Con la película 'Que viva la música' han vuelto a matar a Andrés Caicedo

Con la película 'Que viva la música' han vuelto a matar a Andrés Caicedo

Hace dos años advertí el desastre, nadie hizo caso. Ahora el lamentable resultado está en un cine cerca de usted

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noviembre 03, 2015
Con la película 'Que viva la música' han vuelto a matar a Andrés Caicedo
Fotos: tomadas de elpais.com.co

En la primera columna que escribí para esta revista, hace más de dos años, alertaba sobre la probable convulsión que tendría Andrés Caicedo en su tumba al enterarse que su única novela iba a ser adaptada al cine. Él ya sabía que literatura y la  imagen en movimiento son un matrimonio imposible y que, a no ser que uno fuera Visconti o Scorsese, los resultados siempre serían desastrosos.

Que viva la música, the movie, no fue la excepción. El guion, escrito a cuatro manos por Alberto Ferreras y Alonso Torres, no es más que  una aleatoria recolección de frases sacadas del libro y recitadas de manera lamentable por la modelo Paulina Dávila, cuyo talento actoral solo puede compararse al de Willington Ortiz cuando protagonizó De pies a cabeza. El que estaba destinado a ser un manifiesto generacional terminó convertido en una aburrida masturbación intelectual destinada a hípsters tardíos y rumberas impenitentes.

Carlos Moreno es uno de los directores que mejor conoce su oficio en este país y es por eso que, parafraseando a Richie Ray, no puedo entender por qué este individuo nunca supo en qué se metía. El monólogo de María del Carmen Huerta es inadaptable al cine porque es un soliloquio en donde el joven escritor descarga todo el odio que sentía en ese momento hacia la humanidad. Caicedo no era tan tonto ni tan racista como para creer que las pandillas del sur eran más buenas que los niños ricos del nortecito. La ola cultural que había estallado sobre Cali a principios de los setenta  estaba retrocediendo: Mayolo, Ospina y la mayoría de sus pocos buenos amigos ya estaban en la diáspora bogotana. El pueblo ya no estaba interesado en su corresponsalía anual en el Festival de Cine de Cartagena y Roger Corman definitivamente no compraría ninguno de sus guiones. En esa amargura Pepe Metralla se sienta y de un solo tirón escribe lo que sería, junto con Opio en las nubes, el manifiesto juvenil más importante y amargo de la literatura colombiana.

Ni un solo destello del universo caicediano aparece en los interminables noventa minutos de esta vanalidad. Para Moreno los caicedianos son una tribu urbana que se alimenta de noche, ácidos, perico y marihuana. Una panda de imbéciles que lo único que quieren es vivir trabados para rumbear semanas enteras hasta matarse. La angustia existencial no sale por haber leído La náusea, El idiota o El mito de Sísifo, o por escuchar de madrugada alguna de esas baladas tristes de los Stones. No. La depresión y las ganas de matarse surgen por la quema de endorfinas que produce el uso indiscriminado de drogas, por las orgías casuales a las que siempre está abierta la ninfómana insaciable en la que se ha convertido, por obra y gracia de Carlos Moreno, nuestra rubia, rubísima preferida.

Como lector y fan de Que viva la música me siento indignado y quiero decirle a los pelados que han ido a verla sin leer antes el libro que lo que ven en la pantalla no es más un truco publicitario para captar impávidos, que lo que hicieron los productores de este bodrio no fue más que usar el nombre de Andrés Caicedo para llevar gente a la sala y que es una vergüenza que los derechos de su novela se hayan vendido al mejor postor.

Como lo escribí hace más de dos años, Andrés Caicedo se debe estar revolcando en su tumba.

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