Frente al anuncio realizado por un grupo de antiguos exguerrilleros de las Farc encabezados por Iván Márquez, señalando la conformación de una nueva guerrilla que continuará la lucha armada en Colombia, se puede hacer una serie de reflexiones.
Tal anuncio se produce en medio de una serie de incumplimientos de los acuerdos por parte del estado, lo que puede ser esgrimido por los disidentes como justificación del retorno a la lucha armada. La evidencia más clara de lo anterior es que a la fecha los espacios territoriales, que debían ser adecuados por el estado para la concentración de los guerrilleros que iban a desmovilizarse, no pasaron de ser cambuches sin adecuaciones sanitarias o habitacionales. Otros incumplimientos de fondo se presentan en la negación de 16 curules de las circunscripciones territoriales; la inexistencia de la reforma agraria integral pactada; las frecuentes violaciones contra el derecho a la vida de los excombatientes; el desmonte del paramilitarismo; y, en general, la modificación unilateral de los acuerdos de paz en el congreso. No es menor la persecución judicial que de forma tosca se realizó contra Jesús Santrich desde la Fiscalía. Tampoco lo es la serie de continuos ataques al proceso de paz dirigidos desde el gobierno, como lo señaló el exjefe negociador Humberto de la Calle.
Es evidente que el criterio que orientó al estado y al establecimiento era desarmar a la guerrilla más poderosa del país sin buscar modificar las condiciones sociales y económicos que le sirvieron de causa y combustible. Una vez entregadas las armas, el estado no ha desarrollado una política seria para cumplir lo acordado y, en consecuencia, estimular la permanencia de los excombatientes en el proceso de paz. Ni siquiera se buscó la negociación con el ELN, el otro gran actor de la violencia guerrillera en el país, indispensable para obtener una paz completa.
El anuncio le concede un ropaje más político al sector de las Farc disidente del proceso de paz, que hasta el momento se percibe como un conjunto de grupos aislados que se apartaron del proceso de paz solo para mantenerse en el negocio del narcotráfico. Ahora, con dirigentes de proyección nacional y con legitimidad entre las antiguas tropas guerrilleras, es más factible la articulación de estos grupos en una organización nacional, que incluso se plantea la posibilidad de una alianza con el ELN. Ahora se consolida una estructura que puede tener la capacidad de convertirse en un actor permanente de violencia en el país, que puede trascender más allá de la existencia física de quienes hoy lo encabecen. Existiendo una dirección con capacidad política, trascendencia nacional y legitimidad al interior de sus filas, es posible la incorporación a sus filas de otros excombatientes y de jóvenes reclutas con los cuales formar cuadros de relevo para reemplazar a quienes caigan y de esa manera permanecer en el tiempo como organización armada.
Quizá el destino más probable para quienes encabezan esta nueva guerrilla sea su caída en combate en espacios de tiempo no muy largos. Rodrigo Cadete, una de las leyendas militares de las Farc durante la guerra, cayó luego de unos meses después de abandonar el proceso de paz y unirse a las disidencias. El poder de fuego de las fuerzas militares del Estado colombiano es gigantesco. Si las Farc, cuando actuaban en conjunto, no logró derrotar la arremetida estatal, difícilmente lo podrá hacer un reducido grupo disidente.
Adena: La consolidación de un sector de las antiguas guerrillas de las Farc como disidentes del proceso de paz es un nuevo milagro para el uribismo. Una vez más se le aparece la virgen al señor del Ubérrimo. De nuevo la derecha colombiana cuenta con el argumento de la lucha contra el terrorismo y el discurso de la seguridad como banderas para hacer política, aspecto que puede convertirse en obstáculo insalvable en el desarrollo y consolidación de fuerzas políticas alternativas opuestas al dominio de la clase política tradicional que ha convertido a Colombia en el desastre que es hoy. Al parecer la oportunidad de oro para desalojar del poder a la tradicional y corrupta clase política colombiana eran las pasadas elecciones presidenciales, pero en esa coyuntura, en lugar de actuar, dirigentes alternativos se fueron a “ver ballenas”.