Burla burlando, todo parece indicar que la llegada de los marines norteamericanos a Colombia es una estrategia de Trump para dejar cierto poder militar gringo incontaminado susceptible de regresar a su país para sofocar la revuelta interna provocada por el racismo del supremacismo blanco supérstite. Es decir, so pretexto de que Venezuela era un apetitoso manjar, ese genio de America First Again, dispuso la producción estratégica de supuestas inmisiones pero, realmente, se estaba guardando las espaldas. Esto podría ser el trabajo más refinado de un histrión, una burla en plena función dramática: y lo es.
Y es que uno creía que el imperialismo nos quedaba demasiado lejos. ¡Error nauseabundo! Mao dijo que el imperialismo es un tigre de papel; eso ya quedó atrás. El imperialismo tiene su propia e íntima saga de políticos desastrosos y de su ruinosa economía. Es tan contundente como esto: nadie sabía que el imperialismo nos quedaba a vuelta de virus, es decir, nano cerca.
Aplicando la cuántica al tamaño de la política, el imperialismo pasa a ser una banana republic, o mejor, las banana republic pueden ser gobernadas con la misma inoperancia funesta de asesinos en serie solapados con que cabe manejar el imperialismo. Y todo eso a vuelta de virus.
Esto quiere decir que ya el término banana republic dejó de ser peyorativo pues podemos tratar de tú a ti al imperialismo. Y yendo más allá, presagiando la llegada feliz de un nuevo paradigma, nos podemos declarar los inventores de las banana republic. Es un portento cantar a voz en cuello nuestra capacidad de visión geoestratégico y geohistórica. Por lo tanto, la versión de la historia que predominará deberá ser la de los vencedores: nosotros. Es más, podríamos decir que la habíamos estando gabela a los gringos para que se creyeran los que mandaban mientras nosotros nos organizábamos en nuestras propias cuevas.
Hemos inventado una dimensión de república que puede ser manejada por una pequeña mafia de roedores. No se necesita más.
Antes definía el hombre americano como aquel ser que remontando la gélida Europa pasando por el estrecho de Bering, recorrió toda Asia a pie y a pata en un itinerario de 15.000 años hasta poner pie de este lado del mundo: fuimos nuestros aborígenes. Es decir, somos los herederos de aquellos que intuyeron que la Tierra era redonda y vadearon y vadearon hasta que estuvieron por vía terrestre en la parte que se había separado desde la Pangea. Eso hasta que una vía por mar fue posible en la mente de alguien. Lamentablemente, la gente que allá quedó la había cagado en alguna parte de manera que con los que vinieron inventamos lo que ahora es triunfante.
Y ahora hemos triunfado luego de fundar republiquetas de bolsillo. ¡Vencimos!
Por eso, para señalar nuestra conciencia de que al fin nos hemos dado cuenta, añoro una directiva presidencial de algún país sudamericano que se atreva a colocar en la Lista Clinton a los Estados Unidos de América como exportador de mercados de narcotráfico, de dictaduras siniestras o, lo que sería más fidedigno, de Programas Cóndor, predecesores al narcocapitalismo sudamericano predominante.
Y es que parece que la sociedad capitalista no parece haberse dado cuenta que ha acabado con sus peores enemigos. Y ahora están apareciendo solamente sus propios fantasmas. El caso más patético ocurre en los Estados Unidos imperial en este momento que debemos ubicar dentro de su contexto.
Lo diré de manera corta: desaparecido el campo socialista, rota la denominación de procomunista, ahora solo caben las distintas denominaciones que tomarán los protosistemas herederos del capitalismo hegemónico. Y ahí está siendo ya no Troya, sino el Caballo de Troya: habrían infestado de negros su país y ahora lo están pagando. Apenas los supremacistas blancos se están dando cuenta de que sus abuelos les inocularon el germen de su propia destrucción: volverse republiquitas.
Y ahora que el capitalismo se ha infectado de sus propios virus más patéticos: la hiperconcentración oligárquica, es decir, una especie de politburó estalinista procapitalista, la cola de paja del racismo se le está incendiando.
Eso de que Trump añora ser Putin, ¡y viceversa!, no es pura coincidencia.
Estados Unidos actual es la sociedad más oligárquica del mundo y, pudiera decirse, la más antidemocrática per se, aunque la percepción no sea esa. Podría decirse que la oligarquía del 1% está dispersa, de tal manera que cada economía tiene a ese 1% incrustado en quién se lleva la mejor parte. Al lado del churubito del 1% hay un cono de deyección que irriga pequeñas migajas en algunas burguesías de alto pelaje, siguiendo un desiderátum de clases medias cada vez más diferenciadas y separadas por fenómenos de poligénero.
Y entonces la capacidad de succión de esa oligarquía es tremenda. Por ejemplo, la economía colombiana pasó a ser lo que significa la economía de Harlem, un barrio de los Estados Unidos. Es muy improbable que entre nosotros no surjan más que estadistas de barrio o, como Bolsonaro, estadistas de favelas. ¡Triunfantes, eso si!
Estados Unidos la republiqueta imperialista supuestamente tiene una prensa democrática hasta que se sabe quiénes dentro de ese margen del 1% superoligárquico están detentando su manipulación económica. Hacen montones de dinero con un histrión al mando. Y si ese histrión no es capaz de manejar la revuelta, le sacan ganancias a manejar la revuelta. ¡Reconcentran!
Y entonces ahora es manifiesto que Trump esté diciendo que la revuelta está siendo tomada… ¿por quién estará siendo tomada?, ¿qué dice el manual que hemos inventado en las republiquetas?, ¿quién es el fantasma del caballo de Troya que tantos resultados nos ha dado?
Si hay alguna duda de que nuestra ideología está pasando a ser la del imperio, o viceversa pues los marines están a la vista, es porque tenemos los ojos atiborrados de algo muy sólido y fétido.
Esto es tan obvio que ni siquiera el Congreso se ha dado cuenta que está a la vanguardia del mundo: tiene en su territorio, para cuando sea necesario usarla, la fuerza marine que restituirá (¿refundará?) la política otrora añorada del imperio.