Trump simplemente no encarna a los americanos pero sí a los Estados Unidos.
Es una paradoja pero pocos casos en los que se cumpla más el principio de Rousseau según el cual el Estado consiste en una ‘persona jurídica’ no solo como entidad ajena a los miembros que la constituyen sino con identidad autónoma, que expresa una voluntad general diferente de la de los individuos que la componen como sociedad.
El americano medio es idealista incluso un fundamentalista o fanático de lo que consideran las virtudes. Cree de verdad en la defensa de los Derechos Humanos; son religiosos pero aún más puritanos; tienen una verdadera convicción de que el sistema democrático como ellos lo construyeron y lo entienden es en sí mismo un valor superior en lo político y lo social; es ‘law abiding’, respetuoso de la ley y de la autoridad.
El Estado americano por el contrario es eminentemente pragmático; internamente defiende la eficiencia y no lo ‘justo’ de la Administración de Justicia; su política exterior se rige por el famoso principio de que Estados Unidos no tiene amigos sino intereses; considera que sus intereses no tienen por qué estar sometidos a reglas convenios o consideraciones superiores a los que él mismo define.
La identidad del Estado es la del matón, la del bully, que ejerce su liderazgo sobre los compañeros volviéndolos compinches en su propósito de imponerse sobre el resto de lo que supondrían ser sus iguales; que se destaca por su prepotencia y su falta de respeto por el orden institucional y el desafío a la autoridad. Que abusa de su fuerza para someter a los otros a sus caprichos.
Claro que el americano medio de la ‘América Profunda’, -sobre todo aquel que no tiene casi contacto con el mundo sino solo con lo que es su entorno- ve a su gobierno y a sus instituciones como las quiere ver (‘no hay peor ciego que el que no quiere ver’); es decir ven lo que les venden como común o coincidente con sus valores individuales, cree que el Estado piensa como él y lo representa.
Ese americano no considera que su segregacionismo es rezago de esclavitud y que fue en la práctica el país que más tiempo lo ejerció y el último que lo reconoció y corrigió. No entiende que no ha habido mayor atrocidad que la bomba atómica (aún más la de la segunda cuando se conocían los efectos de la primera); el votante americano -obvio sobre todo el conservador- cree que todas las guerras en las que participa, que usualmente genera o alimenta, son ‘guerras justas’ y que su participación es en defensa de los intereses de la humanidad.
El votante no se siente representado por lo que descaradamene Trump reivindica -machismo, xenofobia, racismo- pero sí que es lo que el país necesita para su ‘destino manifiesto’
El votante no siente que lo representan las características que descaradamente Trump como individuo muestra y reivindica -de machismo, de xenofobia, de racismo, etc- pero sí que es lo que el país necesita para cumplir su ‘destino manifiesto’. Cree que su país es el ‘bueno’ que lucha contra el mal según él mismo lo califica; sean las drogas que las promueve a través de su consumo y que las vuelve un negocio perverso a través de su prohibición; sean quienes no comparten su modelo político, a quienes califican como peligrosos -y así lo vuelven- para su hegemonía; sean los que se levantan contra el orden mundial que pretenden imponer mediante argumentos y políticas de crear enemigos para justificar intervenir en el resto de países como lo han hecho con el comunismo o el narcotráfico o el terrorismo.
Si su país, los Estados Unidos, no tuviera esas características no podría ser el matón del barrio o de la clase, y en consecuencia no sería el país que desean que sea. No es tanto que tengan en Trump un modelo que admiren y deseen imitar como un líder que encarna lo que creen que debe ser el papel del gobierno de los Estados Unidos.