La tarea de gobernar exige atender, entender y consentir a la ciudadanía y a la opinión pública. Descuidar esta obligación lleva a los gobernantes a gastar tiempo y recursos para superar las crisis que surgen por falta de comunicación o por una comunicación desacertada. Todos los gobiernos enfrentan oposición y si la facilitan más golpes recibirán. Petro, que tiene una habilidad natural para comunicar y conectar con la gente, enfrenta una jauría que le muerde los talones, le tiende cercos para bloquear los caminos que quiere recorrer, necesita aplicar una nueva política para hablar con el país.
La oposición de los poderes y la mediática ya es sólida, se está volviendo consistente e impasible. Es una oposición que busca neutralizar al gobierno, inmovilizarlo y en últimas forzarlo a hacer un giro en U para frenar el cambio. Esa es la tarea normal que le corresponde hacer a las élites económicas tradicionales para preservar su status quo. Al equipo de Petro le toca inventar la comunicación para un gobierno de cambio de manera que compita y neutralice la comunicación de sus opositores y contradictores.
Enfrentar la oposición de un establecimiento organizado, con recursos, experiencia y control de los medios exige asumir prácticas profesionales en el manejo de las comunicaciones de gobierno, que son muy distintas a las de campaña. Una tarea del equipo oficial es aprender a usar el poder presidencial para diseñar y marcar la agenda pública, para definir los temas a discutir y para señalar el sentido que deben tomar los debates. Un gobierno de cambio no puede dejarse llevar a una posición defensiva donde tarde o temprano le meterán goles.
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Un gobierno de cambio no puede dejarse llevar a una posición defensiva donde tarde o temprano le meterán goles
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Tomar la iniciativa en comunicaciones implica investigar, diseñar y planear las acciones que necesita para que la ciudadanía lo acompañe en sus políticas. La improvisación rara vez da resultados positivos, así como la incoherencia en las acciones y las reacciones de los funcionarios del gobierno produce daños a veces irreparables. Formular un plan de acción que aplique todo el gobierno es importante para que la comunicación sea efectiva. Prestablecer quienes se van a oponer a una medida, por qué lo harán y cómo lo harán, qué intereses afecta, quiénes serán los voceros y cómo van a desplegar sus argumentos defensivos, permite minimizar los ataques y canalizar las oposiciones.
Si el gobierno quiere iniciar la transición de las energías contaminantes a las limpias, por ejemplo, debe antes de hacer anuncios que asusten, anticipar la respuesta a las preguntas que la gente hará de acuerdo con la posición en que se encuentre frente al tema. Si es un estudiante que participó en las protestas de la Primera Línea su posición es clara. O si es un ecologista que quiere salvar el planeta ya mismo, también se sobreentiende que respaldará la medida. Pero si es un trabajador de la industria, un proveedor, un distribuidor, un banquero que financia Reficar, un explorador que invirtió millones de dólares para encontrar gas o petróleo, o un ahorrador que compró acciones de Ecopetrol, las preguntas que hará y las respuestas que necesita son otras. El gobierno no puede decir sencillamente que su fuente de ingresos se acabó por que su trabajo le hace daño al planeta. Debe ofrecer una solución.
Todos los ciudadanos tienen expectativas frente a los tema, temores. Todos deben tener respuestas. El papel del gobernante es atender, resolver, tratar los temores de los ciudadanos. A unos les debe anticipar cómo se va a remplazar el petróleo, el gas y el carbón; a otros cuánto tiempo va a tardar el nuevo sistema energético en ser operativo o cuánto va a costar y cómo se va a financiar. Los trabajadores querrán saber pasa si se acaba Reficar, Ecopetrol, Prodeco, Cerrejón y tantas otras empresas del sector. Los propietarios de las estaciones de gasolina, o los proveedores de la industria necesitan saber que van a hacer para obtener ingresos. Y el ministro de Hacienda explicar cómo va a remplazar los 20.000 millones de dólares que dejarán de entrar al gobierno. Todos necesitan ver cómo sus expectativas, intereses o temores encajan en el nuevo modelo.
Las formas de anticipar y prevenir las crisis están inventadas aun en temas complejos en los que nunca se llegará a un consenso. La comunicación de los gobiernos no es solo para buscas consensos sino para tramitar las políticas con menos obstáculos y sobresaltos; para atender a los ciudadanos cuando se afectan sus intereses, para ayudarlos a transitar hacia la nueva política. La comunicación que busca imponer, legitimar mecanismos autoritarios para tomar decisiones sin socializarlas, es decir sin tratar que las comunidades las entiendan porque le gobernante las considera indispensables, suele fracasar.
La “aplanadora parlamentaria” es una de esas prácticas. Como lo es reducir los tiempos del debate para minimizar la capacidad de las contrapartes de expresar sus inquietudes. Los gobiernos tienen la obligación de respetar los derechos de las minorías. Llamar a votar sin oír porque se sabe que se ganará, es matonear. El gobierno debe usar herramientas de comunicación para impulsar sus cambios bajo formas distintas a la confrontación, a desconocer al adversario y sus argumentos. Mientras más escuche un gobierno mejor comprenderá a los distintos tipos de ciudadanos y podrá tramitar las diferencias. La mera aprobación de una norma no conlleva sus aplicación. Las instancias para obstaculizarlas empiezan desde el pupitrazo. Basta con mirar la Ley 135 de 1961 que sesenta y dos años después Petro trata de aplicar con otro mecanismo: comprar las tierras que ningún gobierno pudo entregar a los campesinos en seis décadas.
El poder presidencial de comunicar lo ejerce en México AMLO de una manera que a muchos no les gusta pero que es de alta eficiencia. Todos los días, temprano, el presidente se dirige en vivo y en directo a la ciudadanía. Por radio, tv. y redes establece la agenda, lo que se va a discutir a lo largo del día. Dice lo que piensa. Felicita y regaña. Advierte, explica, pelea. No necesita que los medios de los grandes fondos de inversión o de los poderosos grupos económicos le hagan el favor de publicar sus puntos de vista o reducir sus críticas. Ni que los noticieros de los canales comerciales les “pasen” el mensaje. AMLO de manera directa se dirige al ciudadano, a todos -ricos y pobres – y escuchan de primera voz lo que dice y piensa el presidente. El mensaje lo tiene la población, no pasa por mediadores interesados. NO es necesario que Petro copie ese modelo, pero sí que establezca formas de comunicación directa con la sociedad.