Desde mediados del 99, don Carlos González, doña Carlina Sánchez y Álvaro Torres se han empeñado en dejar atrás el estigma del narcotráfico y la delincuencia. Ellos no saben de política, de ciencia o de viajes al exterior, sino de cultivar la tierra y vivir de lo que ella les da.
Una pequeña parcela a un par de horas de Mapiripán en el Meta y con no más de dos hectáreas obtenidas por posesión ante el antiguo Incoder han sido suficientes para ganar su sustento. Hoy por hoy le apuestan a los cultivos de aprovechamiento (aguacate criollo, ají, maíz, yuca, plátano, topocho y otros).
Sin embargo, las dificultades del transporte, los servicios básicos, acceso a la salud y otros han diezmado la capacidad de estas personas para explotar su tierra. No cuentan con ayuda del Estado ni tampoco regional y sus ingresos apenas les alcanzan para subsistir. De hecho, hoy en día los agobia el fantasma fiscal, que con impuestos y amenazas intenta arrebatarles lo que llevan sosteniéndolo por tantos años.
De vez en cuando comercian con los habitantes de los municipios cercanos, lo que la policía deja pasar... ya que en algunas circunstancias tienen inconvenientes con el manejo de productos lácteos, pues ellos no saben de normas o procedimientos. Todo lo producido allí es con control natural ya que no les alcanza para adquirir productos de control químico. Esto, en gran medida, ayuda a que su tierra no se vea invadida por elementos contaminantes como el roundup o glifosato, cruel control de cultivos de cocaína (coca) en el país desde los tiempos de Pablo Escobar y sus socios en el cartel de Medellín.