Yo pensaba que era bueno, que era juicioso y hasta que le aportaba al país. Yo me creía un ciudadano de bien, y es que jamás he robado a nadie, ni he empuñado un arma, ni tampoco voté por Uribe. Nunca, jamás voté por él, lo juro. Entonces, pues yo andaba por ahí, pavoneándome de mi bondad y excelsitud.
Pero entonces, un día de esos que uno se levanta como con el pie izquierdo -que el calentador no calienta el agua, o que el transporte pasa lleno, o que uno pelea en la casa, en fin, lo que sea- vi a un tipo tirado en la calle, en la Jiménez, entre Quinta y Sexta, frente a esa panadería que está ahí, y me di cuenta de que lo había visto ahí mismo, al menos tres de cada cinco días, durante más de cinco años. Ahí tirado, sí, en el piso, en el piso mojado o en el piso caliente, frente a la panadería, repito, esperando a ver quién le regala un pan, las sobras de un tamal, un tintico, esperando a ver quién le bota una moneda. Pero ese día, cuando llegué, el tipo estaba ahí dormido, entre sus harapos, con las extremidades negras del mugre, y entonces, de repente, llegan dos policías y lo levantan casi a palos, para que no ensucie el paisaje, el bello panorama. Ese día me preocupé porque sentí compasión, e incluso, (lo confieso, señor fiscal, lo confieso) sentí rabia.
Yo no le paré muchas bolas a eso, y me pareció hasta normal, humano. Pero otro día, mientras iba en el Transmilenio, se subió un raperito, de esos que canta terrible, que poco sabe de improvisación, pero que se sube ahí para evitar el hambre y para contar las historias que pocas veces aparecen en los medios, y el raperito estaba entonces cantando un no sé qué sobre su familia, los problemas económicos y la violencia. Y yo, de nuevo, pensé que estaba mal que el tipo se subiera ahí a cantar por no tener más cómo vivir, y que aparte se subiera a cantar tamañas desgracias, y entonces sí (lo confieso señor fiscal, señora Juez), entonces sentí rabia.
Ahí ya estaba yo empezando a preocuparme, pero eso era solo el comienzo. De repente, empezó a interesarme el tema del conflicto, y me compré un montón de libros que hablaban de la guerrilla, de su historia, de sus personajes, de cómo se habían mantenido dando bala tanto tiempo. Y en la universidad, (que es una universidad privada, de esas caras, porque pues yo era un tipo bueno, se lo juro señor lector que yo era bueno), vi un par de clases sobre análisis del conflicto y de la guerra. Y mis profesores (que yo pensaba que eran buenos también) terminaron por enseñarme que si esa gente aún existía es porque las causas de su levantamiento no habían aún desaparecido. Y sí, (confieso, señor policía) aún lo creo.
Luego, ya todo vino solo. Fui a escuchar cuenteros a la nacho y me hice amigo de un montón de gente del Polo Democrático y otras organizaciones del mal, digo, de izquierda. Y me sentía feliz así. Después, estaba escuchando a Silvio Rodríguez. Luego participé en un par de marchas estudiantiles en el 2011. Ahí ya mi familia me miraba con otros ojos, se resistían a creerlo, y yo, (lo confieso) creía que estaba actuando bien.
El colmo de los colmos fue el otro día cuando estaba con un amigo en una cafetería del centro y le dije que él por qué era así, que no podía ser que estuviera pidiendo la reanudación de la guerra, de los bombardeos, que no podía ser que un tipo como él, estudiado, “letrado”, estuviera feliz porque de nuevo empezarían los ataques y los hostigamientos, que no podía ser que estuviera pidiendo el fin de los diálogos y la arremetida militar del Estado. “Cuáles derechos humanos ni que nada hermano, no sea tan mamerto”. Y yo, entonces (lo confieso, señores de inteligencia), sentí rabia.
La semana pasada las fuerzas de seguridad capturaron a más de diez líderes sociales y defensores de derechos humanos. Primero dijeron que eran guerrilleros, luego que solo milicianos y luego que simpatizantes. Los medios de comunicación profirieron sentencia anticipada. Hoy mostraron las pruebas; la más contundente, un montón de libros muy parecidos a los que yo tengo en el cuarto. Mierda, ¿a qué horas me volví un terrorista?
-Un codito: Alguien que por favor ponga a Arizmendi, o al señor Cano, de jueces. El país necesita celeridad en las investigaciones judiciales, y, en eso, estos dos son ejemplo.