenando a los seres humanos al éxito. Sin embargo, no estamos preparados para ello, o no sabemos aún qué es el éxito, o para qué sirve este.
Dentro del imaginario colectivo, apadrinado por el manejo que se ha ido hilando a través del empleo de las redes sociales, las cuales están plagadas de posverdad, el éxito se ha consolidado en un asunto de la supremacía del dinero.
Quizá se trata del momento en que el materialismo y el desarrollo de la tecnología han hecho que el costo de vida sea más elevado para las sociedades en la era digital, dentro de la globalización.
Ello ha traído como consecuencia la paradoja de que cuando más facilidades tiene el ser humano para prevenir o resolver cualquier momento de verdad que se le presente a nivel personal o estructural, se encuentre más vulnerable en lo que tiene que ver con su seguridad física y emocional.
Así mismo, se ha consolidado en el imaginario colectivo de que para conseguir un nivel de vida socioeconómico que permita sostener los costos que plantea esta era se ha de pasar a toda costa por la academia con tal de obtener títulos que le permitan a una persona acceder a mejores salarios y seguridades laborales.
Ello ha dado cuenta de cómo la generación de los universitarios o de los técnicos se ha aferrado a la idea de que dicho mecanismo no solo da frutos, sino que entrega una estabilidad financiera que no tuvieron sus padres o que será igual o mejor que la de estos.
Sin embargo, la realidad es otra. Si bien todo estaba pensado para que el éxito apareciera una vez culminaran los estudios, los cuales garantizarían trabajo y con ello la posibilidad de iniciar una carrera económica que brindara solidez financiera y bienestar socioeconómico, sin tener que trabajar mucho y sobre todo trabajando en algo que se eligió por gusto, la sorpresa es considerable.
Quien consigue trabajo se tiene que dar por bien servido. Una vez en el mundo laboral tiene que defenderse, por selección natural, de las otras especies de compañeros depredadores que desean hacer poco y vivir de la apariencia, o del sometimiento al que se le intenta infundir.
Las realidades salariales, aunque lleguen a ser atractivas, no dan para sostener los niveles de vida que traza la sociedad de consumo.
Ello impone el imperativo categórico del endeudamiento forzado, hecho que desemboca en la sobrecarga laboral que posibilita pagos parciales de las deudas y el agónico manejo presupuestal para intentar llegar a fin de mes.
Lo real de este momento de la humanidad se ha develado en aneurismas, infartos o suicidios, dado que el éxito anhelado ha confluido en la frustración para la cual no se ha preparado esta generación, la cual piensa que al no colmar las expectativas que plantea el imaginario social, antes de empezar a madurar, ya se ha fracasado.