El 21 de agosto el presidente de Venezuela dio un portazo en la frontera y se acabó la calma chicha que ha caracterizado la relación entre los dos países, desde que Bolívar se apellidaba Bolívar y no Chávez ni Maduro. Y desde que sus dos más recientes reencarnaciones se convirtieron en los “nuevos mejores amigos” del presidente Juan Manuel Santos.
Una difícil relación en la que Colombia siempre ha llevado las de perder. En parte porque nuestros gobernantes, profesores de historia y engominados diplomáticos se han tragado el cuento, y nos lo han querido vender, de que somos naciones hermanas. ¡Cuáles hermanas! Vecinas que es distinto. Y si bien nos tenemos que respetar, no nos tenemos que adorar.
Tal vez si desde el principio hubiéramos sido más realistas que románticos, el manual de convivencia no se interpretaría al vaivén del estado de ánimo del caudillo venezolano de turno. Históricamente siempre que ha habido problemas internos allá, aquí estamos nosotros sirviendo de sparrings para distraer la atención de los votantes. Para ellos —no para el pueblo amable, para la mayoría de sus dirigentes— somos un recurso tan valioso como el petróleo y menos perecedero.
Y con la otra mejilla siempre lista.
(A propósito de golpes, un dato ilustrativo: el primer golpe de Estado que hubo en Colombia se lo hizo el batallón Callao, compuesto por militares venezolanos, al presidente Joaquín Mosquera, en septiembre de 1830).
Nuestra diplomacia es experta en poner la otra mejilla. Reactiva, acartonada y adormilada, suele llegar tarde y quedarse con los crespos hechos. Ejemplos los hay y muy recientes, el último nos tiene boqueando en la lona, mientras Cassius Maduro Clay celebra el triunfo por noqueada en el primer round.
“Este apenas es el primer round”, dijo Andrés González, embajador de Colombia ante la OEA, luego de que el Consejo Permanente se negara a citar a los cancilleres para tratar la crisis humanitaria originada por la arbitraria y masiva expulsión de compatriotas.Pobre; piensa y habla con el deseo, ningún round creía tan seguro el gobierno de Santos como el que se llevó a cabo el lunes pasado en Washington. Pero…
No nos quieren en el hemisferio. Cinco votos en contra —entre ellos Haití al que Colombia casi adoptó después del terremoto—, once abstenciones —entre ellas Brasil que acostumbra prender una vela a Dios y otra al diablo—, y un faltón —Panamá que a último minuto se torció dizque para poder ser mediador algún día—, así lo demostraron. Por la razón que sea, el hemisferio —hay valiosas excepciones— prefiere a Venezuela. Y le sirve de telonero, con Unasur a manera de megáfono. Qué vaina, el secretario general cambió la estética política que le quedaba por un plato de lentejas. (Lánguido ocaso para un expresidente.)
Pensando en esas cosas estaba: en la enérgica reacción de Gaviria, en la repartición de mercados de Uribe, en el súbito interés del Estado por una zona abandonada, en el dolor inenarrable de miles de personas y en el futuro incierto que les espera, en las casas marcadas con la D de la infamia, en la insistencia del gobierno venezolano en negar lo que muestran las cámaras, en la “vista gorda” del gobierno colombiano para detectar complots contra NM, en los demonios que se camuflan entre las comunidades del Táchira, en el peligro de los nacionalismos, en cómo convergen en el extremo la derecha y la izquierda, en posibles repercusiones sobre el Proceso de Paz, en los roles sobrevinientes que han ubicado a la canciller en el lugar equivocado, en la inoperancia de las instancias multilaterales, en la soledad del país, en el abrazo que a ritmo de joropo se darán mañana Maduro y Santos…
En todo eso pensaba, repito, cuando Yamid Amat me sacó del cuadrilátero.
“Apabullante triunfo de Colombia en la OEA”, dijo y volvió a decir, para ambientar la entrevista que le haría al ministro del Interior en Pregunta Yamid.
Tengo fiebre, pensé.
Pero no. Ante los ojos incrédulos del mismo Juan Fernando Cristo, el director de CM&, acostumbrado como está a cuidarle la imagen al mandatario, pretendió mostrarnos como un apabullante triunfo, la apabullante derrota diplomática que acababa de sufrir el país. Así sí no, respetado periodista. Con la inteligencia de los televidentes no se juega.
COPETE DE CREMA: Yo también estoy del lado del presidente en este momento. Con más perrenque que el suyo: a veces me provoca sacudir a la ministra Holguín, ponerle bozal al secretario Samper, mechonear al energúmeno Maduro y a su sosías, Cabello, y retirar a Colombia de Unasur, OEA y similares. Me niego a creer, además, que no exista organismo internacional capaz de condenar la evidente violación a los derechos humanos que está cometiendo el tirano del lado. Apabullante, eso sí, Yamid.
*Esta columna fue publicada originalmente el 3 de septiembre de 2015