No quiero escribir específicamente de política porque sé muy bien que la mayoría estamos hasta la coronilla de este tema, de la polarización en la que hemos caído y que hasta en las reuniones familiares o de amigos se han convertido en un mar de ofensas.
Así mismo, las redes sociales, que por demás fueron creadas para comunicarnos mejor, se han convertido en un tira y afloje de opiniones encontradas de palabras salidas de tono cuando mi pensamiento es diferente al del otro, de cuentas creadas, solo para denigrar de los demás y a veces hasta estimular el odio.
Las noticias falsas de parte y parte y el pánico crecen como espuma, lo cual alimenta aún más la controversia y la zozobra de lo que sucederá en nuestro país si llegara la izquierda a la presidencia, pues a la gente que con esfuerzos, préstamos e hipotecas han comprado sus propiedades para tener algo de renta en un país donde difícilmente se pueden pensionar para vivir bien, le podrían ser expropiadas como sucedió en el vecino país.
También debo decir que nunca antes en mi vida había sentido tanto desasosiego por no tener la certeza de lo que viene realmente para mi Colombia. Seguramente, si supiera la respuesta no tendría un nudo en la garganta y tomaría grandes decisiones hoy como ser humano, como mamá, o como empresaria, que me permitieran no tenerme que arrepentir el día de mañana.
Al principio mi decir era que los que estaban a mi alrededor estaban locos o quizás demasiado pesimistas, pero cada día más siento que me pisa los talones ese mismo pensamiento y ahora veo un país con un gran signo de interrogación, pues nuestra economía cada vez se ha visto más afectada, el dinero no alcanza y las grandes marcas empezaron a recortar los contratos, en tiempo y dinero, pues la incertidumbre electoral toca a sus puertas.
Esto se convierte en un efecto dominó, afectando a los pequeños empresarios teniendo que contratar cada vez menos gente con menos estabilidad laboral. Si a esto le sumamos la gran cantidad de venezolanos en muchas ocasiones profesionales, que han llegado a nuestro país a sumar las cifras de desempleo, a ofrecer su trabajo por menor valor de la mano de obra colombiana, pues tenemos otro tanto para alarmarnos, porque son personas igualmente capaces que pueden hacer caer en la tentación a quienes desean contratar de acuerdo al panorama de la economía que hoy vive Colombia.
Aunque han disminuido los militares fallecidos en combate, pienso que la guerra continua; el Eln con su negocio y sus atentados, además del terrorismo y los muertos que nos duelen y nos toca poner, sigue abriendo una gran brecha en las finanzas del país, pues ¿cuánto le cuesta al estado, que somos todos, volver a reparar cada daño físico, humano y económico que hacen?, sin contar con el crecimiento del narcotráfico y los grupos delincuenciales organizados y armados hasta los dientes. Lo cierto es que nos tocará pagar a nosotros a través de impuestos cada vez más altos que nos ahogan… Colombia no está nada bien y no se ve claro el camino por el que tenemos que seguir, ¿a qué hora nos ahogamos tanto?.
Me duele mi patria y lo que más quisiera es seguir aportando un granito de arena para que entre todos podamos reconstruir el daño que ya está hecho, pero tengo un nudo en la garganta que no me permite hacerlo, pues la supervivencia hace que piense en mil soluciones posibles, pero ninguna es certera y mucho menos al pensar que podríamos ser la siguiente Venezuela, cada vez menos empleo, menos dinero para cubrir los gastos básicos mensuales, una economía sobredimensionada y sobre todo perder los sueños como mujer, como familia y como pequeña empresaria.
Si la comunicación que es mi profesión, sirve para mejorar las relaciones y el optimismo, estoy decidida a aportarlo todo, de lo contrario y como hacía cuando terminaba de editar un programa: “apague y vámonos, no hay nada más que hacer”.
