En momentos de pánico aplaudimos - sin pensar mucho en las consecuencias - las medidas de toque de queda que andan implementando los gobernadores y alcaldes, como medida de contención de la pandemia. Si bien es cierto que la disminución de las interacciones sociales (físicas) disminuyen la propagación del virus, no es menos verdad que un gran porcentaje de nuestra población depende de la economía informal, del ingreso diario, del rebusque. Esa población no puede materialmente hablando quedarse en sus casas, no morirían por el Covid-19 y sí de hambre. Además, cómo renunciar a nuestras libertades individuales sin pensar mucho en la tendencia de nuestros gobernantes al autoritarismo.
En Barrancabermeja, para citar un ejemplo a nivel nacional, la gobernación de Santander decretó toque de queda, sumado a la interrupción de clases ya decretada por el gobierno nacional; parece sensato en tiempo de crisis, pero cuando se mira en detalle se vislumbra lo equivocado de la medida. En primera instancia en la ciudad se ha generado un pánico generalizado ante un posible desabastecimiento, hecho que ha llevado a que la gente se vuelque en masa sobre los supermercados y efectivamente acaben con el estoque de estos, creando aglomeraciones que aumenta el riesgo de contraer el virus.
Solo hay restricciones que aumentan el pánico y la sensación de desasosiego por una verdad que todos sabemos: la precariedad de nuestro sistema de salud. A estas horas las autoridades deberían contarnos cuántas camas disponibles hay para posibles hospitalizaciones, con cuántas Unidades de Cuidado Intensivo cuenta la ciudad y el departamento, qué medidas se están tomando para aumentar el personal de salud (médicos/as, enfermeros/as) para atender la emergencia, qué medidas se están tomando para monitorear los posibles contagios en el departamento. Las campañas educativas y los llamados a la calma tampoco parecen estar en la agenda.
Queremos que la gente circule menos, salga menos para evitar la propagación del virus, entonces ¿por qué nadie habla de garantizar un ingreso mínimo a las familias que viven de la economía informal como incentivo para quedarse en sus casas? Exigimos que todos se laven las manos con agua y jabón, entonces ¿por qué nadie habla de las dificultades de acceso al agua potable que padecen miles de familias colombianas? Nos interesa ser atendidos si contraemos el Covid-19 ¿entonces por qué no hablamos de cuántas personas no tienen EPS y no serán atendidas porque no portan un carnet? Queremos que la gente no viaje entre Barrancabermeja y Bucaramanga para evitar que el virus llegue, ¿por qué nadie habla sobre la falta de hospitales en Barrancabermeja que atienda las necesidades del municipio (y la región) y que por ello muchas personas se ven obligadas a viajar a Bucaramanga (y otros municipios) para citas especializadas, cirugías, terapias, entre otros tratamientos médicos?
Algún despistado dirá: pero es que no hay plata, somos un país pobre. Entonces, ¿por qué cuando son los bancos o algún sector influyente hay dinero para subsidios que mitiguen el impacto de la crisis, pero cuando son los pobres los que requieren la atención del Estado simplemente los dejamos a su suerte?
No es tiempo de aplaudir el surgimiento de medidas autoritarias y sí de exigir el derecho constitucional a la salud y la ampliación de las políticas sociales. Que la pandemia no nos obnubile el pensamiento.