La elección de Iván Name como presidente del Senado ha sido considerada por muchos como una derrota para el Gobierno nacional, y efectivamente así lo es.
Gustavo Petro, inicialmente inclinado a favor de Inti Asprilla, su más firme apoyo dentro del Partido Alianza Verde, se vio forzado por las circunstancias a reorientar a su bancada hacia Angélica Lozano, una congresista que se ha caracterizado más por los reparos que ha puesto a las iniciativas gubernamentales que por su respaldo.
Ante todo, había que respetar el turno que le correspondía a los verdes en la presidencia del Senado, y ello implicaba respaldar lo que ellos decidieran, lo cual no fue otra cosa que conceder tal dignidad a la Lozano.
En esta designación se suponía que coincidirían todos los partidos y movimientos representados en el Congreso, pues así lo habían decidido a inicios de la legislatura pasada.
Sin embargo, no ocurrió así, pues otro verde, el menos cercano a la agenda de cambios del Gobierno, resolvió interponer su propia candidatura a la de su propio partido, lo cual le atrajo los respaldos de la oposición, es decir, de los partidos Conservador, Centro Democrático, Cambio Radical y De la U, además de uno que otro militante díscolo de otras colectividades. El resultado final fue la elección de Iván Name, con lo cual no queda muy favorecida la esperanza de que los proyectos del Gobierno cuenten con el mejor trámite.
No obstante lo anterior, Gustavo Petro obtuvo en la Cámara de Representantes un triunfo más que significativo. El candidato liberal que mejor podía servir a sus propósitos, David Calle, fue el que resultó vencedor, y por un elevado margen. El que no puede decir lo mismo es el expresidente César Gaviria, pues este estaba haciendo fuerza por la elección de Julián Peinado, candidato a la postre perdedor, con lo cual se le agravó la circunstancia de no haber respaldado tampoco al ganador en el Senado.
Para Gaviria, estos resultados evidencian el profundo desapego que ha sufrido entre sus copartidarios, que se han vuelto renuentes a seguir sus orientaciones.
Ojalá esto sirva de estímulo a los liberales para que, si quieren conservar su ascendiente sobre las masas, le den a su colectividad el cambio que requiere para que se ponga concordante con lo que fueron sus discursos del pasado, lo cual implica asumir posiciones de carácter progresista, y no las tan extremadamente retardatarias como las del expresidente Gaviria.
En últimas, si Petro perdió, la pérdida no está inscrita aún en mármol, y se puede recuperar de ella. No así la pérdida de Gaviria, quien da pasos agigantados hacia convertirse en un cadáver político.