Hace 2 años, estando en otro país recibo la llamada inesperada de un primo, “Hola primo, ¿cómo ha estado la familia?” “Hola primo que alegría escucharlo, todo muy bien, ¿como ha estado?” “Bien primo, llamaba para comentarle algo, ¿usted con quién está?” "Acá con mi esposa” “Ah ya, ¿está sentado?” “Sí, ¿qué pasó?” “Primo es que pasó algo grave, vino un tipo en la tarde, parece que estaba siguiendo a su mamá y le dispararon a ella y a su papá” “¿QUÉ ? ¿Pero está bien? ¿En qué hospital está?” “Primo... tiene que ser fuerte”. Y desde ahí empezó el derrumbe.
Era imposible no verla: sus carcajadas avisaban su presencia, el barrio entero sabía quién era ella, o había oído hablar de la profe Dianita, la de los ojos azules, ojitos de mar, la monita, la que el mismo día de su muerte, horas antes, le había comprado todos los helados a un señor y les compartió a todos los que vio a su alrededor.
Era cristiana, no solo en fe sino en obras, devota de Dios, todos estábamos en sus oraciones. Y lo más impresionante: un optimismo hecho de diamante, no había infortunio que quebrara su alma, hasta las más terribles calamidades eran alguna bendición oculta para ella.
Difícil entender lo que pasó, poder traer a la mente un motivo para matarla. Su muerte fue llorada por el barrio con un lamento que solo la muerte de un santo podría sembrar. Ella era líder no porque diera órdenes, porque la conociera todo el mundo, porque comandara un ejército, no, no, no, ella era líder porque los escuchaba a todos, escuchaba sus sueños, sus miedos, veía el oro detrás de la mujer que había sido abusada, veía el gran futuro en el drogadicto que la saludaba en la esquina, veía el talento en los niños que vivían violencia en sus hogares.
Y era líder porque unía a los opuestos, traía paz con su acciones, aún los más terribles enemigos veían en la profe Diana una persona en la cual confiar sus disputas y resolver las rencillas. Infatigable, ella era la voz de los que no podían hablar, de los que no podían ver, de los más indefensos, de los que tienen algo importante que decir y nadie se tomaba la molestia de escuchar.
Una vez capturado su asesino, empieza el tortuoso baile de la impunidad: piden tiempo, no dejan ver su rostro, niega haber sido, y cuando las pruebas son incontestables piden más tiempo, no quieren hablar, postergan y postergan: quizás algún día se canse la justicia, quizás así se olviden de esto, quizás puedan seguir.
Y en últimas, ¿qué culpa tiene ese hombre? Él es de esos diamantes en bruto que mi mamá hubiera apreciado. Un hombre arrastrado por las circunstancias a vivir de la droga, de la muerte, que seguro su saludo de buenos días en la mañana era un golpe, un “ojalá no hubieras nacido”, un “qué maldición estaré pagando contigo”.
Y sí, las circunstancias, no tuvo una mamá como la mía que le recibiera con un beso y un abrazo, que se sintiera orgullosa de él, de sus triunfos o fracasos, que le diera ese aliento, ese abrigo, esa compañía a pesar de todo.
“El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” dijo Jesús. No voy a tirarle la piedra al asesino de mi mamá, y no por querer vengarme me convertiré en un asesino como él.
De mi parte perdonado está ese pobre hombre, bendiciones para él. Él es solo un peón de la violencia, que es cobarde y mezquina, que quiere robarle la alegría a Colombia, que quiere que levante mi puño con ira, me vaya a gritar de rabia contra el gobierno, contra la guerrilla, contra los paramilitares, contra los políticos. Discúlpame violencia, yo sé cómo vengarme mejor: formar una familia en paz y amor, con mucha paciencia y cariño, que mis hijos no se conviertan en tus soldados, que aprendan a perdonar y sanar.
Mi esposa ligada de trompas, con el método de corte que es más efectivo, ha vuelto a quedar embarazada, este milagrito que viene (que será una niña) se llamará Diana, y así con nueva vida, en paz, amor y alegría te digo violencia que he vengado a mi mami, y la seguiremos vengando todos los días.