Los últimos hallazgos de ejecuciones extrajudiciales cometidas por los militares en el municipio de Dabeiba en el departamento de Antioquia, en el que se han encontrado decenas de jóvenes inocentes en fosas comunes que fueron vestidos como guerrilleros después de haber sido asesinados a sangre fría, hacen parte de los ochenta mil colombianos que desaparecieron sin dejar rastro alguno. Este descubrimiento es el testimonio verídico del crimen cometido por el ejército de Colombia, para complacer la sed de venganza de un presidente desquiciado y envanecido que pagó a la soldadesca con permisos, ascensos, condecoraciones y en dinero en efectivo, el conteo de cuerpos caídos en combate (falsos positivos) para gloria de una Seguridad Democrática, pavorosa, aterradora e inhumana.
La práctica criminal que alimentó al Ejército estaba dada como orden imperativa desde la Casa de Nariño. Había que producir diariamente más muertos en combate para demostrar que la guerra se estaba ganando, pero miles de los caídos en la lucha que orgullosamente reportaba nuestro glorioso ejército, no eran guerrilleros ni paramilitares, eran civiles que inocentemente eran llevados al monte y después de darles el tiro de gracia, los vestían de guerrilleros, les tomaban fotos y sin cargos de conciencia con estas evidencias se cobraban las recompensas.
El horror visto en Dabeiba es solo el primer resultado de una serie de investigaciones basadas en testimonios que los mismos soldados han revelado a la JEP como parte de su compromiso de aportar la verdad. De acuerdo con estas declaraciones, existen evidencias de casos, como el de este municipio antioqueño que se han perpetrado en varias regiones de Colombia. Si retomamos la cifra de desaparecidos, los casi ocho mil falsos positivos que hasta ahora hemos manejado, podrán llegar a ser una cifra insignificante frente a la verdadera magnitud de las ejecuciones extrajudiciales.