“Beber grandes cantidades de azúcar puede aumentar el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, aumento de peso y enfermedades cardíacas”, eso es lo que afirma la Organización Mundial de la Salud (OMS). De hecho, por eso recomienda disminuir el consumo de bebidas azucaradas para reducir el riesgo de aumento malsano de peso.
Nunca he sido un consumidor excesivo de esta clase de bebidas, pero desde hace un año, en noviembre de 2017, me propuse dejar de consumirlas. En un comienzo pensé que sería fácil, pero con el paso del tiempo uno se da cuenta que produce ansiedad erradicar el consumo de gaseosas y demás bebidas azucaradas. Como dato curioso manifiesto que no he bajado de peso en este año, sigo pesando los mismos 90 kilos de siempre.
Ahora bien, la idea inicial con este experimento era hacerlo como resistencia a las empresas fabricantes de bebidas azucaradas... nos quejamos demasiado de esta clase de industrias, y de muchas cosas que nos hacen daño, pero no damos el primer paso dejando a un lado su consumo, al menos, como forma de protesta. "Una golondrina no hace verano" reza el dicho, pero queda la satisfacción personal de hacer algo, al menos por uno mismo.
Qué lío dejar la gaseosa, ¡pero se puede!
Al principio pensaba que iba a ser muy fácil, era una simple gaseosa, pero, infortunadamente, estas bebidas están todos los días en todas las mesas, en todas las neveras de todos los negocios, con sus colores fascinantes, con sus cuerpos sudados de frío. Además, aparecen en la radio, en la tele, en el internet y ¡hasta en el fútbol! enviando información de ¡tómame, consúmeme!
Dejar la bebida es complejo, los ejemplos abundan. Ir a cine y comer palomitas sin gaseosa es un problema grandísimo, al menos para mí, pero resistí (bajar las crispetas con agua no es una combinación fabulosa, así que resulta mejor ¡a palo seco!, como dicen coloquialmente). Así mismo, comerse una hamburguesa sin una Coca-Cola es complicado, y unas papitas fritas con cerveza no pegan bien...
Por otro lado, la economía también pesa. Cuando se sale a comer en grupo, está la típica frase: “compremos una litro y no la tomamos entre todos”. Una gaseosa de 1500 ml cuesta alrededor de $2500 pesos en botella plástica, y es más barato si se lleva en un envase de vidrio; por ende, tomarla en grupo sale más económico que pagar los $1300 pesos que cuesta cada gaseosa de 350 ml.
Confieso que, en algunas ocasiones, compartiendo uno que otro asado con amigos, tomé refajo con algo de Kola, pero de resto he sido juicioso con este experimento.
No hay opciones
Las opciones de bebidas diferentes a las gaseosas casi no existen, los jugos con frutas naturales no los preparan en todas las ventas de comidas rápidas, ni en restaurantes y mucho menos en los cinemas. La primera razón debe ser porque hacer un jugo se demora y lo que buscan es rapidez, y la segunda, la venta de gaseosas es disparada por su bajo precio, por lo cual les deja un margen de ganancia mayor a los comerciantes.
Una limonada, un jugo de mora, de maracuyá, de lulo, preparados en agua, está entre los $3000 y $4000 pesos el vaso, desde luego consumir gaseosa resulta más barato, pero también más nocivo.
En 2015, según el Ministerio de Salud, al menos 3.200 personas murieron en Colombia por diabetes, enfermedades cardiovasculares y algún tipo de cáncer atribuido a las bebidas azucaradas. Además, un 6.08% de muertes en el país están relacionadas con enfermedades cerebrovasculares, el 5% por esta clase de bebidas.
Las cifras siguen en aumento, como las muertes por diabetes asociadas a bebidas con alto contenido en azúcar, y el panorama no es alentador: el 81,2% de los colombianos consume gaseosas o refrescos frecuentemente y más del 22% los consume a diario, sin olvidar que la Encuesta de Situación Nutricional dice que el 56% de los colombianos están gordos.
¿Y los impuestos?
Según el estudio de unos investigadores estadounidenses y colombianos, difundido en 2017 por esta misma época, y promovido por el ex ministro de Salud Alejandro Gaviria, si un impuesto del 20% se aplicara sobre las bebidas azucaradas, se dejarían de consumir 1.197 millones de litros de bebidas azucaradas y por lo tanto, podría reducirse significativamente la obesidad y las enfermedades no transmisibles relacionadas al exceso de azúcar en la dieta como la diabetes. “Un tributo del 20 por ciento contraería las ventas en una tercera parte y significaría un punto porcentual más en todo lo que se recauda por impuestos”.
Dejar de tomar gaseosas no es fácil, y aunque parezca mentira, la reacción que tiene el cerebro es similar a la de dejar el cigarrillo. Resistirse a pedir una gaseosa uva, piña, manzana y todas las demás opciones no es de poca monta, se requiere de fuerza de voluntad para resistir la tentación al color, a las burbujas, al sabor, que en ocasiones llega a la boca de uno y lo hace salir disparado a la tienda a comprar y “matar las ganas” (¿o no les ha pasado con la Coca-Cola?). Por eso los esfuerzos que se hagan desde el gobierno y los programas de hábitos de vida saludable son indispensables. Agua, tinto y cerveza fueron mis opciones de bebidas en muchas ocasiones
Para celebrar mi año de abstinencia a la bebida azucarada, me tomaré una "carabina", como le decimos en Santander a la combinación de un guarapo de panela fermentado, cerveza y Kola Hipinto, con hielo. Ojalá en 2019 pueda escribir y celebrar, con la misma bebida, mi segundo año de cómo sobreviví sin tomar gaseosas, ni bebidas azucaradas.