Haciendo memoria, tal vez el terremoto del 31 de marzo de 1983 causó un despelote parecido, al destruir el centro histórico, dejar gran cantidad de víctimas mortales y heridas, afectar centenares de viviendas, averiar las redes de acueducto y alcantarillado y derruir la mayoría de edificios públicos de Popayán y poblaciones vecinas, alterando la precaria economía y ritmo de vida de miles de damnificados.
Los cuatro meses de cuarentena extendida hasta el 1 de agosto sacudieron la rutina que llevábamos. De hecho, al principio de su aplicación en casi todos los países permitió que metrópolis como Nueva York lucieran como si hubieran sido impactadas por la bomba de neutrones, anunciada como lo último en juguetes de la Guerra Fría para matar a todos los seres vivos, dejando intactos los edificios.
Como sucedía en las ciudades medioevales asediadas por la peste bubónica, el temor acrecentado al contagio del hasta ahora rey coronado de los virus obligó al cierre de oficinas, centros educativos, industrias, talleres, comercios y máximas restricciones al libre tránsito de las personas.
El teletrabajo y la educación virtual sirvieron como alternativa a entidades, centros educativos y personas habilitadas con equipos y la capacitación para sacarlas adelante y a muchos empresarios que cada vez más automatizaban y robotizaban sus plantas industriales y sistematizaban sus procesos administrativos, les validó excusas para recortar definitivamente sus plantas de personal, mientras miles de confinados en espacios reducidos o amplios, debieron reinventar sus rutinas, para no sucumbir ante la paranoia del coronavirus, la depresión y el tedio.
Al olvido pasaron temas que captaban el debate público como: el asesinato de líderes sociales, los escándalos en las fuerzas armadas, el lanzamiento de Matarife, el incumplimiento a los acuerdos de paz con las Farc, la Ñeñepolítica y la compra de votos para asegurar la elección del presidente Duque en la segunda vuelta presidencial, etc. Mientras tanto, al primer mandatario, la institucionalización de sus apariciones diarias en la red nacional de televisión pública, le significó un reencauche a su alicaída imagen y la del Centro Democrático, reforzada por las ayudas de emergencia en mercados y dinero decretadas para los beneficiarios de Familias Acción, el programa Adulto Mayor, Jóvenes emprendedores, la devolución del IVA y a otros grupos sociales beneficiarios de Ingreso Solidario y ayudas ofrecidas en coordinación con gobiernos municipales y departamentales, donde no faltaron escándalos al aprovechar algunas ratas de alcantarilla para llenar sus bolsillos gracias a sobrecostos en las compra de remesas y equipos médicos para enfrentar la emergencia.
La inicial utilización de los bancos como intermediarios de los créditos para recuperar a las grandes empresas que paralizaron o aminoraron su ritmo de trabajo solo favoreció a quienes no necesitaban de créditos de emergencia, mientras la mayoría de medianos y pequeños industriales, para no hablar de los comerciantes, hoteleros y propietarios de restaurantes y otros servicios, quedaron colgados de la brocha, al no llenar las exigentes garantías exigidas por los bancos. Por eso, al quedarse sin capital, debieron cerrar sus negocios, dejando a miles de desempleados.
Quedaron desnudos errores propiciados por la Ley 100, al desmontar la red de salud pública, que aunque con tropiezos funcionaba en todo el país, ejecutando programas de salud y educación preventiva, jornadas de vacunación, tratamiento de la tuberculosis y la malaria, saneamiento básico, y promoción, que al ser entregados a las EPS, fueron abandonados, pues no significaban ganancia para los propietarios de estas empresas pendientes de asegurar máxima rentabilidad, antes que prestar un servicio esencial como la salud.
Mientras en medio de suicidas estampidas consumistas, como las de la primera jornada sin IVA, muchos académicos e intelectuales discuten sobre el profundo impactó que significó para las personas y humanidad este cambio abrupto de revoluciones y de rutinas en el ritmo de un capitalismo depredador y exacerbado por el neoliberalismo, economistas como el confinado septagenario Rudolf Homes, proponen una especie del “nuevo trato”, impulsado por Rooselvelt, "el bueno", cuando a punta del impulso a gigantes, medianas y pequeñas obras públicas y reforestación a gran escala, lideró la recuperación de los Estados Unidos, después de la gran depresión de 1929.
La apertura gradual de industrias, la construcción y algunos servicios a los que les exigen medidas y protocolos de bioseguridad no ha sido suficiente para reactivar la economía.
En ciudades como Popayán, que antes de la cuarentena estaban entre las de mayor desempleo en el país, la situación es más crítica ante el cierre definitivo de algunas pequeñas empresas, comercios, restaurantes y hoteles.
En próximas columnas publicaré sobre la situación generada por la pandemia y las medidas para afrontarla asumidas por las comunidades y los gobiernos (nacional, departamental y municipal).