¿Cómo ser el país más educado de América Latina en el 2025?

¿Cómo ser el país más educado de América Latina en el 2025?

'No somos los maestros los responsables del cambio en la cultura total del país'

Por: Germán Cuervo
octubre 14, 2015
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¿Cómo ser el país más educado de América Latina en el 2025?

Con estas palabras cerraba su discurso la Ministra Ginna Parody en la instalación del Foro Educativo Nacional 2015, celebrado durante la semana de receso escolar, frente a más 1000 maestros de todo el país: “Para ser el país más educado de América Latina en el 2025”, misma ministra que tuvo en sus manos la mejor justificación y presión sindical para haber cambiado el verdadero rumbo de la educación del país, si hubiera atendido el reclamo por un presupuesto apropiado y conducente a este buen deseo de la década.

Colombia, descalificado en las Pruebas Pisa y el peor calificado cuando los egresados de todas las universidades, a veces brillan pero hieden con sus malversaciones, robos, y notables habilidades para camuflar las peores tretas, para robar y salir impunes, para seguir desangrando y hasta matando y pagar en breve con casa por cárcel, ellos que sacaron excelentes notas en ética quizás con copialina o cambiándole el nombre a una tesis de grado. Colombia, en rumbo a pasar de lo peor a lo mejor.

Nos dijo la ministra que éramos “maestros extraordinarios” y uno de sus viceministros nos trajo las mismas palabras en la hora del cierre. “Maestros extraordinarios”, dándonos a entender que somos los maestros los responsables del cambio en la cultura total del país donde todos saben quién fue Pablo Escobar y pocos quien es Llinás o Patarroyo, puso en nuestras espaldas la responsabilidad de un cambio que reclama el país...

Bueno, pues abramos el espíritu y escuchemos a los mejores profes del país. Veamos el ingenio en prácticas de aula, miremos cómo motivan a sus estudiantes algunos profesores que no tienen donde enchufar los computadores que les llevaron hasta tan lejos los representantes de Computadores para Educar, pero que reciben con dignidad el oficio de profesores. Claro, qué maestría de los profes, qué ingenio para poner a construir con recicle el material didáctico para una clase de matemáticas de sus estudiantes de primaria, o qué capacidad para utilizar recursos inverosímiles que pongan a mover los cuerpos a los chicos de Quibdó y así, una vez estén cansados, provocarlos de una jugosa mandarina que atrae el gusto y la atención al concepto de quebrados y salgan de clase saciados de la sed compartida de la mandarina, pero provocados de aprender algo, deseosos del jugo del conocimiento. Qué explicaciones tan contundentes, qué dominio tan magistral el del doctor de matemáticas que vino desde Medellín para, con una calculadorcita de las de $4.000m enseñarnos conceptos de crecimiento exponencial, aceleración y distancia en una hora, claro y hay que decir a quién le enseñaba…

Es notable pensar que el menos formado académicamente tenía una especialización y que los jóvenes hablaban de sus estudios y logros, reconocimientos y premios. Ese fue otro de los lujos que nos dimos los profesores que cambiamos goces paganos propios de la semana de receso: compartir aulas con doctores, excelentes catedráticos y los más notables profesores cuya indumentaria lucía la expresión de regiones lejanas o de la propia capital, cuyos conocimientos y clases -de lenguas y matemáticas, de ninguna otra disciplina-  alcanzaban a muy pocos grupos,  grupos de treinta a cuarenta profesores-estudiantes.

Yo aprendí. Esperaba ansioso la próxima intervención de los profes o bostezaba mientras “Quike o Pacho” -así les decía la animosa presentadora a los conferencistas - , preparaban su próxima charla. Presencié de cabo a rabo la mejor oportunidad que he tenido en mis cuatro años en el magisterio, me dejé contaminar de fe, de esperanza, del optimismo que reclama profesores capaces de ayudar a implementar la cultura en un país que se ha puesto como derrotero la paz.

Lástima… el martes regresaré a mi nuevo colegio, no tendré estudiantes durmiéndose de hambre como sucedía en otro colegio, pero la niña distraída -“autista” ¿?- volverá a llegar tarde y con su linda sonrisa y mirada que me traspasa no responderá mi lección, o le pongo atención a ella y a los otros cinco “inquietos” mientras se sale de madre el comportamiento de los otros treinta o cuarenta. Este martes 13 mi colegio no habrá crecido y seguirá prohibido el uso de los balones, ¿cómo van a permitirse si el patio es pequeño y el aislamiento preventivo de la pared que se está cayendo limita todavía más?; mañana a pesar de que yo llegue lleno de ganas que espero que me duren hasta el próximo encuentro de “Mejores Prácticas de Aula” al que espero no faltar, aunque tenga más recursos pedagógicos, lo esencial, lo indispensable, el motor que es la plática seguirá en recorte. En cambio de destinar los recursos a la universidad pública se orientarán a que otro “Pilo” llegue al “programa más costoso que hay en la Universidad de los Andes a estudiar medicina”, como lo lució orgulloso un novato viceministro, pilo él también o talentoso para ocupar tan importante cargo siendo tan jóven como inexperto.

Mañana me esperan los días de la verdad, yo seguiré bregando para encontrar en cada estudiante lo mejor de sí, a muchos ni siquiera los reconoceré por el nombre pero espero darles, sino una lección de ciencias, por lo menos una de humanidad o amor y otra de sonrisa, que sale de la esperanza y del ejemplo de mis grandes colegas, pero que se achica cuando un conferencista espera que aplique similares formas como la hoja de ruta que se usa para que no se caigan  los aviones y que los médicos apropiaron para que tengan menos fracasos. Yo con mis niños, que ojalá se pierdan menos en esta sociedad tan confusa y sucia, y ellos garantizando que no se caigan los aviones y que los médicos eviten muertes innecesarias, yo no satisfecho pero por lo menos dando gracias a Dios que ellos no caigan en drogas, mañas o vicios, o que no aprendan la cultura del más vivo.

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