Con tanta visceralidad, necesito un psicólogo para poder votar

Con tanta visceralidad, necesito un psicólogo para poder votar

La política en Colombia se ha vuelto cuestión de locos e ir en estos tiempos a las urnas se ha convertido en un asunto complejo

Por: David Fernández
marzo 05, 2018
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Con tanta visceralidad, necesito un psicólogo para poder votar

Estoy buscando con urgencia un psicólogo político, un terapeuta o un coach con experticia en elecciones colombianas que me ayude a votar con sabiduría; pero cuando los encuentro están comprometidos con el castrochavismo, con la derecha y con el gelatinoso grupo de los del centro. Me insisten que sus convicciones políticas son incompatibles con su trabajo profesional. No les creo. Todos tienen en sus carros calcomanías adhesivas de sus candidatos predilectos. Entonces, acudo a profesionales graduados en ciencias políticas, pero me meten en laberintos ideológicos que nada tienen que ver con mis necesidades. Al final, alguien me recomienda que vaya donde un psiquiatra porque la política en Colombia se ha vuelto cuestión de locos, pero el que me recomiendan está comprometido con el “cartel de los locos” en la Gobernación de Sucre.

Se apodera de mí la ansiedad al saber que faltan pocos días para las elecciones y todavía sigo en la franja de los que no saben o no responden. Me seduce el voto en blanco, pero no hay líderes al frente de esta opción que me ilustren al respecto. Nadie habla con nadie y el secretismo de esta secta electoral se parece a la que maneja la organización de los Alcohólicos Anónimos.

Se me ocurre la idea de ver a través de YouTube todos los debates de los candidatos, pero percibo que hay mayor protagonismo de los entrevistadores y show corporativo de las organizaciones que convocan los debates. Me inclino por las encuestas, pero me parecen sospechosas: el que iba de primero (Vargas Lleras) ahora es cuarto; el que no estaba dentro de los tres primeros lugares (Iván Duque) ahora está de primero; el que logró que las Farc ( Humberto de la Calle) no siguieran matando va de quinto y tiende a la baja; Colombia, un país católico y de corazón conservador, le da la espalda a Alejandro Ordóñez, que va a misa todos los domingos, tiene escapulario y reza de espaldas en latín; a una persona decente como Fajardo lo pusieron de primero en las encuestas y ahora está de tercero, y parece que va por el mismo camino de la ola verde de Mockus en las elecciones pasadas; a Petro no se le recuerda por haber hecho una mejor Bogotá, pero está metido en la primera vuelta. Concluyo, entonces, que las encuestas o son manipuladas, obedecen a estados de ánimo o reflejan la bipolaridad política de la sociedad colombiana. Se me ocurre la idea de votar por Timochenko, pero los archivos de mi memoria histórica me pasan factura y me exhiben delitos de lesa humanidad que no han sido castigados. Trato de ir a las manifestaciones, pero es un riesgo: hay saboteadores profesionales e indignados de buena fe que con huevos e insultos ponen a correr a los candidatos y les cancelan sus reuniones.

Votar en Colombia o en cualquier país en estos tiempos se ha convertido en un asunto complejo. Visceral. Casi como de “patria o muerte”, como pregonan los comunistas cubanos. “Ahora o nunca” decía el eslogan de Luis Carlos Galán a finales de los 80. “A la carga” gritaba Gaitán. Siempre estamos como al borde del precipicio.

Ya no votamos para respaldar a un candidato sino para atajar al contrario. Solo mi candidato es el bueno y los demás son los malos. Por consiguiente mis simpatías políticas son una afrenta para muchos que no piensan como yo. Y el que no vote por el mío va por el camino incorrecto. Le doy like y comparto un video, una noticia falsa o un comentario que ridiculiza al candidato que no me gusta. Esa lógica ha contaminado nuestra vocación democrática. Aunque hay algunos que consideran que la pasión contribuye a la participación y a reducir la abstención. Mejor dicho: el fin justifica los medios. Eso hace que la emoción esté por encima de la reflexión y el insulto por encima del argumento.

Antonio Navarro Wolf, recién salido del monte, pronunció un discurso en los años 90 diciendo, palabras mas palabras menos, que las elecciones en Barranquilla se parecían a la películas de vaqueros cuando los buenos se enfrentaban contra los malos. Pues bien, salió elegido el “bueno” que el promovió (cura Hoyos) y este terminó siendo más malo que los malos que señalaba el hoy senador Navarro.

En la universidad, por ejemplo, que debe ser un centro de pensamiento y pluralismo, donde no se debe aceptar ningún tipo de ofensa o matoneo, fuimos tolerantes con algunas conductas que merecían ser reprobadas. Se confundió la irreverencia intelectual estudiantil con los gritos para no permitir que candidatos que no eran afectos a la audiencia universitaria no pusieran un pie en la universidad. Lo hizo primero la universidad pública y luego la universidad privada. A los mamertos les pareció gracioso sabotear a la derecha, ahora la derecha y otros aliados lo hacen contra la izquierda. Eso pasa cuando no ejercemos desde la familia, la escuela y la universidad, el rol de enseñar valores y respeto.

Votemos con la razón. Sí hay buenos candidatos.

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