Esa es la razón por la cual en la escuela la historia de Colombia distará siempre de la realidad de los acontecimientos vividos, o mejor, contados desde el pensamiento de quien tiene el dominio social, político y económico. De esta manera, siempre viviremos creyendo que conocemos los hechos de nuestro pasado, cosa que realmente no es cierta.
No, esa célebre frase no es pensamiento de la televisión colombiana como el común de la gente lo puede creer. Desde tiempos inmemoriales, se conoce su atribución, al emperador francés Napoleón Bonaparte. Otros la atribuyen al filósofo alemán Karl o Carlos Marx para nosotros. Terceros, la asignan a Winston Churchill, quien fuera primer ministro del Reino Unido durante el segundo conflicto bélico mundial y también se le confiere a otros grandes personajes de la historia. Finalmente otorgada al poeta español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y Borrás.
Ésta expresión ampliamente difundida, condenan al desnudo a los pueblos que ignoran su historia. Que no saben de su pasado. Que desconocen los hechos causantes de las alteraciones a la convivencia y a La Paz. Que no conocen de aquellos sucesos que los han sumido en la ignominia, la desgracia y el abandono por los siglos de los siglos... como sociedades condenadas a vivir doscientos años de soledad y miseria y que además verán repetir esos mismos acontecimientos una y otra vez.
Esa frase, hoy día da la bienvenida a quienes visitan los campos de concentración de la Alemania nazi en Auschwitz. El mayor complejo de barbarie y exterminio de la población judía en territorio polaco, ocupado por los de la insignia esvástica, durante la segunda guerra mundial. Para recordarle al mundo que aquellas sociedades que ignoran su pasado, vivirán un presente igual y su futuro, estará marcado por los mismos errores que han sido ventajas de quienes desfiguran la historia. Contando verdades a medias o mentiras disfrazadas de verdades que les permitan seguir disfrutando de la ignorancia y el letargo, en que mantienen sumidos a aquellos que no han podido pensar por sí mismos. Porque viven atrapados en dogmas, resultado del pensamiento de otros.
Desafortunadamente los seres humanos somos así; nos han inculcado tan profundo pensar por lo que dicen y hacen otros, que el ruido de esas opiniones ajenas obstaculiza nuestra propia capacidad de pensamiento. No leemos, ni investigamos a pesar de contar con las herramientas precisas y a la mano. Años antes que Cristo llegará a salvar este mundo y fracasara, Marco Tulio Cicerón el filósofo y escritor romano, considerado el gran maestro del habla y el pensamiento. Nos había puesto de presente que si ignorábamos lo que había ocurrido antes de que naciéramos, siempre viviríamos como niños, cometiendo una y otra vez, los mismos errores y acatando las órdenes de lo que deberíamos hacer, mientras se nos prohibiría todo lo que le fuese contrario.
La estrategia que se ha utilizado para la formación del individuo, desde que naciera la escuela. Ha sido enseñarle una historia amañada, mediante la fabricación de hechos como supuestas verdades, que desfiguran la realidad del pasado, para que el presente sea igual y el futuro; la repetición de una historia como si fuera la primera vez.
En Colombia, durante el gobierno de un personaje que quiso manejar la el país a punta de poesía y, por ese pensamiento político de preservar en la oscuridad las actuaciones de barbarie y desolación —aún a pesar que no era el pasado real el que se contaba— la historia de Colombia empezó a dejar de ser asignatura independiente en el plan de estudios para educación básica primaria y secundaria y quedó relegada a voluntad de algunas instituciones. Finalmente fue sepultada en el subsiguiente gobierno, aquel que heredará las banderas de quien pudo ser un excelente mandatario, pero; que no logro superar los avatares de la violencia de entonces. Pensamiento que su encargado hiciera trizas con un mandato exiguo, casi ausente.
De la misma manera nos arrebataron la Instrucción Cívica y como consecuencia, nos atropelló el Bullying, acoso escolar que finalmente obligó a crear una Ley para contrarrestarlo. Con la desaparición de la urbanidad, —ojo no hablamos de aquella elitista de Carreño— y de los Principios y Valores, perdimos la guía del comportamiento en sociedad. También eliminaron la Educación Física y la obesidad se convirtió en un problema de salud pública y peor aún; con el adiós la historia, las leyes pudieron seguir haciendo por encargo, como si nunca hubiese ocurrido algo así.
Afortunadamente veinte y tres años después esta asignatura regresó a clases, cuando el gobierno de los acuerdos de paz, volvió a instituirla como una cátedra obligatoria e independiente en todas las instituciones de educación del país. Solo faltaron dos cosas importantes en esa Ley: primero; que se exigiera la enseñanza de la verdad y solo la verdad de los hechos ocurridos en Colombia desde antes de sus inicios de instancias republicana, cuando aparecieron los primeros brotes de corrupción. Y segundo; que se evitará continuar con el absurdo pensamiento que la formación de la persona y el alcance de su conocimiento, están determinados por la calificación del aprendizaje. Es decir: una nota, que se nota, notoriamente contraproducente.
Contrario a lo que pensara mi General Santander, no serán las leyes las que nos harán libres, si no la ¡verdad!
