La televisión de antes, de final del siglo XX, contribuía a que los sábados transcurrieran entre partidos de fútbol, algún tema cultural y una que otra película. Era la época de los canales de televisión pública. Poco queda ya de ella. Los canales instalaron el espíritu de la competencia privada, que oscila entre chismes y reality shows —en los que triunfan los astutos—, misas y ofrendas para captar feligreses ante la imparable aparición de casas de fe, y la presentación de partes de victoria militar.
Es la época de los medios, que no son otro poder, sino la estrategia de destrucción de la conciencia social de los grandes empresarios, que se tomaron la mejor parte de los canales públicos. Lo que queda de público es usado a discreción por el gobernante de turno cuando la iglesia o la empresa dejan de emitir.
El mercado impuso sus reglas, estigmatizó lo público y cambió la forma de informar, entender el país y participar. Además, impidió la formación política y solidaria, e implantó una verdad oficial, indiscutible por salir de la lengua del gobernante. Lo anterior fue hábilmente aprovechado por el régimen Uribe, que es quizá el que mejor conoce y sabe aplicar toda la estrategia de comunicación política probada por el Reich y originada en el Ministerio de Cultura de Goebbels.
Los sábados se tomaron los canales públicos, los volvieron fuentes de distribución de crispación y horror. Todo es presentado sistemáticamente, como usualmente ocurre a alrededor del régimen Uribe, quien desde la seguridad democrática estableció los consejos comunales, en los que oficiaba de emperador o rey absoluto con capacidad para ordenar detener sin pruebas a un funcionario, denigrar de algún opositor político o social, ofrecer dineros para arreglar baños en un colegio, mostrar falsas pruebas, anticipar un bombardeo o enviar más agentes de policía a un lugar como prueba de su poder sin límites.
Eran sábados del horror, organizados paso a paso, con una escenografía calculada y unos libretos sin margen de error. Cada quien sabía dónde sentarse, cuándo aplaudir, reír, hablar, mirar... Alcaldes, concejales, ministros, empresarios locales, pobladores, organizadores y responsables del evento sabían perfectamente su papel, qué decir y cómo hacerlo. Del único que no se sabía el libreto a seguir era del presidente, que siempre daba un parte de guerra, un anuncio de muerte, de persecución y de lo que le podría pasar a quienes contradijeran su voluntad.
Temblaban sus ministros que podrían ser ridiculizados o exaltados. Eran consejos emocionales, apasionados, repletos de formalidades. En cada consejo la palabra presidente se repetía una y mil veces. La alocución cubría todos los espacios, los cuerpos, el aire, el día, era como decir führer. Buenos días presidente, heil presidente, usted sabe presidente, estamos aquí presidente, así es presidente, gracias presidente, presidente...
Se despachaba horror micrófono en mano y todos los canales retransmitían. Se distribuía la verdad del poder, inmodificable, irrefutable, única. Allí se ridiculizaron y trivializaron las ejecuciones extrajudiciales, se dijo del jefe de la policía política del régimen (hoy en prisión) que era un buen muchacho y se hicieron burlas a magistrados, opositores, líderes, victimas... Se pidieron aplausos y admiración para sus ministros y consejeros hoy prófugos o en prisión.
Así mismo, los escándalos que rodeaban su gobierno eran presentados allí con burla, como conjeturas pagadas por la guerrilla, que servía de caja de Pandora a la que se le atribuía todo, desde una protesta en un colegio hasta una columna de prensa era el enemigo. Todo esto había que exterminarlo, pretender interpretarlo con objetividad podía ser convertido a delito, por eso había que odiarlo. Esos fueron los consejos comunales del sábado durante ocho años.
El recién posesionado presidente Duque en 50 días ya instaló los sábados del horror. En su última intervención anunció que se le “acabó la guachafita”, refiriéndose a “alias Guacho”, el nuevo alias de la caja de Pandora que sirve como plataforma de relanzamiento de las acciones de guerra y seguramente de la declaratoria de otra guerra inútil contra el enemigo que quede mejor diseñado.
Por su parte, el ministro de Defensa, empírico de las reglas de comercio, cree que el Estado es una empresa, el país una gran superficie y los derechos humanos un contrato de trabajo sin prestaciones. De eso habló el sábado por la tarde, intervención en la que se ve que intuye que el país es privado y que su deber es prestarle seguridad al capital y a sus potentados. Habla de que “me bloquearon una carretera” y envía mensaje a los ejecutores de la política criminal de que los defensores de derechos, víctimas y opositores hacen protestas y defienden lo público pagados por narcotraficantes y delincuentes de factura internacional. Con estas sentencias de muerte en un Estado de derecho, miembro de la OCDE, el ministro estaría ante un tribunal de justicia respondiendo penalmente por su grave injuria en un país acostumbrado a ver morir líderes.
Pero bueno, Duque hizo tránsito retórico del consejo al taller (Construyendo País). Ocurre lo mismo, todo está preparado, es un reality que combina misa, chisme, horror y crispación. Luces, aplausos, locaciones, sombreros, ruanas, pintas, frases de cajón, escoltas por decenas, drones y mensajes libreteados.
En el corto tiempo ha dicho que no compartir sus proyectos es oponerse al futuro del país, sentenciando a los opositores al silencio o la persecución por apátridas. Igualmente, ha señalado que no ha pensado en una reforma tributaria sino en una ley de financiamiento, pero su ministro —cuestionado por corrupción— se ensaña repartiendo miedo a la empobrecida clase media de ser despojados por impuestos y tributos alcabaleros.
El presidente dice que cree en la paz, pero se niega a seguir los diálogos, y su autorizado ministro de Defensa le ofrenda a los militares de Estados Unidos el país para volver a fumigar con glifosato, aunque ello signifique engañar a los campesinos productores de hoja de coca. Esto sin contar con que en la frontera alardean junto al secretario de la OEA de que podrán usar la opción militar contra la soberanía del país hermano.
Los sábados de taller han arreciado su pasión por la eficacia de la muerte y cuando anuncian a los dados de baja del día arrancan aplausos entre los asistentes y televidentes que olvidan que los talleres para construir son contrarios a destruir y distantes del matar.
Después de los sábados del horror en los que se anuncia y enumera cada noticia de lo que vendrá queda un imaginario trágico, que afecta y hace que los domingos tiendan a ser tristes para la mayoría de la población, que paradójicamente cuando responde a las encuestas parece decir lo contrario a lo que refleja cuando vota o deja de votar en elecciones.
En sus primeros cincuenta días el presidente tiene un muy bajo nivel de aceptación. Además, el 59% considera que el país va por mal camino y sigue convencido de que los principales problemas son el desempleo y la corrupción, que se completan con un 60% de imagen desfavorable hacia el Congreso de la República. Este está dominado por su partido, el cual jalona al país hacia la ultraderecha que profundiza en horror, xenofobia, misoginia, continuidad del racismo, persecución y estigmatización, que lleva el exterminio de adversarios convertidos en enemigos por virtud del soberano y su partido en su reality de taller de los sábados por los canales públicos.