Con el carro bomba de hoy, en la Escuela General Santander, vuelve el discurso antiterrorista. En los días venideros seguro podremos leer y escuchar en los medios de comunicación: “las Farc está infiltrada en las marchas”, “Petro está desestabilizando el país con ayuda de Maduro”, “el atentado fue de los de izquierda, son castrochavistas”, “hay indicios de que Petro y Cepeda están involucrados en él”, “ las Farc engañaron al país”, etc. Y así este tipo de titulares, de noticias desarrolladas a medias, lo repicarán los periodistas de siempre —Gurisatti y Arizmendi, con su odio; Julio Sánchez, en la W radio, con su tibieza; Néstor Morales, en Blu radio, con su lambonería, y Vélez, en RCN, con su inmadurez profesional— en los medios de siempre: El Tiempo de Sarmiento, periódico que recomendó botar el voto por Duque; Blu Radio, quienes intentaron acorralar, con tergiversaciones, a Petro en los debates, etc. Entonces los medios divulgan el miedo en la sociedad y, con el temor en las venas, la población vive con los nervios alterados y cree siempre que el enemigo está al otro lado, está afuera, es el otro y no ellos los que nos gobiernan.
Termina Colombia creyendo que el enemigo no es la falta de oportunidades, el IVA a la canasta familiar, los privilegios económicos a los ricos de siempre ni los niños haciendo maromas o limpiando parabrisas en los semáforos. Esta sociedad que lo único que lee es el miedo que nos hacen sentir los medios de comunicación colombianos, amañados y sin propuestas serias de investigación. Que el enemigo no es este gobierno, dirán, pero el enemigo es este gobierno que no respeta los acuerdos de La Habana, no gestiona un salario mínimo digno, no prioriza la educación, ni le da la importancia a la niñez, a la vejez, a los animales, a la diversidad sexual, a la alimentación sana y de calidad, y al medio ambiente.
El periodismo sigue siendo una herramienta de divulgación de otra forma de terrorismo psicológico. El periodismo aquí es inmediatista, no investiga, se deja callar por las migajas que les deja el poder. El periodismo aquí, en Colombia, son oficinas de relaciones públicas para las empresas nacionales y multinacionales. Y así, entre noticias y repetición y repetición, entre falso periodismo, se vuelve a justificar el presupuesto de la guerra y a dejar la miseria para la educación. Vuelve el silencio que da miedo. Vuelve el temor a los campos, a las ciudades, que por alzar la voz te desaparezcan como ya han desaparecido a cientos de líderes indígenas, negros, excombatientes de las Farc, líderes comunitarios, líderes de opinión. Ellos, el gobierno, lo saben, eso de amedrentar. De esta manera vuelven los cascos azules, se justifica la intromisión de Estados Unidos, se aumenta la deuda con el Banco Interamericano, se instala con más fuerza el glifosato, se acusa de ser terrorista todo aquel que cuestione las formas de gobierno de Duque, que es a su vez un presidente títere —del que muchos aun sabiéndolo lo eligieron presidente de este país mágico y surrealista políticamente— manejado por Uribe.
Cuestionar este gobierno actual se vuelve peligroso. Se persiguen las ideas y la idea de país que quieres. Se vuelve a perseguir al profesor que cuestiona, que motiva a los estudiantes a preguntarse por el poder y romper con ideas el aparente orden establecido. Al justificar que estamos en riesgo de los terroristas se le da vía libre a la Policía, al Ejército y a los bloques de búsqueda para que entren a la casa de cualquier colombiano y le incauten computadores, papeles que ellos creen peligrosos, se intervengan telefónicamente al aparente enemigo. Se vuelven objetivo militar, esos periodistas serios que todavía los hay y que han destapado escándalos en Buenaventura, en Hidroituango, con los Moreno en Bogotá, con la parapolítica, la Farc política, la Ruta del Sol, etc.
Y mientras todo eso ocurre estará prohibido marchar para exigir educación de calidad, estará prohibido marchar para que el fiscal Martínez, involucrado hasta el hígado por la corrupción Odebrecht, renuncie.
Mientras tanto ellos, el poder, nos dice incluso hasta de qué hablar para manejar los temas coyunturales en Facebook, Twitter, Instagram, YouTube. Esa sociedad que Orwell nos advirtió en 1984 es la de hoy, el gran hermano nos vigila, sabe cómo nos movemos. ¿Puede el poder del gobierno generar fake news (noticias falsas) para generar tendencias temáticas en la sociedad? ¿Puede el poder efectuar autoatentados para darle temas mediáticos a los cibernautas y controlar sobre lo que opinan y que a través de las redes se expresen, se indignen sobre lo que el gobierno quiere que se indignen? Y quizá eso es lo que se quiere y nos olvidemos del títere, del marrano, del titiritero, del circo, de la oposición, de la Colombia Humana, del cianuro, de que Uribe volvió al poder, de los malabaristas tales como Cabal, José Obdulio, Paloma Valencia, Marta Lucía Ramirez, Lombana, Uribito, Ordóñez, Londoño.
Entretanto, el dueño del circo nos trata como la mascota exótica, el burro de dos cabezas. Y nos seguimos comiendo el cuento y creemos que el enemigo es Venezuela, son las Farc, es el Eln, y no esta sociedad colombiana que se deja poner las ideas en la cabeza y no se atreve a pensar ni a alzar la voz, así duelan los huesos. Este es nuestro momento, por eso no hay que dejarse callar para salir a gritar que nos están robando los mares, el presupuesto de la educación de los hijos y de los nietos, la libertad y el derecho a querer una sociedad que vuelva a caminar por las montañas sin miedo y con los pies descalzos sintiendo la arena en la piel.