Cuenta Daniel Samper Pizano en su prólogo al libro al libro Toda Mafalda del humorista argentino Joaquín Lavado, Quino, que en una entrevista que le hicieron al genial caricaturista en España, le preguntaron cómo veía el mundo actual, a lo que él respondió: Mal, muy mal. Me alegro de no ser joven. Pensando en ello, me pregunté qué podía responder alguien como uno hoy, y me dije, Mal, muy mal. Me alegro de no ser guerrillero.
Desde luego que una respuesta así envuelve el costo político de ser calificado de buenas a primeras como traidor, arrepentido, renegado y demás dardos que se suman al arsenal de los grupos guerrilleros y disidentes que martirizan neciamente a Colombia. Y al de sus contados simpatizantes que destilan más odio y estigmas contra quienes no los siguen, que los que pueden anidarse en el corazón de un tipo como Trump.
En su ceguera, por lo visto una enfermedad contagiosa propagada por uno de sus ídolos, aplauden emocionados sus declaraciones. En una larguísima, aburrida y delirante entrevista publicada en Las2Orillas con el desprestigiado gancho desde la clandestinidad, uno de esos personajes que preside la Marquetalia de segunda, afirma orondo que conforman una guerrilla política, revolucionaria, comunista, marxista leninista y bolivariana.
Como si a algún colombiano común y corriente le interesara semejante jerga. Ni siquiera las Farc originales se describieron jamás a sí mismas con una retahíla así. Además, esas Farc, las de Manuel Marulanda y Jacobo Arenas, las de Alfonso Cano, Raúl Reyes y Timoleón Jiménez lucharon medio siglo por una salida política al conflicto colombiano, y la consiguieron tras sucesivas frustraciones, el Acuerdo Final de Paz de 2016.
Fuimos guerrilleros durante 53 años con el propósito final de conseguir la paz para Colombia, en contra de unas clases dominantes fieles a la doctrina norteamericana de seguridad nacional, que no vacilaron ni una sola vez en emplear la violencia militar y paramilitar contra la inconformidad popular. Los Acuerdos de La Habana son una conquista de la dignidad y la entereza de un pueblo capaz de responder con gestos de diálogo a la brutalidad del poder.
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Ni el ELN ni las disidencias de todos los pelambres pudieron comprender que el pueblo colombiano no quiere la guerra, que por su propio sufrimiento y desangre prefiere las soluciones concertadas
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Ni el ELN ni las disidencias de todos los pelambres pudieron comprender que el pueblo colombiano no quiere la guerra, que por su propio sufrimiento y desangre prefiere el camino de las soluciones concertadas, y que por eso tiene en altísima estima los Acuerdos de Paz, los defiende y exige su cumplimiento. Y que por esa convicción profunda sale a las calles, marcha, protesta contra los crímenes oficiales, condena al gobierno y sus tropas abusivas.
Exige transformaciones democráticas amplias, medidas económicas de urgencia, soluciones sociales inmediatas. Aquí, en las calles de Bogotá, de Medellín, Cali, Barranquilla y demás ciudades colombianas, no en las montañas del Guaviare o en las sabanas del Vichada. Y muchos menos desde el otro lado de la frontera, tomándose fotografías de uniforme y con fusiles en las manos, para vender la idea de una fuerza de la que se carece por completo.
Quienes desprecian los Acuerdos de Paz de La Habana, así como la conversión de las antiguas Farc en un partido político legal, están dominados por una fijación ideológica pétrea. Para ellos el mundo no es otra cosa que el enfrentamiento entre reaccionarios capitalistas y revolucionarios comunistas, enfrentamiento que sólo puede ser definido por la fuerza de las armas, sin examinar de ninguna manera los desarrollos contemporáneos de tal contradicción.
Por esa razón se muestran indiferentes con la utilización que la reacción hace de sus fotografías y acciones, con las que justifican la violencia criminal y la persecución contra los dirigentes políticos de oposición, líderes sociales y comunales, dirigentes barriales y defensores de derechos humanos. Al gobierno nacional se le llena la boca asegurando que son el ELN y esas disidencias quienes agitan y violentan el país. Algo que a todas luces es falso.
Pero que mueve a los aludidos a salir en redes conminando a Duque a dejar la Presidencia, sin percatarse de que con esto solo rubrican las invenciones del régimen. Guerrillas y disidencias resultan así completamente funcionales a los intereses del uribismo. Mientras Uribe desde su prisión domiciliaria clama por la militarización del país, la gran prensa replica con oportunismo flagrante la reaparición de los cuatro mosqueteros que estaban desaparecidos.
No son las guerrillas o las disidencias las que promueven en el Congreso la censura al Mindefensa Carlos Holmes Trujillo. Ni las que al contrario de lo afirmado por este, salen masivamente a la calle a exigir justicia. Es el pueblo, de forma espontánea, o reunido y organizado pacientemente por incontables organizaciones sociales o políticas alternativas. El verdadero catalizador de todo esto es el Acuerdo de Paz. Por eso el afán de sus enemigos por hacerlo trizas.
Tarea a la que se suman ELN y disidencias, utilizados como nunca desde el poder.