Ciertamente la campaña para la Alcaldía de Medellín no ha sido tan atractiva para la ciudadanía como lo fueron contiendas anteriores. Prueba de ello son los altos índices de intención de voto en blanco e indecisos que aún reflejan las encuestas.
Entre muchas explicaciones para intentar comprender la desabrida campaña, debe considerarse la pérdida de credibilidad de los partidos políticos tradicionales y la mezquindad de los líderes en su interior, que enmarañados en reyertas por el micropoder están debilitando estas estructuras, incapaces de canalizar las demandas sociales, al punto de generar hastío y desaliento en la ciudadanía que queda a la deriva, sin líderes y organización. Lo anterior provocó una degradación y erosión del poder, aprovechada por jóvenes entusiastas y tecnócratas que han sabido vender sus hojas de vida pretendiendo encarnar el tan anhelado relevo generacional en el campo político, de allí que se tenga una amplia e insípida baraja de candidatos que no hace fácil la tarea de tomar una decisión racional y acertada.
Para simplificar esta cuestión y liberar de la angustia al ciudadano, los “tutores políticos” proponen votar por “el que diga Uribe", de allí que las encuestas a la Alcaldía de Medellín sean lideradas por un inexperto y desconocido joven, con un apellido asociado a la élite política tradicional y que reúne las condiciones necesarias para servir de títere a las facciones políticas que lo promueven, con pasado reprochable en el ejercicio del poder como Álvaro Uribe, Valencia Cossio y Alfredo Ramos.
Estos viejos zorros políticos saben que para gobernar en cuerpo ajeno se requiere de un candidato con pocas convicciones, sin causas que lo animen a emprender alguna lucha, de espíritu sumiso que garantice obediencia al gran líder, que se conforme con ostentar el título de alcalde y no tenga prevención con ceder el gobierno. Presentar a un candidato joven para simular ante la ciudadanía un cambio no significa precisamente que las estrategias y formas de manejar los asuntos públicos vayan a ser diferentes, con seguridad el botín ya fue repartido de antemano entre los mencionados barones electorales.
El gobierno en cuerpo ajeno es una práctica que debilita la democracia, ante la cual la sociedad debe cerrar filas para defender la libertad de elegir, contrariando a las élites políticas y las encuestas, identificando a los candidatos que están atados con hilos invisibles que ordenan su voluntad y acudiendo masivamente a las urnas para votar conscientemente por quien no represente este tipo de prácticas.