En su comunidad lo querían. Era adulto mayor y, como es previsible, enfrentaba los achaques que se derivan del paso de los años, y en el caso específico de don Rafael, las pésimas condiciones por la pobreza, la mala alimentación y jornadas de trabajo de hasta doce horas.
Su vida transcurrió en Río Quito, población distante 250 kilómetros de Quibdó, en el noroeste chocoano.
Conoció la capital, no por asuntos de turismo o visitar un familiar, sino porque en su tierra no podían atenderlo. Después de varias horas, tirado en un andén frente a la EPS Funvida, murió arropado con una sábana y una pequeña bala de oxígeno. Lo más doloroso es que sus allegados no tenían recursos para enterrarlo siquiera. Los hechos ocurrieron el 12 de junio del 2020.
En Pereira, un habitante de calle falleció en una camilla, esperando recibir atención médica. “Espere su turno”, le decían. Su agonía duró alrededor de cuatro horas en el Hospital Kennedy. Cuando alguien advirtió que no respiraba, se volcaron sobre él médicos y enfermeras. No había nada qué hacer. Irónicamente llevaba una camiseta verde con el Salmo 91. "El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente." Allá, en la eternidad, debe estar mejor que en medio nuestro.
En Cúcuta emprendió el viaje sin retorno, Josefina Osorio, quien sufría de diabetes. Llegó al centro de salud pidiendo atención inmediata. Se la negaron. Murió abrazando un frasco de insulina, que ya no le servía para conservar el aliento de vida.
Los casos documentados son muchos. Llenarían múltiples anaqueles en una bodega. Detrás del mal servicio de las EPS hay muchas historias de dolor.
Así las cosas, la salud en Colombia debe reformarse. Más temprano que tarde. Si no en el gobierno de Petro, en el que viene, porque el sistema como está actualmente, es inviable fiscalmente, y quienes están llevando la peor parte, son los usuarios. Es una reforma urgente.