La firma y posterior implementación de los acuerdos de la Habana ha traído para Colombia una serie de retos. Muchos son los que piensan que los mayores desafios son los legislativos para su implementación y pese a que dado el fallo de la Corte Constitucional de cara a la figura del “Fast Track” ha colocado el acuerdo en una situación tensa, miramos como es de costumbre al lugar equivocado para identificar los verdaderos retos.
El posacuerdo necesita pensar la compasión y sobre todo requiere que los colombianos piensen de ahora en adelante desde ella. También, se necesita que entiendan la otredad, el dolor del otro y sientan el deseo de erradicar el sufrimiento del prójimo, ese es el andamiaje que necesita la paz.
Sin embargo, ¿de qué hablamos cuando hablamos de compasión?, esto de por sí trae ya es un asunto problemático, el diccionario de la RAE define la palabra como “un sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias”, esta definición se encuentra cercana al pensamiento de Emmanuel Kant quien cuestionaba el sentimiento compasivo al plantear que el hecho de que compadecerse suponía justamente que dos sufrieran al precio de uno.
El entendimiento erróneo de la palabra nos ha llevado a pensar en esta como un tipo de humillación o como un reconocimiento de una debilidad propia que se ha intentado ocultar, con el tiempo la palabra compasión ha sido asimilada de la misma o de una manera similar con otros términos, tal como el de “apiadarse” tan popular en el pensamiento moralista británico de Adam Smith, F. Hutcheson, T. Reíd y Hume.
Aristóteles al tratar de definir la piedad (éleos), nos dice “(...) sea la compasión cierta pena por un mal que aparece grave y penoso en quien no lo merece, el cual se podría esperar padecerlo uno mismo o alguno de los allegados”, Aristóteles plantea un entendimiento objetivo a un padecimiento subjetivo, pensamiento retomado por Nietzsche en la creación de su idea de “neurosis de bienestar” que lleva a pensar en cualquier contratiempo como insoportable.
Si bien para Aristóteles el actuar bajo la guía de la compasión corresponde al accionar de un alma noble, los racionalistas tales como Kant, Descartes y Spinoza piensan al contrario que al dejar que nuestro actuar este movido solamente por el sentimiento compasivo llegaremos a sentirnos cegados o confundidos, acabando en el engaño.
Es por ello que el denominado hombre virtuoso de Spinoza o el hombre generoso de Descartes necesitan de una deliberación previa sobre todas las motivaciones que impulsan su acción; estos tres racionalistas sin embargo comprenden que la sabiduría proveniente de la razón no está al alcance de todas las personas, por lo tanto es aceptable actuar bajo la guía de la piedad, ya que esto es mucho mejor que actuar bajo la crueldad.
Fina Birulés dirá que “Las relaciones nos constituyen, nos hacen y nos deshacen. No siempre estamos intactos; el deseo y el duelo nos muestran cuánto hay de inacabado y de dependiente en nosotros.”, la vida en sociedad y mucho más en la construcción de nuevos sujetos políticos necesarios para el pos acuerdo nos lleva a la necesidad de ser compasivos, quizás no en el entendido que de este término tiene la filosofía occidental, se trata más de la compasión del Budismo.
El Budismo se aleja del sentimiento de lastima y conmiseración, que muchos pensadores atribuían a la compasión, para no caer en un sufrimiento innecesario, ya que estas emociones no están relacionadas con el karuná (deseo de aliviar el sufrimiento en los otros, humanos y no humanos), esto no solo logra expandir el sufrimiento del otro, sino que permite a nuestro egoísmo añadir nuestro propio sufrimiento al de los demás.
“Cuando tu miedo toca el dolor del otro, se convierte en lástima. Cuando tu amor toca el dolor del otro, se convierte en compasión” – Stephen Levine.
El deseo de ver a todos los seres felices es la esencia de la compasión, el budismo identifica tres distintos puntos de partida desde donde puede desarrollarse.
El primero es la actitud del rey, el rey antes de poder dar a los demás se hace grande a sí mismo, ya que solo si él es fuerte puede serle útil a los demás, el segundo es la actitud del barquero, él lleva a todos consigo y la última, es la actitud de un pastor, que piensa “¿a quién más puedo ayudar?”
El truco esté en comprender que los errores, las fallas y los comportamientos difíciles de los demás e inclusive de nosotros mismos no provienen propiamente de la “maldad”, sino de la ignorancia, ya que no se sabe cómo llegar a la felicidad, y “por desgracia la mayoría recoge con más frecuencia las ortigas que las flores”.