Con Biden, después de la borrachera viene el guayabo

Con Biden, después de la borrachera viene el guayabo

"Más allá de un simple regaño por la violación de los derechos humanos, el nuevo gobierno americano no se preocupará por confrontar al bloque de poder colombiano"

Por: ALFREDO ANTONIO DE LEÓN MONSALVO
noviembre 09, 2020
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Con Biden, después de la borrachera viene el guayabo
Foto: Twitter @JoeBiden

Después de la borrachera viene el guayabo, dicen en el caribe colombiano. Después de la euforia que consumió a una parte del mundo y como algo raro a Colombia con el triunfo de Biden sobre Trump, llegó la hora de la decantación o, mejor dicho, de la verdad sobre lo que realmente representará este suceso para nuestro país.

La política internacional de Colombia desde siglos, y así se ha confirmado desde la pérdida de Panamá —cuando esta pasó de manos granadinas a gringas—, ha estado asociada con los intereses de los Estados Unidos. Unas veces nos miran con cierto interés, pero en la mayoría de los casos no les importamos. Sin embargo, durante las últimas décadas hemos sido valiosos a Estados Unidos. Por un lado, cuando Richard Nixon se inventó esa disculpa que aún sigue vigente para ellos, llamada “guerra contra las drogas”, y que hoy sabemos es un sofisma, sobre todo cuando ya en la mayoría del territorio americano está legalizada la marihuana por un lado. Por el otro, cuando el gran consumidor de cocaína a nivel mundial es este país, hasta el punto que un hijo de Biden, como el de miles de políticos estadounidenses, es o ha sido adicto a la droga.

Con la excusa de la droga tenemos a la DEA permanentemente en Colombia, donde meten sus narices por todos lados. Recientemente se está demostrando cómo después de que Obama y Biden habían apoyado el proceso de paz con las Farc, esta agencia federal antidroga diseñó todo un plan macabro para enredar a jefes guerrilleros con el tráfico de cocaína junto con la Fiscalía para así llevárselos para Estados Unidos y de esta manera darle la estocada final a una paz incipiente e incierta.

Estados Unidos, con el supuesto de combatir la droga en Colombia, ha hecho lo que ha querido con nuestros gobernantes. Todo lo ha impuesto y hasta con descaro nos publicita una supuesta ayuda que los colombianos pagamos con sangre y dinero, ya que al tiempo que supuestamente nos regalan unos viejos aviones, le tenemos que comprar de nuestros impuestos millones de dólares en glifosato a la empresa norteamericana Monsanto. Cabe recordar que este herbicida arrasa con el entorno de nuestros páramos, tal como lo demuestra hoy la Sierra Nevada de Santa Marta, sitio donde comenzaron las fumigaciones en los años 70 del siglo XX y que hoy en día la tienen convertida en una peladero. Amén de esto, se siguen contando los millares de muertos que llevamos en un problema que no es nuestro, entre ellos, humildes campesinos.

En materia de derechos humanos es casi nulo lo que hace Estados Unidos por castigar a figuras connotadas del establecimiento colombiano que abierta o soterradamente patrocinan la política de exterminio de líderes sociales, sindicalistas y de oposición, tal como hoy se palpa a plenitud con las masacres que a diario suceden en el país. Más allá de los comunicados, Estados Unidos no se ha interesado de lleno porque en Colombia exista una verdadera democracia. Ni Obama lo hizo, y eso que de él se decía que era la esencia de la ética política. Es más, Obama fue quien con doble racero, mientras aplicaba duros embargos contra Venezuela con el supuesto que dicho país es un régimen perverso, miraba hacia otro lado la permanente violación de los derechos humanos en Colombia. Por supuesto, de Trump ni hablar.

Económicamente, el tratado de libre comercio de nuestro país con los Estados Unidos si bien no se puede catalogar de imposición “imperial”, de poco nos ha servido para el desarrollo del país. De hecho, hoy, como consecuencia de dicho acuerdo, el campo y con ello millares de campesinos sufren de lo mal que negociamos con el imperio. Pero hay quien dirá que la culpa es nuestra, y quizás tenga razón. No obstante, también podríamos decir que no era para que el norte arrasara con nuestra débil economía, la cual no pasa de ser una economía de exportación de hidrocarburos y minerales, y unos pocos productos manufacturados. Aunque, por supuesto, la culpa es nuestra, la de un bloque de poder con rodilleras.

De Biden hoy todos sacan pecho, e incluso la izquierda. Mientras unos como Uribe y Duque se reacomodan, otros como Juan Manuel Santos y Andrés Pastrana se vanaglorian de ser sus “amigos”, olvidándose de que Estados Unidos jamás ha tenido amigos, siempre ha tenido intereses. Pero esa es nuestra burguesía, zalamera y confianzuda con el norte. No en vano, muy jocosamente, el influyente Julio Sánchez Cristo decía que el reacomodo de la política exterior colombiano después de la burda intromisión del uribismo en las elecciones de Miami se resolvía con “tres whiskies”, de la mano con la supuesta ayuda de ese “componedor” amigo de Biden, Luis Alberto Moreno (el exdirector del BID). Hasta en eso nuestra dirigencia es parroquial en sus relaciones con el imperio.

Además, Biden llega con las credenciales de haber sido parte del Plan Colombia, ese monstruo que ha arrasado el campo colombiano, ocasionado miles de muertes y sobre todo ha agudizado el conflicto con el supuesto de “la guerra contra las drogas”. Y si bien para el bloque de poder significó que las Farc claudicaran y firmaran un armisticio que hoy las tiene borradas del mapa político colombiano, no ha servido sino para que los carteles de la droga incrementen sus acciones, incluyendo el paraguas de las “nuevas Farc” de Iván Márquez. Como siempre, el sistema es el fortalecido, ya que así le conviene continuar con enemigos internos, al tiempo que Estados Unidos fortalece su presencia militar en nuestro país con 7 bases militares, las cuales hoy apuntan hacia Venezuela, al tiempo que sirven de espionaje en el hemisferio latinoamericano.

Al mirar el panorama de nuestras relaciones actuales con Estados Unidos, es poco lo que de verdad se puede esperar de Biden para Colombia mientras siga la famosa “guerra contra las drogas”. Y más allá de un simple regaño por la violación de los derechos humanos, el nuevo gobierno americano no se preocupará por confrontar al bloque de poder colombiano, ya que siempre ha sido su mascota dominada, y más ahora cuando seguirá tratando de tumbar a Maduro desde territorio colombiano.

Mientras Estados Unidos tenga muchos frentes abiertos con una China pujante e influyente, una Rusia que con Putin no se deja de Estados Unidos, y una Europa que navega a media marcha pero que norteamérica necesita con urgencia, amigos del guayabo o la resaca, más bien prepárense para seguir borrachos con Biden en la presidencia y Trump en Fox Noticias... porque el guayabo da para todo, menos para la paz de Colombia.

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