"Cómo sobreviví a un bombardeo de aviones tucanos"

"Cómo sobreviví a un bombardeo de aviones tucanos"

Un guerrillero de las Farc relata el infierno que se vive cuando llueven bombas. Huyó con su novia herida dejando atrás a dos camaradas destrozados.

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marzo 17, 2015

Estábamos debajo de la ruta de aviones y en el día el cielo estaba limpiecito, ninguna máquina lo ensuciaba.

 Pero la noche trajo la oscuridad más profunda. Era creciente, la luna apenas alumbraba unas pocas horas. Sus rayos de plata difícilmente cruzaban la frondosidad de los árboles. Era un monte bajo, pero bien enmarañado y tupido. Solo llevamos 24 horas en ese sitio.  Era un filito amplio y bonito,  una especie de cono en donde todos hicimos caleta alrededor, y en la parte más alta del filito estaba la caleta de Orlando y Paula, un poco más arriba la de Esteban y Corina. A 20 minutos había una comunidad que nos apoya plenamente.

Al inicio de la noche pasó una la avioneta. No nos sobresaltamos, lo consideramos normal al fin y al cabo era una ruta aérea y todo el día son constantes el cruce de aviones. No hubo ningún tipo de sobrevuelos, ni cerca ni lejos. Esto fue el 11 de marzo. Ese día por la tarde alistamos para irnos. Nosotros veníamos durmiendo solo una noche en los sitios. Paradójicamente Como a las 17-00 horas llame a Esteban y le pregunté, hermano, más arriba no hay un plano para uno ir a dormir. Me dijo si viejo, hay uno bonito.

  • Entonces nos vamos- Le dije, y él me respondió que era muy tarde y que era mejor quedarse porque era muy fastidioso eso de dormir sudado y pegajoso.

Le propuse que llamara a Armando y él volvió a recomendar que pernoctáramos en ese sitio. Cuando se retiraron le dije a Paula que los guerrilleros prefieren morir limpios a dormir sudorosos y amanecer vivos. La negra me dio la razón.

Ese día, como a las 18.30, di una charla sobre la situación política. A las 19-30 nos retiramos a dormir. Varios se despidieron, Se fueron. Éramos 12 unidades. El 11 de marzo a las 00-40 minutos, el guardia que era Eliecer, me dijo que había sentido una avioneta. El ruido era normal y en cuestión de segundos la identificamos como un Súper Túcano. Rápidamente nos pusimos las botas,  Paula me ganó en ponérselas y salió.

 Pasó ese avión como el rayo y  nos lanzó tres bombas en triángulo. Aquella explosión nos sacudió  hasta el músculo más pequeño del cuerpo. Quedamos como suspendidos en el aire, en un trance indescriptible, yo no sentía sino dolor, nada escuchaba, por todo lado barro, palos caídos, bejucos, hojas, olor a pólvora y azufre. Todo estaba totalmente descubierto, no había sino mochos de palos. Vi un equipo que ardía y una llamarada que se elevaba, tal vez se prendió un timbo de gasolina, pensé. El avión hizo una pasada y no regresó. Yo como pude me paré y quise llamar a Paula y no me acordaba el nombre, recordé su nombre y la llamé. Me contestó que llevaba mi equipo y mi fusil. Le dije que me ayudara a buscar mi chaleco y entre los dos empezamos a revolcar la tierra removida y solo encontraba pantano y pedazos de techo, cobijas, un verdadero infierno. Casi no salimos de un gran hueco producido por la explosión de las bombas.

 Salimos entre bejucos, troncos y espinas. La oscuridad era espesa. El monte era muy tupido y demasiado enmarañado. Paula me dijo que estaba herida, que no podía caminar más y tampoco podía llevar el equipo, así que yo me lo  tercié en la espalda y  con mis manos agarré el fusil. Intenté sujetarla para ayudarla y se me cayó de los brazos, ahí me di cuenta que estaba herido. Ella no podía caminar, tenía enormes heridas en la  pierna derecha y esquirlas por todos lados. Me seguía arrastrándose. Yo le tocaba el cabello y la cara a cada rato, verificando que ahí venía. Me decía que tenía mucha sed. Me dijo, “en el equipo hay unos dulces, saque uno para me produzca saliva”, intenté sacarlos y no encontré nada. Le pasé el equipo y los encontró. Seguimos bajando, atravesando huecos, palos, piedras, espinas.  Yo no le decía que también estaba herido para no hacer más dura la situación, pero yo notaba, cuando le daba la mano, que ella no tenía fuerzas. Yo sentía dolor y ardor en la cara, en las piernas, sentía que me corría la sangre por la boca y los ojos. La angustia era increíble. Sentía la sangre caliente y salobre que me escurría por la herida en la cabeza.

Seguimos un filito y yo sentía que pisamos piedras, le dije a la Paula, parece que estamos en el nacimiento de una quebrada, sigamos por acá. Bajamos piedras con bordes cortantes, árboles inmensos caídos, horrible todo ese terreno. Hasta  que ella empezó a escuchar que bajaba agua. Yo agucé el oído pero no logré escuchar nada. Estaba  totalmente sordo debido a la explosión. Seguimos  bajando, nos rendía muy poco, se acercaba las 04-00 horas y ella no pudo seguir más y me pidió que la encaletará y que fuera a buscar ayuda, acepté.  Me partía el alma la posibilidad de regresar y no encontrarla entre tanta oscuridad. Saqué el IPhone y me colocó la linterna para que me rindiera. Salí prácticamente como un loco a la carrera, le toque los controles al aparato y se me desactivó la linterna, opté por seguir con la sola luz de la pantalla.

A los pocos metros encontré a Johan, un compañero guerrillero,  ya éramos dos. El conocía el camino, me dijo que estábamos cerca de  una comunidad y efectivamente, llegamos rápido, en media hora a la comunidad. Organicé y envié por ella, Johan era el guía. Luego apareció Eduardo, Cecilia, ya éramos 4 y cinco con Paula. Igualmente, pedimos la colaboración a la comunidad y enviamos a sacar, antes que amaneciera, lo que había quedado luego del bombardeo.  Fueron todos pero no quedó nada, todo lo sacaron los compañeros. No hubo desembarco. Los compañeros encontraron los cuerpos destrozados de Esteban y Corina, los enterraron en el mismo hueco que dejo la bomba. Comentan los compañeros que quedaron abrazados hasta la muerte. Gloria eterna para estos compañeros y nuestro compromiso de seguir la lucha por sus memorias.

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A las 06-30 llegaron con Paula. Le di un beso. La vi entre sangre, hojas y pantano, vi su herida, no había duda estaba bien comprometido el hueso. La tibia prácticamente destrozada y el resto del cuerpo lleno de heridas y esquirlas. Preparamos agua con leche, le dimos. Caía una pertinaz lluvia. Ella es fuerte y ahí pude ver yo toda su verraquera. Envié por unos compañeros indígenas para seguir la marcha, y nada que llegaban, en esas llegó un compañero diciendo que ahí en la comunidad venía llegando el ejército. Yo no lo podía creer, no habíamos escuchado helicópteros y luego dijeron que habían escuchado unas ráfagas de fusil cerca de donde ocurrió el ataque, en tal razón  no descartábamos  tal información.

No había que hacer, tocaba creer aquel comentario, hasta no verificarlo. Sólo habían dos muchachos para cargar a Paula. Entonces uno cargaba y el otro se iba para la retaguardia, cuando se cansaba el  que cargaba pasaba a la retaguardia y así sucesivamente cambiaban, así subimos una lomas y travesías feas. No rendía nada la marcha. Si era  cierto tal comentario,  era seguro que nos iban a alcanzar rápido y nos mataban la muchacha o nos toca abandonarla. Le propusimos encaletarla y estuvo de acuerdo. La necesidad se imponía aunque se nos rompiera el corazón y el sentimiento revolucionario. La separamos de la ruta, borramos la nueva huella. La dejamos con Cecilia, les dejamos leche, azúcar y la instrucción de que si seguía sangrando le aplicaran torniquete, que ella misma  debería hacer de enfermera y orientar a la compañera acompañante. Se aferró a mí, nos abrazamos y lloramos los dos, porque la incertidumbre crece y en esas condiciones, el pesimismo tiene gran  dosis de posibilidad. La idea era adelantarnos y enviar por ella, tomamos la coordenada para tal efecto.

Como a las 09.30 horas los Túcanos volverían con su carga de  muerte, arrojaron cuatro bombas más, cerca al sitio inicial del bombardeo, después me  dijeron que había sido  donde hacíamos las comunicaciones por hf. El famoso comentario del ejército resultó ser una mentira provocada por un indígena irresponsable.

 El terreno por ahí es muy feo, pendientes de casi 90°, rocas y desfiladeros peligrosos. Hicimos comunicación vía celular con Sofía, le pedimos ayuda, y nos dijo que estaba muy lejos. Se desvanecía esa posibilidad de enviar por Paula. Llegamos a una comunidad, nos dieron chirivico cocido y seguimos para otro tambo, de ahí nos echaron por miedo. Seguimos para otro tambo solo. Ahí hicimos una sopa de arroz, abundante en agua. No había nada más.

Gerardo, un comandante indígena, lo teníamos en una exploración por un sector y regresaría justo el sábado. El escuchó las bombas y cuando llegó a la comunidad se enteró de lo sucedido, consiguió unos indígenas y se vino por nuestra  huella, y a la final indio puro,  encontró la muchacha y nos llegó como las 16.00 con ella. Qué alegría. Me sentí  muy contento con esta actitud e iniciativa del camarada, y no solo eso, sino que se trajo buena parte de la medicina  que había en los equipos y mis cosas e información electrónica. Estas actitudes e iniciativas,  tiene un inmenso valor en estos casos.  Como a las 16-30 horas del 15 de febrero nos llegó Armando, otro guerrillero con 12 indígenas. Ya había con quien evacuar la herida y parte de material recuperado.

Allí curamos a los heridos. Digo curamos porque me tocó ayudar a curar a Paula, a inyectarla, a sacarle unas esquirlas. Otro compañero me inyectó y me raspo la cabeza para poderme curar. Aplicamos tetanol y Penicilina Sódica de 5 millones. Mis heridas en la cabeza, brazos, piernas y espalda, eran impresionantes. El brazo derecho, el pecho estaban quemados y ampollados. Varias esquirlas están ahí todavía. El buzo me lo ripiaron, totalmente despedazado. La  sudadera rota de par en par. El cuadro mío debió llamar mucho la atención a los indígenas, me recordaba mi apariencia de las ropas a otros infames bombardeos ya vividos por otros compañeros.

El tiempo nos favorecía para que el enemigo no desembarcara, el cielo estaba sumamente nublado. El Dios de la revolución estaba de nuestro lado.  Solo sobrevolaba a gran altura el llamado avión “fantasma”  Esto fue todo el día 10.

Ese mismo día 10 de Marzo seguimos la marcha. Pasamos por El Roble. Esa noche pernoctamos cerca a este sitio. Llovió toda la noche. Ahí nuevamente curamos los heridos. El otro día, el 11, seguimos en dirección de la vereda Topacios. Nos quedamos a  media falda, nuevamente curación.  A las 15-00 horas llegó el arpía a un reconocimiento del área. A las 16-00 horas, llegó la lluvia de helicópteros y para adornar el espectáculo, la marrana que se relevaba con la avioneta de inteligencia.

Desembarcaron en El Roble, La Torre, y La Gallineta. Ametrallaron. Ese día volvió el “fantasma” a las 17-30 seguimos la marcha hacia Topacios.  Las heridas empeoraban, por el clima, el movimiento y seguramente falta de profesionalismo al realizar las curaciones y al transporte de la muchacha. Estas son las asimetrías enormes de esta guerra que hay, el ejército evacua sus heridos y muertos y trae tropas nuevas y descansadas, en cambio los guerrilleros debemos hacer dobles esfuerzos, he acá la verdadera moral de los combatientes. Realmente ser guerrillero no resulta tan fácil , si no se tiene una convicción política, razones y formación ideológica.

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 A las 19-00 pasamos Topacios. A los 5 minutos de haber pasado ese sitio desembarcaron ahí, los tipos tumbaron el techo de varias casas con el viento de las aspas de los helicópteros. Seguimos  rumbo a Chorola, otra comunidad, situada en una planicie sobre el río. Oro azul. A estas horas, ya  los compañeros indígenas, estaban muy cansados y la presión del enemigo aumentaba.

Los helicópteros, nos descubrieron la ruta, a baja altura recorrían el camino. Hacia buena luna. Fue tanta la presión que a la final dijimos, eso lo hacen para ganar tiempo y la tropa enemiga avance y no queda otra opción sino hacer de cuentas que no hay nada por el aire y hágale. Así lo hicimos y salimos rápido. A medida que avanzábamos, bajaba la temperatura y el dolor era brutal. No podía decir nada y menos quejarme, debería mantenerme bien, y que la gente no notara mi dolor y menos dudas ante aquella situación.

Sofía iba adelante con Armando. Esa noche anduvimos hasta las 00-00 horas. Amanecimos sentados y dejamos la hamaca con Paula, tal como venía, para sacarla en caso dado. Esa noche no llovió.  El ejército salió atrás de nosotros a las 23-00 horas. Muy a las 05-30 horas del 12 de marzo, enviamos a Alberto a buscar indígenas. Llegaron justo a las 06-30. Había que pasar el río Oro Azul.  Subir una loma larga, pendiente y destapada.  Los indígenas son pequeños y no podíamos dejar mojar la hamaca de la compañera herida, entre varios compañeros alzaron la camilla al otro lado sin mojarla. Ya el ejército se acercaba más. No había duda que sabían de los heridos pero les faltó iniciativa y agallas.  Ya el presidente Santos había dado el parte de la operación a mansalva y traicionera hablaba de bajas y la posibilidad de muerte del comandante del Orlando.

Afortunadamente, todavía estábamos dando batalla, heridos, pero con la moral pegada al cielo.

El ejército que había desembarcado en Topacios, se dividió en dos tropas, una nos seguía y la otra se movía por la Pava, para pasar a Platanal y El Hierbero Nuevo, ambas comunidades indígenas. Estos avanzaron en silencio y guiados por los desertores Alirio, Mauricio  y Darío. Pero aun así les quedamos grandes.

Al pasar el río Oro Azul nos reencontramos con Sofía y Armando. Hasta ahí pude ver las heridas ,una esquirla en la espalda, un corte grande en el parpado izquierdo. Venía muy mal, puesto que solo podía ver a no más allá de los 20 metros.

Con Sofía, Armando y yo, consideramos que nos iba  tocar dejar encaletados a  los heridos.  Era duro tal decisión por cuanto estaba llena de incertidumbre y malos presagios. Pero si seguíamos con ellos, era peor, nos la quitarían, o los  matarían porque ya eran dos heridos, Paula y Armando, ya no había indígenas que nos ayudaran, ellos ayudan en la paz, pero cuando saben del enemigo cerca se van. Ya no teníamos apoyo y nosotros estábamos molidos y sumamente cansados. Analizábamos que el ejército nos iba a dejar la cordillera para retirarnos y ahí nos sometería a hambre y presión. En el sitio escogido para dejar los muchachos había una vieja caleta de remesa, incluida gasolina y estufa. Era el sitio perfecto. Cerca pero clandestino. La idea era que nos siguieran a nosotros y dejaran  los heridos quietos. Dejamos todos los medicamentos que había.  Dejaríamos entonces a Armando como mando, no había nadie más,  Rina como enfermera, Andrés, Sonia y Marco como acompañantes. Quedaría, Pedro y Jimena, como encargados de suministrarle lo que necesitaran y mantuvieran comunicación con Armando. Nada de esto se pudo hacer. El ejército rápido tomó estos sitios y comenzó el peine de todo ese terreno. Hasta Pedro y compañía, les tocó encaletarse y aguantaron hambre un poco de días. Tocó también rescatarlos por entre en medio del ejército. Los compañeros civiles le llevaban comida en la noche por entre patrullas del enemigo y bajo un infernal invierno. Es acá donde el apoyo de la población es decisivo para la sobrevivencia de la insurgencia.

Con esta decisión analizamos  que podían pasar cuatro cosas: una, que los matara el ejército, dos que los capturaran, tres que nos dejaran un espacio para sacarlos y cuatro que se nos murieran de hambre y por falta de medicinas.

Decidimos dejar el camino y adentrarnos en la selva, borrar la huella por largos espacios de terreno, no dejar evidencia en el cruce de caminos, no fumar, no picar, toser, mejor dicho se elevó la disciplina para poder dejar los muchachos con la seguridad que nadie los seguía.

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Justo en una quebrada planeamos todo aquello.  El guerrillero, antes de ser lo que sea, es humano. Los sentimientos los llevábamos acá adentro, unas veces aquellos sentimientos son silenciosos y poco evidentes, aunque a veces se rompe todo aquello para dar paso al verdadero sentimiento y amor por las personas que siempre están junto a nosotros y mucho más cuando hay de por medio una relación sentimental, era el caso con Paula,  dos salidas del infierno, dos salidas de la muerte para reencontrarnos, eso crea unos afectos únicos. Cuando le dije la decisión tomada, ella me miró, con una angustia y amargura infinitas,   como diciéndome, nunca más nos volveríamos  a ver. Me dijo son pocos días, le dije si, amor son pocos días. Aunque yo sabía que todo era incierto.  No teníamos guerrilleros ni guerrilleras para la pelea y para la hamaca, son terrenos muy difíciles. Cuando la hamaca salió, yo estaba parado de frente al caño, y ella me sacudía la mano despidiéndose, eso para mí era como puñaladas en lo más profundo de mi ser y me sentí impotente al no tener recursos humanos para enfrentar tal situación con altura y con honor. Al fin aquella hamaca desapareció en la curva de la quebrada, se iba un pedazo de mí, y tal vez para nunca más volverla a ver. Sentí un enorme nudo en la garganta y bajé la cabeza, vertí mi sensibilidad y aquella evidencia que los guerrilleros, solo expresamos en particulares ocasiones. Se iba con la incertidumbre  el amor con quien habíamos enfrentado la muerte de la cual nos burlamos por tantas ocasiones, y ahora la guerra nos mostraba sus dientes afilados marcando un incierto futuro.

El mismo 12 seguimos la marcha, dejando la mayor huella posible. Amanecimos cerca a Peña Alta. Salimos a de ahí a las 06-30 del 13 de marzo. Esa noche dormimos en piso seco y con la amabilidad y el calor de la población.  El ejército ya había pasado el rio para llegar a Peña Alta. Nosotros no sabíamos. Nos habían dicho que iban en sentido contrario. Enviamos una exploración y no sabemos si la capturaron o no. Lo cierto es que  recogimos unos milicianos y mandamos por una remesa.

El Ejército llegó ese día como a las 13.00 horas a Peña Alta y de inmediato se  nos pusieron a la huella. Resulta que Peña Alta es un cerro y desde allí observaron los milicianos que llegaron con la remesa y se nos vinieron. Nos disponíamos a revisar equipos, o mejor estábamos en eso  cuando nos llegó una razón que en Peña Alta, estaba el ejército. No creímos. Y para que vean como somos,  estábamos sin guardia, entonces ordené la guardia y llevaba 20 minutos en  el puesto. Menos mal que colocaron un muchacho piloso.

Cuando venía el soldado por la huella nuestra, el soldado giró para llamar a los otros para que avanzaran, pues todos iban en rigurosa cortina hacia arriba, y ahí le disparó el guerrillero. Este soldado murió. El muchacho retrocedió y ya iba de apoyo. Salimos la mayoría por una loma. Armando  apoyó el guardia y utilizaron granadas y buen volumen de fuego, ahí hubo cuatro bajas enemigas y cuatro heridos. De inmediato pararon, Se les acabó el ánimo. De pronto nos desembarcaron 9 oleadas de soldados. Estábamos sin novedad. Se nos quedaron algunas cosas, pero les mostramos la sangre guerrera. Eso hizo que nos siguieran, pero la tropa que estaba registrando y buscando los muchachos, los seguía, metro a metro.

Seguimos por los campamentos arriba, de Aguas Claras hacia arriba, una comunidad indígena. Nos  trasmontamos por rutas que solo la guerrilla conoce y donde el enemigo le falta pelo pa moño para ganarle a los pies alados del guerrillero. Cuando estábamos donde “ponen las garzas”, justo el 23 nos informaron que el 19 a las 18-30 horas, habían capturado a las tres muchachas, pero que no estaba Gustavo ahí, ni el otro camarada, ni el miliciano. Luego nos enteramos que  en una ocasión que Armando fue a los chontos, (letrina guerrillera), Rina envió a Andrés y al miliciano para la comunidad, sin orden.

Estos fueron detenidos por el ejército y como son indígenas, pasaron desapercibidos como miembros de la comunidad. Seguramente desesperados por la incomunicación y la presión de la situación. Al darse esta situación interna con esta comisión, Armando, también presionado por las circunstancias, se fue a  buscar comunicación, cuando quiso regresar ya las habían capturado. Quedando por ahí en esa selva  embolatado por 4 días, encontrarlo fue verdadero reto, lo veían y cuando iban por él, ya no estaba. Al fin y al cabo indígena. Al fin confió en un nativo amigo y se dejó rescatar. Tremenda lección de firmeza nos dio este compañero, que a pesar del problema de visión, sobrepasó aquellos obstáculos como un gran guerrillero.

Un amigo nos contó que las muchachas fueron llevadas a la comunidad. Allá curaron la herida y a los dos días fueron trasladadas para Bogotá. Sonia fue entregada al Bienestar Familiar,  Paula, fue  posteriormente llevada para Medellín, está en el hospital, vigilada por la policía. Está firme.  De Rina no sabemos la ubicación, pero  nos mandó la razón que ella no volvía y que se ayudaba sola. Como quien dice, la traición tiene otra hija.

Luego nos enteramos que las muchachas estando un día en curación de los heridos, por descuido dejaron caer un espadrapo ensangrentado a la quebrada y quedó enredado justo en el camino por donde un día cualquiera pasaba una patrulla del ejército, Colocaron una escalera para subir el chorro, porque era la única forma de subir, son unos peñascos altos y feos, pero ante estos antecedentes, les llegaron al campamento.

 Así terminaba uno de tantos episodios en la guerra contra el estado y que solo  los combatientes conocemos. Esta es apenas una arista de lo que se vive en la guerra, lejos de las urbes y de las grandes multitudes, solo quienes estamos directamente en estas lides por un nuevo concepto de la vida y a dignidad humanas, podemos dar testimonio con conocimiento de causa, lo demás resulta ser crónica de un imaginario escritor.  Alguien tiene que escribir estas historias de guerra y vida.

*Este relato fue realizado por un exguerrillero de la guerrilla de las Farc

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