Cuando juega la Selección Colombia, bien sea en un mundial, en la Copa América, en un partido amistoso o en el escenario que sea, el país se detiene.
Aun cuando algunos no sepan quién es James Rodríguez, Radamel Falcao, Zapata, Roger Martínez o Yerry Mina, todos se sientan frente al televisor o se pegan de la radio. No hay ricos ni pobres, las fronteras políticas se diluyen, los colores de la piel parecen no importar. Todos somos uno.
En cada nuevo gol, el grito que hace vibrar los ventanales, los abrazos que se multiplican aquí y allá, la vuvuzela que suena alegre y el “Vamos carajo, que tú puedes”, que no puede faltar. Y qué decir cuando nuestros compatriotas están muy cerca del arco contrario, y la adrenalina fluye. Está el que se muerde los labios, se come las uñas o se prende del asiento como si con eso pudiera ayudar.
Definitivamente, con la Selección Colombia ganamos todos. El que vende camisetas en la calle. En la mañana, a 30 mil pesos y, cuando se acerca el partido, aumenta el precio. Pero si resultamos eliminados, al día siguiente tres por veinte mil. “Aproveche la ganga para el próximo partido”, grita.
El vendedor de cholados en el Parque Panamericano de Cali con un letrero gigante: “Chúpese el tricolor con hielo y anilina de sabores y no se deje golear por el calor”. La vecina que ofrece el combo futbolero en la vitrina de fritanga: Dos empanadas y un vaso de gaseosa por dos mil pesos.
El que pinta los tres colores en el rostro a un costo módico y el que ofrece banderas nacionales en el semáforo. Ah, y no falta el propietario del motel que, para evitar ausencia de clientes en las habitaciones, ofrece “Tres horas por cincuenta mil pesos en el horario del partido, y métale varios golazos al amor”.
Definitivamente, con los partidos de la Selección Colombia ganamos todos. Ojalá nos uniera más y por un día, al menos, entendamos que no podemos seguir matándonos por ideologías políticas ni generando fronteras por las diferencias religiosas, económicas o culturales, porque, al fin y al cabo, los colombianos somos uno…