Estos jóvenes que acabaron ajusticiados en un paraje rural de El Tambo, en esa Colombia profunda que es el Cauca, donde se vive a espaldas de todas las dinámicas sociales de un país supuestamente democrático, donde el estado de derecho desaparece como por arte de magia en la curva de una carretera o al traspasar los límites de una vereda, y empieza a imperar la ley del más fuerte, murieron como vivieron sus cortas vidas: como víctimas.
El tiro o el cuchillo
El tiro de gracia o el filo del cuchillo que rasga la garganta son los instrumentos finales en la última escena de unas vidas fallidas, echadas a perder casi desde que vieron la luz, unas vidas que fueron siendo ajusticiadas paulatinamente por la contrariedades, como una gota de agua obstinada. Día tras día.
Estos jóvenes murieron en su ley, en la ley de la violencia, y esta no se genera aleatoriamente, hace parte de una cultura de conflictos familiares, sociales, económicos y políticos que acaba impregnado para siempre el estilo de vida de los jóvenes.
Perdieron la batalla
Estos jóvenes perdieron su batalla en la adaptación y la supervivencia. Han sido discriminados, excluidos de decisiones trascendentales que impactaron directamente en sus vidas. Muchos de ellos sin proyectos viables dentro de la legalidad, toman la delincuencia como alternativa de sobrevivencia.
Mala tierra
Crecen en entornos donde es fácil el acceso a las drogas, donde no hay empleo, educación ni espacios culturales o deportivos.
Donde los lugares comunes son la desintegración familiar, la violencia, la delincuencia y sobre todo la miseria.
Entre cardos
Acabar en manos de la justicia (la legítima, la de la calle o la de los grupos armados) es lo más lógico entonces para una juventud sembrada entre cardos o espinos.