El nombramiento del presentador y animador de televisión Carlos Calero en octubre pasado como Cónsul General de Colombia en San Francisco (EE.UU.) fue un tema que generó indignación, asombro y hasta se prestó para una ola de memes y chistes mordaces. Muchos se rasgaron las vestiduras con esta decisión que tomó la Cancillería, donde los motivos no fueron precisamente su trayectoria diplomática y preparación, sino seguramente como suelen ubicar en Colombia –el país de la sagrada rosca– a muchas personas en prestigiosos cargos del Estado: con palanca, padrino político y haciendo lobby.
Hoy que el Tribunal Administrativo de Cundinamarca derogó el nombramiento de Calero luego de que el ciudadano Mario Andrés Sandoval interpusiera una demanda de nulidad, se vuelve a revivir la polémica: unos aplauden la decisión, otros entran en su defensa. Pero lo que sí queda claro en este caso es la falta de argumentos que justifiquen la idoneidad y las facultades de Carlos Calero para desempeñar este cargo. De acuerdo a la respuesta del Ministerio de Relaciones Exteriores en un comunicado – que en mi opinión carece de fundamento –, tener don de gentes pesa más que una amplía preparación y trayectoria profesional.
Son varios los requisitos que hay que reunir para asumir un cargo como el de cónsul, entre ellos tener un perfecto dominio del idioma inglés, experiencia en el sector público y una amplia preparación diplomática y consular; algo que se adquiere cumpliendo cabalmente con la carrera diplomática como muchos de los mortales colombianos que llevan años invirtiendo tiempo y empeño para ganarse un lugar en alguna de las plazas que hay. Es un largo, arduo y jerarquizado proceso en el siguiente escalafón y permanencia: Tercer Secretario (3 años y 1 año de prueba), Segundo Secretario (4 años), Primer Secretario (4 años), Consejero (4 años), Ministro Consejero (4 años), Ministro Plenipotenciario (5 años) y por último Embajador.
Para llegar al cargo de Calero, que según su resolución está como “Consejero de Relaciones Exteriores adscrito al Consulado General de San Francisco, Estados Unidos”, hay que: tener por lo menos de 13 a 14 años de carrera diplomática desde su ingreso a la academia; demostrar ascensos; someterse a una rigurosa evaluación de desempeño y otra serie de exigentes pruebas. Está claro que el barranquillero culminó sus estudios en Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y que realizó una especialización en Opinión Pública y Marketing Político en la Universidad Javeriana, pero ¿es el bagaje y la preparación suficiente?
Como profesional también del periodismo y ciudadano es frustrante y desalentador citar ejemplos como este, donde supuestamente el tener don de gentes, padrino o ser cuota de un favor político, están por encima del conocimiento y las capacidades profesionales de una persona. Como este hay miles de casos, carentes de rigor, imparcialidad, transparencia y equidad. Pero como dicen por ahí: lo malo de la rosca es no estar en ella.