Cómo se gobierna un país sin partidos políticos
Opinión

Cómo se gobierna un país sin partidos políticos

Lo que está pretendiendo Santos es ensayar a gobernar sin partidos políticos. Las preguntas pertinentes: ¿acaso hay realmente partidos políticos en Colombia?, ¿está Santos realmente gobernando?

Por:
mayo 04, 2016
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En primera instancia sonaría absurdo pensar que un régimen democrático pueda existir sin partidos políticos. Más bien esa sería la condición de un régimen autocrático o dictadura, sea de izquierda o de derecha.

Es más, difícil es pensar en un país donde no se defina por parte del gobierno una orientación política, ya sea por un partido único o como resultado de una competencia entre varios.

Eso es sin embargo lo que estamos viviendo en Colombia.

No desde ahora sino como premisa desde el Frente Nacional, se renunció a las controversias sobre propuestas y modelos de gobierno, sobre teorías y planteamientos ideológicos respecto a cuál debe ser la función del Estado y qué organización debe tener para cumplirla.

Por esa razón acabamos funcionando bajo el principio de un gobierno de personas y no de instituciones.

Esto se ha manifestado no sólo en la falta de procesos que en ese sentido den algo de contenido a los debates electorales, sino en que las personas que nos gobiernan no solo no requieren definiciones de ese tipo para ejercer los cargos sino que se vuelven comodines que sirven para cualquier cargo y para cualquier gobierno.

Vivimos ahora el caso del presidente mismo que ha tenido indiferentemente cargos bajo mandatarios tan distantes como Gaviria, Pastrana y Uribe, y funciones de Comercio Exterior, Hacienda y Defensa. Así ha cambiado de partido y de compromiso con los electores y escogido sus funcionarios entre quienes mejor cumplen con esa característica de lo que en otro campo se llamaría ‘asexuados’, es decir, sin posición ideológica o de partido que defender.

Es al mismo tiempo quien más promueve la desinstitucionalización, tanto por la forma improvisada en la que toma medidas de gobierno, como por la falta de respeto por los mínimos principios de juego limpio para dar vigencia al sistema de partidos políticos. Sea en la mecánica con la designación de viceministros antes de la de los responsables del respectivo Ministerio —quienes se supone serán superiores jerárquicos de ellos—; o con los nombramientos y creación de cargos como ‘superministros’, Ministerios como el de ‘Posconflicto’, o ‘Consejerías Ministeriales’ que no encajan en ninguna organigrama de la Constitución; el punto en común es que todos (salvo algunos casos de evidente excepción) recaen en nombres de quienes aportan solo su trayectoria personal (que por lo demás algunas veces tendrían conflictos de interés o situaciones o antecedentes judiciales que los cuestionarían).

Sus ‘convergencias’ y ‘gobiernos de unidad’ son solo con quienes han tenido o gozado del poder bajo múltiples gobiernos y desde diferentes cargos, pero sin compromiso con alguna ideología u orientación política, o con las masas de las colectividades que suponen representar.

La situación que hoy vemos es la de prácticamente todos los ‘partidos’ divididos y protestando porque los nombramientos hechos no son avalados oficial y estatutariamente por esas agrupaciones, o como en el caso del Partido Liberal, en contra de las sentencias judiciales que califican, tanto a quien exige la cuota como a en quien recae el nombramiento, de responsables de actos ilegales, inconstitucionales, antidemocráticos, contra la ética pública, etc.

Lo que está pretendiendo el Dr. Santos es justamente ensayar a gobernar sin partidos políticos. Pero eso nos lleva a que tal vez las preguntas pertinentes serían: ¿acaso hay realmente partidos políticos en Colombia? O tal vez otra ¿Está el Dr. Santos realmente gobernando?

No es casualidad que la ciudadanía no comparta
la satisfacción que muestran los informes oficiales y que el grado de aprobación
a la gestión de Santos esté rompiendo todos los récords de calificación negativa

Como corolario podemos hablar de lo bueno, lo malo y lo feo de Santos como gobernante:

Lo bueno: su propósito, obsesión, o necesidad ahora (es indiferente la razón o la motivación) de lograr firmar un ‘acuerdo’ que concluya en el desarme de las Farc. No será la Paz como se dice, pero sí la desactivación de uno de los factores que la impiden.

Lo malo: el abandono del resto de las responsabilidades que debe asumir como jefe de gobierno. El país no solo está descuadernado, sino sin dirección ni coordinación, sujeto a políticas contradictorias y medidas improvisadas en las que falta un rumbo claro. La idea neoliberal de que el mercado sea el ordenador de la economía implica que las relaciones sociales estén sujetas a las mismas reglas, con la consecuencia de que tengamos tan lamentables índices de pobreza, de desigualdad, de Salud o de Educación; pero además en lo económico la falta de planeación no se subsana con intervenciones casuísticas y aleatorias como reacción a las problemáticas que van explotando.

Lo feo: la forma en que se maneja tanto lo bueno como lo malo: la manipulación mediática con noticias que poco se concretan, y la toma de decisiones por fuera de los marcos institucionales, puede que le hayan servido a él para dar una apariencia de ‘gobernabilidad’, pero no es casualidad que la ciudadanía no comparta la satisfacción que muestran los informes oficiales y que el grado de aprobación a su gestión esté rompiendo todos los récords de calificación negativa.

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