Al cierre de su tercer ciclo electoral, y en la primera elección bajo el rótulo de Comunes, el partido nacido del acuerdo de paz y columna vertebral del proceso de reincorporación política, tuvo un resultado desalentador; es más, se podrían afirmar que los Comunes perdieron por partida doble; por un lado, el preconteo los ubicó en la decimocuarta posición con 31.116 votos (el 0,19 de la votación), un registro muy alejado de la expectativa moderada de doblar la votación alcanzada en 2018 (52.532 votos) o la expectativa optimista de obtener la votación suficiente para ingresar un sexto escaño (aproximadamente 700.000 votos); por otro lado, el escrutinio les restó 6.254 votos y ubicó la lista en la penúltima posición con un total de 24.862 votos. ¿Qué pasó?
Sin desestimar las irregularidades y alteraciones en los formularios E-14, el desempeño electoral de Comunes fue precario y solo puede calificarse como una debacle. Para comprender la naturaleza de ese resultado se deben analizar diferentes variables; externas, internas y contextuales, algo importante para responder a la pregunta: ¿qué le esperará a los Comunes en los próximos cuatro años?
Entre la transición y el fenómeno del Pacto Histórico
La existencia de Comunes se encuentra atravesada por una transición política que, ajustada a lo acordado en el punto 3 del acuerdo de paz, facilita espacios de participación y a la vez condiciona su crecimiento como partido. En efecto, la personería jurídica y las diez curules fijas en el Congreso, se podrían haber convertido en un factor para desincentivar el respaldo al partido, pues termina reforzando dos creencias bastante extendidas entre los sectores de izquierda: 1) los comunes “no necesitan los votos porque ya tienen las curules”, y 2) es mejor apoyar listas que si “necesiten los votos” para superar el umbral e ingresar a la cifra repartidora.
Esas posturas han minado progresivamente el desempeño de Comunes en elecciones nacionales porque al ser un partido de opinión, conlleva a muchos potenciales electores, por mero sentido de elección racional, a respaldar listas que se presumen más competitivas. Ese contexto se tenía más claro en esta elección que en el debut electoral de 2018. Así me lo expresó un dirigente del Pacto Histórico en Antioquia a propósito de la campaña a Cámara: “Si Comunes saca 50.000 votos, esa votación se pierde del todo, ya tienen la curul así se saquen mil votos”. Más allá de las diez curules fijas (con el último periodo que va del 2022-2026), Comunes es un partido político en propiedad, y en ese sentido, necesita ampliar su base electoral y generar arraigos territoriales.
Al doble filo de la transición, su agrega el fenómeno arrasador del Pacto Histórico, arrasador porque copó todo el electorado de la izquierda (el espacio natural de Comunes) y solo encontró un competidor efectivo en la lista de Fuerza Ciudadana.
Un reducido espacio de opinión
Al ser un partido con una sólida representación parlamentaria, pero sin niveles de intermediación territorial —alcaldes, gobernadores o concejales—, Comunes depende excesivamente de la gestión y visibilidad de sus congresistas para ganar espacios de opinión y eventualmente ampliar su base electoral; sin embargo, durante estos cuatro años, su bancada no ha despuntado con voz propia entre las fuerzas alternativas, no ha liderado algún debate de control político de resonancia nacional o siquiera ha dado grandes golpes de opinión. Si ha destacado por promover un amplio conjunto de audiencias públicas territoriales y tener gran iniciativa legislativa, pero esto no ha sido suficiente para posicionar una voz propia al interior del Congreso o destacar en el competitivo espacio de opinión entre las fuerzas de izquierda.
Y aunque la fortaleza de Comunes se encuentra en la defensa del acuerdo de paz, lo que constituye su identidad programática y su principal cuestión existencial, esa narrativa se ha dispersado entre el bloque alternativo, con congresistas que han asumido la cuestión del acuerdo como su principal bandera, siendo el ejemplo más mediático y visible el de la representante Juanita Goebertus. Y a pesar de que los Comunes se han plegado a iniciativas de gran resonancia como la renta básica, su apoyo se presenta como “vagón de cola”.
En ese sentido, la viabilidad electoral de Comunes en el corto plazo se encuentra en constituir una infraestructura política tanto local (ediles, concejales y alcaldes) como intermedia (diputados y gobernadores), y a la vez, asumir un mayor nivel de incidencia en la opinión nacional.
¿Una derrota social y cultural?
Tras la debacle electoral también se debe reflexionar sobre la recepción por parte de la sociedad colombiana del proyecto político de las extintas Farc-EP. No hay duda de que el acuerdo de paz cimentó una de las mayores transformaciones en la historia del país, echó por el suelo el patrioterismo antifariano que impulsó a Uribe y le restó margen de acción a la derecha (las Farc derechizó el país); difícilmente se podría comprender el ascenso de la izquierda y el mismo “fenómeno Petro” sin precisar las potencias desatadas por el acuerdo. Sin embargo, ese importante capital social y cultural no parece que fuera a ser cosechado por el partido Comunes.
Se podría concluir que la matriz mediática de la seguridad democrática, tan efectiva que aniquiló el sentido histórico y político del alzamiento armado, afectó estructuralmente las posibilidades de arraigo social del proyecto político de la exguerrilla. Todavía hay millones de colombianos que se resienten a reconocer su carácter político, la importancia de la transición o el perdón social. Hasta en algunos sectores alternativos, los mismos que bajo un cálculo electoral prefieren no incluir a Comunes en coaliciones por temor a “perder votos”. Solo hay que ver la forma como Petro asume el apoyo de Comunes, tildándolo de “calumnia” porque “en el Pacto Histórico no hay una sola persona de Comunes”.
Si la derrota de Comunes no solo es electoral, sino social y cultural, el partido la tiene cuesta arriba para generar arraigos y ampliar sus posibilidades electorales —la de 2022 fue una campaña con un amplio despliegue en redes sociales y grandes capitales—. Es una reflexión pertinente y necesaria, en la cual considero deben participar los demás sectores alternativos en aras de reducir los niveles de estigmatización y violencia. Tampoco se puede olvidar que Comunes es un partido sui generis, pues sus dirigentes también deben velar por la reincorporación social —en un escenario de violencia contra los firmantes—; responder a un sistema de justicia transicional (que este año implementará las primeras sanciones propias); y contribuir a la reparación de las víctimas.
Un gobierno partidario de la paz y con la voluntad de implementar la reforma rural integral podría favorecer las perspectivas de crecimiento del partido, ya que su bancada —sus diez votos podrían resultar decisivos— no quedaría reducida a la parálisis reactiva de la oposición y eventualmente podría integrarse a una coalición de gobierno, ampliando sus capacidades de intermediación y gestión. Eso solo lo sabremos en algunos meses, así como la estrategia que emplearán de cara a las elecciones de 2023 y 2026, los años decisivos para revertir la debacle electoral y determinar su continuidad como partido.