En estos días repasé ese maravilloso libro que es «La sociedad abierta y sus enemigos», publicado por primera vez en 1945. Increíblemente sus postulados siguen cobrando valor. Karl Popper, en un sentido metafórico, definió la democracia como una «sociedad abierta», en la que, todas las corrientes del pensamiento pueden confluir y competir en un mercado libre de ideas, en forma pacífica, dentro de un ambiente de pluralismo y tolerancia.
Entre los enemigos de la democracia, graduó con vehemencia al totalitarismo y la intolerancia. Precisamente sobre la tolerancia, como pilar fundamental de la democracia, Popper reveló una paradoja: «Si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes». Confrontada la teoría con la actualidad, es inevitable concluir que estamos lejos de ser esa sociedad abierta que definió el filósofo austríaco, y más bien nos encontramos más vulnerables que antes, frente las tropelías de los intolerantes.
Traigo a cuenta las viejas lecturas, tan vigentes en la coyuntura, en auxilio de identificar los preocupantes eventos recientes. Lo que vimos en la instalación del Congreso, el pasado 20 de julio, debería invitarnos a reflexionar y tendría que ser inevitable reaccionar en consecuencia: En el marco de un acto tradicionalmente solemne, mientras el presidente Iván Duque daba su discurso protocolario, sufrió, ante todo, un ataque a la investidura presidencial por parte de aquellos que se autodenominan agentes del cambio. Me refiero a los actos perpetrados por los congresistas del llamado “pacto histórico y la coalición verde esperanza”, a los abucheos, afiches señaladores, gritos, cantos, arengas, en fin, un conjunto de tropelías atentatorias contra la dignidad de cualquier ser humano y en este caso, más vil aun, tratándose de la honra e integridad del jefe de un estado dentro de un espacio sagrado.
«Una gritería inaceptable, un irrespeto a la palabra del otro y, sobre todo, un ataque a la figura presidencial», así lo describió resumidamente, Fidel Cano en su editorial de El Espectador. Lo que no dijo Fidel es que, como si lo anterior fuera poco, en medio de la tropelía, también hubo espacio para el disparate: los susodichos cantaron en el recinto del congreso Bella Ciao, con alusión al actual presidente: «Duque, chao». ¡Habrase visto, tal anacronismo! ¿Una canción cantada por los simpatizantes del movimiento partisano italiano durante la Segunda Guerra Mundial, cuando luchaban contra las tropas fascistas y nazis? ¿Es esto un cambio? Que caiga el opresor, gritaban. Así atropellaron la palabra del contrario, atentando contra la dignidad presidencial y la del propio Congreso.
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Cuanta ignominia para un hombre que ha trabajado incansablemente con patriotismo y abnegación en medio de penosas e impredecibles dificultades
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Cuanta ignominia para un hombre que ha trabajado incansablemente con patriotismo y abnegación en medio de penosas e impredecibles dificultades, y se despide del poder como un demócrata integral, en medio de un crecimiento económico restaurador, que es aplaudido en el concierto mundial.
Algunos congresistas creen que están todavía en campaña, otros, nuevos, actúan sin entender lo que ya representan, y mantienen sus redituales patanerías como si siguieran en las marchas y revueltas que incendiaron las calles en 2019. Entre todo lo indecoroso que vimos, me llamó poderosamente la atención que los congresistas, además de lo anterior, se atrevieran a realizar en el recinto del Congreso un “escrache” al presidente Duque. Para que dimensionemos la cosa, hay que explicar que la palabra “escrache” surge del término inglés “scratch”, que quiere decir “rasguño, herida, raspar”. Ya a sabiendas de lo que implica en términos prácticos, recordemos que la palabra es empleada en España, Argentina y Uruguay, para significar un tipo de expresión directa, fuerte y frontal, propia de activistas, hacia la persona a la que quieren hacer reclamos para que sean conocidos a la opinión pública. Verdaderos rasguños verbales y raspaduras a la honra, casi todos violatorios de la presunción de inocencia.
Los escraches me recordaron una vieja entrevista concedida por el político español Pablo Iglesias, líder progresista del Partido Unidas Podemos, en la que dijo «no me canso de decir que los escraches son el jarabe democrático de los de abajo», «Si no hay justicia, hay escrache», «Chávez fue un escrache permanente contra los poderosos (…) Los escraches son la expresión de la democracia cuando se hace digna de los de abajo».
Visto lo visto, confieso que temo lo peor. Silenciar al oponente de esta manera se hará costumbre. La prometida nivelación social acusará a las formas y será hacia abajo. No nos llamemos a engaños. Si las mayorías entrantes del Congreso deciden deliberadamente no escuchar a un presidente en silencio, irrespetando la dignidad del cargo, ¿cómo es que se habla de paz, de diálogo nacional y de reconciliación?
Es importante registrar que, el mismo ejemplo de Pablo Iglesias en España, sirve de espejo. Una vez llegó al puesto de vicepresidente del gobierno y su mujer de ministra, han sido objeto de escraches y abucheos permanentes y abominables. Aunque él no lo reconozca, quedó en evidencia que, abonar el terreno del radicalismo, como lo hizo Podemos, acaba creando nuevos agitadores que terminan atropellando a los que iniciaron el movimiento. Ha pasado muchas veces antes en la historia, desde la Revolución francesa a nuestros días. Los líderes que surgen de la insurrección señalan como enemigos del pueblo a los que antes fueron sus guías morales.
Quieran aceptarlo o no, el gobierno actual tiene muy importantes resultados que mostrar. Ingentes inversiones en educación, cultura, deporte e infraestructura de vías terciarias, la transición energética de Colombia es un hecho, con una importante capacidad instalada de energías renovables; entregaron 52.000 títulos de propiedad rural sin necesidad de expropiar; se deja a mas 70 % de la población vacunada contra el covid-19 y la reactivación económica con el índice de crecimiento económico más alto registrado, al compararlo con otros países, entre muchos otros logros a destacar.
En una democracia, entendida en sentido aspiracional, como sociedad abierta, donde el respeto al contrario es un valor supremo y los propósitos comunes el norte, el discurso del presidente Iván Duque -que no fue otra cosa que compartir sus logros-, tendría que haber merecido un mínimo de reconocimiento y respeto. De paso, los triunfadores habrían adornado con nobleza su victoria, pues ese día, más que cualquier otro, pudieron habernos enseñado que sí daban la talla al giro favorecedor de la democracia. Pero no...
Con lo que ya ha sucedido, sin que aún se posesione el líder de los perpetradores, comprendo que estamos realmente amenazados frente a derechos vitales. A quienes nos oponemos al proyecto de Petro, nos van a exponer, nos van a rasguñar, raspar y herir. Estamos más que avisados.
@sergioaraujoc