En el viento de la pandemia viene enredado el espionaje en el espacio cibernético. Y con él el recuerdo de la maestra, que en aquellos tiempos de la escuela elemental, decía: “Dios lo ve todo”. Cuestión que me aterraba, pues para entonces pensaba que hay actos que solo yo puedo conocer. Pero cuando se hace visible una vez más la militarización del espacio cibernético me viene a la memoria, la escuela y la primera comunión. Me estremecía, días antes, el confesionario, y la obligación de exteriorizar mis omisiones a las reglas del decálogo.
Me impresionaba la proposición: “la divinidad lo sabe todo”. En el fondo de mí: “si Dios lo sabe todo, ¿para qué me confieso” y "¿por qué la deidad tenía que espiarme?". Hice la primera comunión, desde entonces estoy condenado pues yo no conté todo.
Hoy con el paso de los cambios tecnológicos de la radio, la televisión, de la máquina de escribir al computador y el internet me llama la atención el saber que cuando me comunico a través del e-mail, o del celular mi conversación es interceptada por la inteligencia militar. Me viene la imagen del panóptico al saber que me escuchan los fisgones. Me aterra imaginar que el mundo privado ha dejado de serlo pues se ha militarizado el espacio ciudadano, dado que, se encuentra en el ojo y oído del panóptico. De esta manera, las enlaces, con el entorno más íntimo que viajan por internet y el celular, que considero privados, no son más que un artilugio, pues se encuentran interceptada y que mis coloquios no van al olvido.
Y no deja de aterrarme el tiempo escolar, cuando era ingenuo y no me había vuelto malicioso, pues creía todo lo que se decía. Por ejemplo, el día del juicio final. Me encontraría ante el juez insobornable, no con la Corte Suprema. Comenzaría entonces, que sin que yo lo pidiese, la proyección de la película de mi existencia. Y al mismo tiempo, consideraba pavoroso que se conociesen, por no sé quién o quienes, los distintos momentos de mi vida. Entonces vendría a mí el darme cuenta de los olvidos, aquello que ya había borrado mi historia. Me sentiría extraño porque de esto y de aquello que me mostraba la cinta no existían los menores rastros en mi memoria, mucho más en esta atmósfera donde existe la peste del olvido. Y mirado desde la distancia, devolverme al momento de este presente donde existe la técnica, el hosting de mis propios datos, codificados, confiados proveedores afines que brindan servicios de asistencia y codificación, etc. Pero me gustaría tener un software libre, una potente criptografía (la técnica destinada a alterar las representaciones lingüísticas de mis mensajes con el fin de hacerlos ininteligibles a receptores no autorizados). Por lo tanto, mi vida privada que solo sea conocida con quien hablo, que no exista ni ese dios del panóptico ni la inteligencia militar que de manera no ética y arbitraria violan mi privacidad.