Comprender la propia participación

Comprender la propia participación

Por: Elisa Sax
febrero 02, 2015
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Comprender la propia participación

Como ciudadana mayor me intereso profundamente por el proceso de paz en el país, pero, como docente y clínica estoy segura de que la dificultad mayor a superar está en las relaciones cotidianas entre personas donde reina un individualismo soberbio y una tóxica idolatría del vencedor.

Luego de cinco años sin vacaciones este fin de año tomé unas, para hacer mantenimientos locativos, caminatas urbanas y un viaje ecoturístico de cinco días, de donde provienen mis observaciones.

Fui al parque de mi barrio una mañana para probar los aparatos de gimnasio, que aunque nuevos, ya tienen las empuñaduras cortadas a navajazos. Hacía ejercicio cuando una joven con su perro se dirigió directamente a la plataforma de ejercicios, para que el animal orinara al pie de uno de los aparatos. Le pregunté por qué elegía ese lugar para los desechos de su mascota en vez de traer una bolsa y procurar orientarla hacia otro sitio.
–Si el perro prefiere ahí, ¿yo que puedo hacer? –me espetó la joven– y si usted quiere que use una bolsa ¡cómpremela!
–Usted sabe que comete una contravención –respondí–. Lo que hace no es cívico ni considera a las personas que usan el gimnasio.
La joven empezó a lanzarme calificativos insultantes y luego concluyó: “Si hago esto o lo otro, ¿a usted qué le importa? ¡Coma callada!”

Otro de esos días de descanso lo dediqué a la revisión preventiva del gas y como lo único que me hacía falta era instalar una ventilación superior, fui a un almacén de grandes superficies por la rejilla. Hice la fila para pagar en la caja y llegado mi turno, un hombre mayor, una chica y un chico adultos, vinieron de la caja de al lado con tres electrodomésticos en un carro y tomaron mi lugar en la caja. Protesté y entonces el hombre mayor me dijo que le había otro cajero. Ya me estaba resignando, cuando la chica que estaba con él empieza a mirarme fijamente con un gesto de burla. Al principio me desconcerté, no entendía o no daba crédito a la actitud de la chica, pero, luego ya fue evidente que le divertía verme con una rejilla en la mano esperando y que hubieran ganado el turno.

Quise olvidarme y pensé que por fortuna saldría de la ciudad, porque veía enrarecido el ambiente urbano. Elegí un paraíso de naturaleza agreste y bellos animales, anunciado como viaje “ecoturístico”. Ya allí y a pesar de las advertencias, los turistas tiraban vasos de icopor o paquetes de snacs en las aguas, alimentaban con esos comestibles medio-sintéticos a los pequeños monos y sumergían las manos pegajosas de bloqueador solar y repelente en la piscina de un manatí bebé. Los adultos se peleaban igual que los niños por fotografiarse con un mono, mientras uno le tiraba la cola, el otro se agarraba de su pata. Lo peor era ver a los nativos en plenos mercadeo de animales para satisfacer al turista, sin ningún respeto ni por ellos ni por sí mismos.

Regresaba al fin de ese paseo, en el que nadie enseña al turista cómo debe comportarse en las pocas reservas naturales que nos restan, pero, faltaba el broche de oro. Cuando esperaba el vuelo de regreso sentada en el aeropuerto, una pareja joven también quería sentarse. Junto a mí no había más que una silla vacía. La mujer se sentó y con gran desparpajo se rodeó con varios paquetes de mano invadiendo su sitio –por cierto, suficiente para un adulto, pero no para él y su equipaje– y también el mío. Sospeché que si le hacía notar que me molestaba se pondría de mal talante, pero, no quería permitirle ese abuso, entonces, me giré volviendo un poco la espalda a sus paquetes. De inmediato empezó a insultarme con furia. Le dije entonces que me había vuelto puesto que ella había puesto su maleta sobre mi muslo. Ella volvió a ponérmelo encima con fuerza diciendo: “¡No tengo dónde más ponerlo!” Entonces, me puse de pie para ir avanzando en una fila hacia la puerta de embarque, pero lejos de calmarse, la mujer empezó a gritar diciendo: “¡Esa desgraciada me rompió la bolsa!”, algo que nunca pasó, al menos por mi intervención.

Desde ese momento, pensé que debía escribir en alguna parte estas aparentes minucias cotidianas, porque sé que suceden con frecuencia y que es preciso analizarlas, no como problemas personales aislados sino como síntomas de época, que tienen un sentido, portan el sello de ofuscación que produce el ideal del triunfo individual que debería aplastar a los perdedores: animales, débiles, viejos o insignificantes, pero no lo logra.

En los últimos tiempos la lógica de mercado ha ido transformando a los ciudadanos en usuarios (horrible palabra, cargada de utilitarismo), en consumidores, cuya mejor definición es “capitalistas (de mente y de corazón) sin capital” que tratan a sus semejantes como objetos. La mujer del aeropuerto fue elocuente al respecto: de mi lado no veía sino un soporte para poner su paquete, por eso mi gesto de retiro desató su ira más intensamente.

Pero, no escribo como se dice hoy “a título de víctima”, no. Posiblemente son las personas que tropezaron conmigo las que se sienten víctimas, se sienten “inocentes” y en lo que a mí concierne no creo que exista nadie inocente de la lógica presente. Todos hacemos parte y si la hacemos estamos concernidos, lo entendamos o no. El insulto revela una verdad incomprendida por aquel que lo profiere y su pretensión de decir la última palabra, la verdadera, pretensión que describe en últimas la lógica moderna de la guerra. Lógica aplicable tanto a los antecedentes de la masacre sucedida recientemente en Francia, como a los recientes enfrentamientos –en las afueras de la fiscalía– entre miembros de la prensa y adeptos a un ex candidato citado a indagatoria.

Pero, decir esa última palabra es imposible, siempre habrá alguien que piense y diga distinto a uno mismo, por eso su lógica deriva en agresión: gritos, golpes, otros atentados a la integridad, etc. que se dan cotidianamente contra animales, niños, viejos y demás semejantes. La guerra difícil de superar es no comprender la propia participación en la lógica social imperante, es difícil de superar sobre todo porque nuestra época ha erigido a los campeones, a los vivos y a las víctimas, en héroes inocentes, cuando lo que hay que indagar es la lógica ideológico-económica de las relaciones.

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