Desde hoy Colombia hace parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). En las postrimerías de su mandato, el presidente Juan Manuel Santos ha ido a Bruselas para firmar con el secretario general Jens Stoltenberg el acuerdo que coloca al país en calidad de socio global. El noveno con Afganistán, Australia, Irak, Japón, Corea del Sur, Mongolia, Nueva Zelanda y Pakistán.
A estas alturas, el colombiano de a pie aún se pregunta el significado de tal adhesión, sus alcances y cómo impactará las relaciones de Colombia con los vecinos, dado que se trata de una alianza de defensa militar europea de la que hace parte Estados Unidos y Canadá. “Colombia no ingresará como miembro, sino como socio global. No quiere decir que seamos socios plenos”, dijo Santos matizando el anuncio, aunque señaló que “seremos el único país de América Latina con este privilegio”.
Si lugar a dudas, el aspecto más polémico es el papel que Colombia desempeñará dentro de la alianza trasatlántica y si se involucrará en acciones bélicas más allá de sus fronteras. “No vamos a participar en operaciones militares de la OTAN”, dijo Santos categóricamente. Pertinente aclaración porque ser un “socio global” de la OTAN, según indica la Organización en su página web, es con la intención de “desarrollar cooperación en áreas de interés mutuo, incluidos los desafíos de seguridad emergentes, y algunos contribuyen activamente a las operaciones de la Otán, ya sea militarmente o de alguna otra manera”. Aunque se da por sentado que el alcance de esa cooperación está estipulado en el acuerdo que se firma.
Lo que es un hecho es que el tema es muy sensible en este continente porque se ha entendido como si fuera a haber tropas de Otán en Colombia, algo que no está contemplado, y Venezuela siempre ha manifestado que este es el camino fácil para una intervención. Un comunicado de la Cancillería venezolana lo puso en estos términos tras el anuncio del presidente colombiano. “Venezuela denuncia (...) ante la comunidad internacional la intención de las autoridades colombianas de prestarse para introducir en América Latina y el Caribe una alianza militar externa con capacidad nuclear, lo que a todas luces constituye una seria amenaza para la paz y la estabilidad regional”.
En el 2016, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Venezuela y Bolivia mostraron su preocupación ante el acercamiento de Colombia a la OTAN e incluso se llegó a proponer una reunión urgente de Unasur para debatir el tema.
Porque el tema viene desde 2006, cuando el entonces presidente Álvaro Uribe planteó la posibilidad de que Colombia hiciera parte de la alianza, pero OTAN rechazó la idea porque Colombia no cumplía con los criterios geográficos para entrar (países de Europa y América del Norte).
En efecto, así lo estipula la alianza que en 1949 crearon Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Bélgica, Islandia, Países Bajos, Luxemburgo, Dinamarca, Noruega, Finlandia, Portugal e Italia, para evitar la expansión del comunismo soviético, que recibía apoyo del Pacto de Varsovia. Hoy reúne 29 naciones, y según su página web los objetivos son “salvaguardar la libertad, promover la estabilidad y bienestar en el área noratlántica, defender la colectividad y preservar la paz y seguridad”.
A pesar del portazo, Colombia siguió insistiendo. En 2013 Santos firmó con OTAN en Bruselas un acuerdo de intercambio de información y seguridad para, según se dijo, fortalecer la construcción de integridad y transparencia en temas de seguridad, y acercar la cooperación de las Fuerzas Armadas con esa organización a cambio de su experiencia en la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Y aunque el acuerdo fue avalado por el Congreso, el entonces procurador Ordóñez se atravesó ante la Corte Constitucional argumentando, entre otras, “la vaguedad que podría tener consecuencias prácticas de gran importancia”. La Sala Plena de la Corte declaró inexequible la ley que hace referencia al acuerdo en el 2015, pero por vicios de procedimiento al ser aprobada en segunda vuelta a “pupitrazo” y sin votación nominal.
Un año después el presidente volvió a la carga, tras firmar el acuerdo de paz con las Farc. Para una mayor “cooperación”. El largo camino terminó este mes cuando la OTAN aceptó a Colombia como socio global.
De este largo camino hay trechos por recordar. Hace un año el comandante del Ejército general Alberto José Mejía le dijo El Colombiano que la OTAN había propuesto a Colombia la idea de participar en las misiones tanto de primera línea de combate como de instrucción, entrenamiento y preparación de capacidades de los afganos, y que el gobierno desplegaría hasta 5000 soldados. Nada de eso sucedió.
Hay también puntos por analizar a fondo: la posibilidad de que, como señalan algunos, la alianza sea el factor que recomponga el equilibrio con vecinos como Venezuela y Nicaragua que reciben apoyo externo de armamento convencional, el usado en la guerra entre los estados.
Lejos de la controversia está la importancia del acuerdo para las Fuerzas Militares en términos de buenas prácticas. “Nuestras Fuerzas Militares poseen singular conocimiento, en el combate irregular o asimétrico contra el terrorismo y podrían ampliar su visión multifuncional de cara a la transición que en este momento experimenta el país, con más entrenamiento y el estudio de las lecciones aprendidas, en distintos ambientes operacionales”. señala el general Rafael Alfredo Colón, quien estuvo al frente de la pacificación en los Montes de María, y dirigió el comienzo del desminado.
Con certezas e interrogantes el colombiano recibe los dos acuerdos que el presidente Santos ha firmado en el cuestionado fin de su mandato. El de la OCDE, al que ha unido el de la OTAN, del que muchos no tienen claro su propósito y se limitan a preguntar socarronamente: “¿No será para meterle miedo a los vecinos?”.