Hace un año, cuando le diagnosticaron leucemia, los primeros que reaccionaron fueron sus dos hermanos Fernando y Hernán Rodríguez los primeros en reaccionar. El único camino que tenía Santiago para salvarse sería un trasplante de médula ósea. Aunque los dos se ofrecieron solo Fernando era 100% compatible con el organismo de su hermano. Sin pensarlo decidió darle su médula.
Santiago, siempre alegre, hincha del Deportivo Cali capaz de recitar la formación que quedó subcampeona de la Libertadores de América de 1978 con Scotta y Benítez, el hombre alegre que siempre cerraba sus rumbas alrededor de la música de Eddie Palmieri, a quien adora como un Dios, la vida le dio una terrorífica cachetada: tenía leucemia, una enfermedad que podría llevárselo en unos cuantos meses.
El agradecimiento se lo dio a Fernando de esta manera: “Gracias a Dios y a otro maravilloso milagro de la vida y aunque es una persona que se enferma pisando una clínica, sacó una fuerza suprema, me donó su sangre para mi médula ósea dejándose poner catéteres, teniendo paciencia en las horas de la extracción y siendo positivo, fuerte, en todo el proceso y convenciones que exige un trasplante”. No era la primera vez que creía en él. Fernando, unos años mayor que Santiago, había admirado el carisma y la devoción que sentía por la literatura y la historia inculcada por su abuelo, un veterano de la Guerra Civil Española, quien peleó del lado republicano, hábil para los negocios y socio de Pepe Sierra.
Santiago nunca le tuvo miedo a nada, por eso salía disfrazado desde que era un jovencito por puras ganas de provocar, de despertar urticaria. Era un rebelde, por eso tenía convencido a los jesuitas del San Bartolomé de que sería un excelente cura. En ese entonces, a finales de los años setenta, aún se mantenían frescos los preceptos de la teología de la liberación que inspiraron a tantos grupos guerrilleros como el ELN. Se planteaba que Jesucristo, lejos de ser una deidad, era un tipo que quería cambios sociales en la tierra, ya que no sólo en la eternidad se viviría la felicidad. Con los curas del colegio hacían la Pastoral en diferentes lugares del país, muchos de ellos donde se vivía el interminable conflicto. Ahí obtuvo un conocimiento absoluto de lo que pasaba en región. Por eso nunca fue un periodista cualquiera, sus crónicas en El País de Cali y en el Tiempo denotan una empatía, una sensibilidad que pocos comunicadores en este país pueden tener.
Cree que su mejor escuela fue haber nacido en una familia de mamagallistas y que toda la gracia que desplegó en Francotiradores, la idea de Juan Esteban Sanpedro que lo lanzó a la fama absoluta. Fue justamente esa actitud la que impidió que la leucemia lo fulminara. Los últimos meses no han sido nada fáciles.