En mi caso se siente como una explosión de sentido dentro de mi cabeza. Estoy por ahí con alguna amiga comiendo algo y de pronto es como si escuchara las conversaciones de todas las personas que están en el restaurante, pasando por la calle, con las que me he cruzado ese día, esa semana, ese año y durante toda mi vida. Es como si mi mente se esforzara por comprender el absoluto, todos los sonidos y las imágenes que me rodean, las fantasías, el significado último de cada palabra, los movimientos de la gente, la razón de ser de cada objeto, todo esto en un mismo instante. Es una explosión incontrolada de sentido. Luego uno hiperventila, se queda sin aire y trata de huir pero sin tener un lugar en concreto en el cual refugiarse porque todo significa, porque no hay ningún espacio carente de significado, al menos ninguno distinto a la muerte.
Entonces uno se encuentra completamente atrapado, sin ninguna salida posible, y sin embargo, hay que buscarla y uno se pone a caminar como un desesperado durante todo el día por las ruidosas calles bogotanas tratando de no pensar en nada, de cansar el cuerpo y el cerebro para que esa sensación atroz lo deje respirar al menos por unos instantes, los suficientes para volver a oxigenar los pulmones. Eso, desde luego no sucede, y la cosa suele empeorar cada día y casi que cada minuto, al punto de que uno empieza a creer que nada tiene sentido, que esto no vale la pena y entonces considera seriamente saltar desde algún puente peatonal de los metálicos justamente en el momento antes de que pase un Transmilenio a toda velocidad.
El psiquiatra me diagnosticó con ataques de pánico y depresión severa, me formuló Clonazepam (una benzodiacepina que se toma en gotas y actúa sedando el sistema nervioso) pero me advirtió que solo podía tomarla durante cuatro semanas porque tiene el problema de que es adictivo y genera tolerancia. Además, me dio unas tabletas de Sertralina para modular el estado de ánimo. Entre los efectos secundarios de ambos fármacos está la disminución del deseo sexual, la pérdida de la memoria, diarrea, cefalea, mayor depresión y ansiedad (paradójico ¿no?) y pensamientos suicidas. Lo dice la caja en la que vienen, y efectivamente, en estos días pensaba en el cantante de música rock Chris Cornell que se ahorcó hace unas semanas probablemente como efecto de una sobredosis de una benzodiacepina. Bueno, pues en mi caso, un factor adicional en toda esta ecuación ansiosa y depresiva es una tiroiditis de Hashimoto que me fue diagnosticada hace 6 años. No deseo extenderme.
Además de estos medicamentos y de la terapia CBT (Cognitive Behavoural Therapy) para poder superar esta enfermedad, una de las condiciones centrales en mi caso es tener la tiroides regulada. Esto me lo han dicho varios médicos y lo confirmó el psiquiatra. Y efectivamente, luego de un examen de TSH y T4 libre que salió con los indicadores altos, me subieron la dosis de 112 mg a 137 mg de Eutirox (mi cuerpo no asimila la Levotiroxina genérica). Y ahí empezó el nuevo calvario y la razón por la que escribo esta carta, pues como es un medicamento de laboratorio tuve que esperar alrededor de dos semanas para que me lo autorizaran en un comité farmacológico, y hoy, que fui por una nueva cajetilla de tabletas me dijeron en la farmacia (Audifarma) que tengo que esperar al 9 de junio a que Compensar los autorice nuevamente, es decir, que me debo quedar seis días sin el medicamento.
El problema es un absurdo de esos que tantos nos gusta en este país, pues sucede que la presentación de Eutirox viene por 25 tabletas, Compensar puso 30 en su autorización, en Audifarma no pueden cortar las 5 tabletas adicionales, y como en Compensar no pueden autorizar más de 30, es decir 50 para que puedan darme dos sobres, pues debo quedarme esos 5 días sin el medicamento. Me lo dijo la señora de autorizaciones de medicamentos de la sede de Calle 42, el 1 de junio de 2017, 8:10 a.m., en el módulo de la mitad, segundo piso. Era una señora de unos 35 o 40 años, delgada, tes clara, que usa gafas y de nariz aguileña, “yo no le puedo autorizar a usted nada hasta el lunes así que entonces sí, le toca quedarse sin medicamento estos días".
Luego de explicarle mi problema de la depresión y lo importante que es para mí en este momento tomarme con juicio esa pasta se burló, miró a los señores pensionados que estaban haciendo fila quienes siguiéndole el juego también se burlaron, y me dijo que eso no tenía nada que ver, que la tiroides no tenía nada que ver con la depresión y que antes me estaba haciendo un gran favor al autorizarlo el lunes porque eso se puede tardar más de una semana. Luego se carcajeó nuevamente.
Quizás es algo que genera burlas, quizás usted mismo se esté burlando, señor gerente, si es que ha leído hasta acá, pero en mi experiencia personal esta enfermedad ha sido algo atroz y doloroso al punto de que no tengo palabras para describirla. La ansiedad y depresión son las dos epidemias globales de nuestros tiempos. Como usted a lo mejor sabe los casos están disparados en todo el mundo y así mismo el índice de suicidios y de consumo de fármacos ansiolíticos y antidepresivos. En este país no se habla lo suficiente de ello, genera vergüenza o burla como me sucedió esta mañana en una de sus sedes. Soportar la existencia de ahora, cargada de reguetón y celulares inteligentes y porno y fiestas sin descanso y el imperativo de la máxima felicidad y goce es algo sumamente angustiante, y cada vez lo es más sin uno opta por no drogarse, si uno opta por ser una persona reflexiva y critica del estado actual de las cosas. Sin embargo, soy de los que piensa que esto tiene una salida digna.
En mi caso, le comento que he venido mejorando. Los ataques de pánico han desaparecido casi por completo y ahora mismo estoy tratando de superar la etapa depresiva. Estoy comiendo mejor, hago ejercicio, paso más tiempo con mi familia y voy al psicoanalista. También escribo… Y es verdad, señor gerente, que me he sentido mejor y que estoy luchando con fuerzas contra esta enfermedad, y la cuestión es que no quiero volver a hundirme en los ataques de pánico, no quiero volver a pensar en la muerte como el único lugar posible de descanso. Y para esto demando públicamente mi derecho a la prestación de un servicio eficiente y digno de salud por parte de la EPS que usted gerencia, para esto requiero que ustedes empleen funcionarios que puedan simpatizar con el dolor ajeno en lugar de hacerle burlas, para esto le pido que usted lidere la implementación de procedimientos que en lugar de entorpecer la prestación de un servicio lo hagan más eficiente y digno. Vea que no es algo difícil de lograr y sí puede tener un gran impacto en salvar vidas humanas.
Por mi parte, sé que hay gente que me quiere y a quienes detestaría hacerlos sufrir. Yo mismo siento que aún me quedan muchas cosas por hacer en la vida. Si bien estoy sin empleo ahora mismo, terminé un doctorado hace poco, estoy trabajando en una novela, y quizás publique un libro de reflexión sobre todo lo que he sufrido durante los últimos meses. Y su organización y la prestación de un servicio digno y eficiente de salud juegan un papel central en todo esto. No solo en mi caso. Ojalá lo pueda tener en cuenta.