La empleabilidad en Colombia es un enigma. Conseguir un trabajo con todas las de la ley es una fortuna y conseguirlo por horas, una suerte. A diario conocemos historias de profesionales vendiendo en las calles, de profesionales matándose por un sueldo muy por debajo de sus expectativas laborales. Es así, no es ningún misterio, en Colombia se explota a los ciudadanos de manera despiadada. Punto.
Por eso no me sorprendió que en la editorial donde me desempeñé hubiera filósofos, politólogas, sociólogos, historiadores y hasta biólogas; todo un grupo de profesionales dispuestos a cada exigencia que el día a día trajera. Al verlos me dio la sensación de que en Colombia los mayores cerebros se desperdician al no encontrar un empleo estable, al ser víctimas de la tercerización del trabajo, al ser víctimas de un sistema que los desecha por no haber estudiado x o y carrera.
Al observar a mis compañeros, vi el futuro que tanto se habla en el país, vi aquel futuro que cada político se encarga de nombrar frente a los medios, pero que tras bambalinas le cierra las puertas con sus leyes en contra de la educación y la cultura. ¿Cuándo dejaremos de ser el futuro, profesionales sin empleo? Es una pregunta a la cual no tengo respuesta.
Empiezo de esta manera para contarle una pequeña historia, una historia que quizá muchos hemos vivido. Trabajé dos semanas en la Feria Internacional del Libro de Bogotá con una editorial reconocida, no solo en el país, sino en América Latina. Fueron días duros, de levantarse temprano y mantenerse diez o doce horas de pie. Nunca en mi vida pensé sentir tanto dolor en mis piernas, ni desear tanto una silla en la cual sentarme. Pero, ante todo, había que mantener una buena actitud: sonreír, hablar educadamente, estar siempre atentos, enamorar al cliente con alguna recomendación. Al terminar el día, rogar para que el transporte no demorara, rogar para poder ir sentado. Llegar a casa, comer, acostarse y dormir. Abrir los ojos al siguiente día y volver a empezar. En eso técnicamente se resumen los días de todos los que trabajamos en la Filbo.
Sin embargo, también se resume en la satisfacción de ver la alegría de un niño al encontrar una historia que le agradaba. En el joven que, buscando una historia idónea para sus sentimientos del momento, encontraba el libro ideal. En la chica universitaria que encontraba un libro demasiado rebajado y se iba con una sonrisa inocente en su rostro. En el anciano que pasa sus días leyendo en su mesa, que nos daba cátedra sobre el placer de leer y nos explicaba cada título que veía para luego llevarlo a su hogar esperando ir hacía el infinito. Serían incontables todas las historias de quienes estuvimos 13 días intentando hacer placentera la estadía de las miles de personas que visitaron la feria. Imposible también explicar ese placer tan extraño que producen las letras reflejadas en páginas.
No se confundan, cada persona que vieron ahí esperando a atenderlos tiene una historia, una vida que contar. Y si usted encontró algo diferente a lo que buscaba, y se dejó llevar por una recomendación de aquellos jóvenes, fue porque cada uno de ellos tenía una profesión a cuestas. Fue un aprendizaje continuo, un aprendizaje mutuo.
Mientras, seguimos luchando por conseguir aquel empleo que nos brinde la idílica estabilidad económica.