El próximo lunes el presidente francés François Hollande visitará una de las zonas de concentración de los desmovilizados de las FARC en el Cauca. En esta ocasión, tomemos una mirada sobre lo que Colombia representa para Europa y particularmente para la nación de las luces, que pronto nos iluminará de su presencia. Salsa, FARC, selva y últimamente paz son las palabras que más rápido se articulan al momento de evocar nuestra querida patria en el exterior. Gracias a Yuri Buenaventura, al secuestro de Ingrid Betancourt y las series epónimas sobre los ingloriosos años de Colombia, los franceses se han enterado poco a poco de la existencia de una especie de paraíso selvático que existe más allá del atlántico y demasiado cerca al Ecuador para sus sensibles pieles. Un mundo desconocido en el cual parecen coexistir una sociedad firme y fuertemente militarizada con un abandono total de las reglas de decencia y pudor occidentales.
Muchos europeos, sin entenderlo bien, han sido testigos lejanos de momentos de repente muy caóticos; como cuando se les anunciaba que las FARC iban a recibir un territorio del tamaño de Suiza (el Caguán) donde podrían realizar sus actividades ilícitas impunemente, y de otros, más lógicos a sus ojos; como cuando se logró la liberación de Ingrid Betancourt y que instantemente se trenzaron laureles sobre las cabezas de ilustres compatriotas suyos y nuestros. Sin embargo las furtivas horas de gloria de Colombia no aguantaban estar en la luz y rápidamente una falta de seguimiento en las noticias internacionales cortaba el hilo de la historia. En fin y como guinda del pastel, las embajadas extranjeras izaban la bandera roja sobre el pico Cristóbal Colón, sinónimo de no bienvenida internacional. Con todas estas informaciones contrarias, hasta el propio corresponsal en París quedaba confundido.
Una bruma espesa empezó a envolver a Colombia, y de lejos no se distinguía si la espada de Simón Bolívar lograría otra vez partir en pedazos la oscuridad. Hasta que se murmuró la palabra paz y que los medios internacionales empezaron a declamar sus virtudes. La ignorancia había cesado, el horizonte se abría sobre unos paisajes vírgenes y un país abierto para los negocios. François Hollande, que no tiene niebla sobre sus gafas, lo entendió, y fiel a la gran tradición francesa de defender las libertades, invirtió en Colombia. Su país participa a altura de 17 millones de euros en el futuro del pueblo colombiano y esta próxima semana el presidente ensuciará sus zapatos en tierra “Santa” para constatar si su dinero fue bien gastado.
En la Elvira, Cauca, paz y libertad caminaran juntas, y aunque sus definiciones estén todavía borrosas para muchos, cazaran por siempre las nubes que empañaban el nombre de Colombia en el mundo.