El Paraíso como su nombre lo indica es un lugar idílico. Un corregimiento pastuso a 2780 metros sobre el nivel del mar donde su gente de piel quemada, a causa de los 12 grados de temperatura, vive de cultivar papa, ulluco, maíz, zanahoria y cebolla. Las dos mil personas que viven aquí tienen más hemoglobina en la sangre, los músculos más tensos y la mente más fresca que el resto de los colombianos. Ellos cultivan sus propios alimentos y crían vacas para producir quesos artesanales.
Allí se respira aire frío y fresco pues no hay carros, ni fábricas y cuando se oculta el sol, la luz se genera a través de molinos de vientos que se mueven gracias a las corrientes que bajan desde los ríos amazonas y putumayo. Para encontrarse con la “civilización” deben caminar varios kilómetros hasta llegar al borde de una carretera pavimentada por donde pasa una ruta de bus urbano y colectivo municipal, las cuales muy pocas veces utilizan estas personas que se visten de ruana y chalina.
En la vía que desde Pasto conduce a la Laguna de la Cocha a mano izquierda se ven a lo lejos un grupo de casitas campesinas en medio de grandes extensiones verdes. A ocho kilómetros sobre las montañas de la cordillera andina una enorme iglesia blanca anuncia la llegada a El Paraíso. En este terreno quebrado y montañoso las puertas de las casas permanecen abiertas. Aquí todos se conocen, no hay modas, iphones, ni electrodomésticos de última tecnología. Es un lugar capturado por el tiempo que aún conserva el respeto hacia la naturaleza. Los colores todavía se ven intensos, el volcán Galeras adorna el paisaje y para fortuna de sus habitantes, las luces de la ciudad se ven lejos, diminutas.
El promotor de este pueblo que podría ser considerado un modelo de convivencia autosostenible es Jaime Jojoa, un médico nefrólogo que estudia los trastornos del sistema nervioso. Este hombre, hijo de padres campesinos, creció en medio de un cultivo de cebollas viendo a los profesores llegar en chiva hasta su pueblo. Recuerdos que se quedaron grabados en su mente y viajaron con él hasta Canadá donde se convenció de que tenía que conservar su tierra. Regresó a El Paraíso en 2002 y se dedicó a crear un espacio libre de prejuicios. Así le dio cambió el modo de vida de su terruño, un lugar donde nadie es visto como un intruso.
En El Paraiso no hay montañas de basura, cultivos agresivos ni nada que atente contra la fragilidad de la naturaleza. Aquí las personas viven en función de los arboles, flores y mariposas. No hay peleas de borrachos, accidentes de tránsito, ni violencia intrafamiliar; este es el lugar de Colombia que tiene los índices más bajos de consumo de alcohol y cigarrillo. En las fiestas y carnavales que se celebran una vez al año, los vecinos jamás han emprendido competencias por el volumen de la música, ni los hombres exageran bebiendo alcohol en sus agasajos. Por todo lo anterior en el años 2004 El Paraíso fue declarado Comunidad Saludable por sus hábitos y costumbres.
El Paraíso es el modelo más cercano a ciudad slow que existe en Colombia. Slow quiere decir hacer las cosas bien, sin afán, en el tiempo justo. Un movimiento que se fundó en Italia en 1999 y busca mejorar la calidad de vida en la ciudades resistiendo a la americanización. En El Paraíso no hay superpoblación, no hay contaminación porque hacen un buen manejo de basuras, tienen vías de acceso y es autosostenible en la producción de sus alimentos. Este lugar no ha sido afectado por la violencia de nuestro país ni por la avalancha tecnológica que hoy asedia las grandes ciudades.