Cierre los ojos por un momento. Piense en esa meta que quiere alcanzar a corto, mediano o largo plazo. No importa si es laboral, personal, amorosa o familiar. Pero piénselo, en serio, haga la tarea juicioso.
¿Listo? Okay, ahora que ya tiene clara la meta, analice muy bien todas las audiencias con las que debe interactuar, todos los mensajes que debe diseñar —orales, escritos o mixtos—, todo lo que debe decir, lo que no debe decir, lo que debe saber de su público objetivo, los medios que debe elegir para comunicarse, y sobre todo, cómo debe comunicar esos mensajes para que tengan el impacto deseado; recuerde que aunque el qué es importante en la comunicación, el cómo marca la diferencia.
¿Es una tarea fácil? Depende. ¿De qué? De cómo se asuma ese reto comunicativo.
Me explico. El cumplimiento de nuestras metas en la vida es directamente proporcional a la forma cómo asumamos el reto de comunicarnos. La esencia del reto es ponernos en común. Y ¿qué significa ponernos en común?: que lo que significa para mí, también signifique para mis audiencias, y así, solo así, nuestra comunicación fluirá y nuestra meta va a empezar a avanzar rápidamente.
La comunicación no es un fin, es decir, uno no se comunica porque ¡uy qué rico voy a comunicarme!, uno se comunica porque tiene una necesidad, y esa necesidad busca una acción del receptor.
Por lo tanto, la comunicación debe ser gestionada, y no puede ser dejada al azar. Insisto, debe ser un reto constante, en el que se deben conjugar una serie de elementos para que el mensaje no solamente informe, sino también motive e inspire.
Comunicarse no es solo emitir palabras. Una reunión no es comunicación, comunicación es que lo pasa en la reunión le escuché decir a Alejandro Formanchuk —referente de comunicación en Latinoamérica— en una conferencia en Bogotá.
La buena comunicación se da cuando el mensaje llega al que debe llegar, es oportuno, es entendido y genera la acción que deseamos.
Hay un punto clave y es tener en cuenta las emociones a la hora de comunicar, dado que todo mensaje tiene una carga emocional, y hay que saber canalizarla. La empatía juega un papel definitivo. ¡Utilícela! Es milagrosa. No me crea a mí, haga el ejercicio y verá. Póngase en los zapatos de su receptor antes de comunicar y no se imagina lo bien que le va. Trate a todas las personas con la misma amabilidad que a sus parientes cercanos, diga lo que le molesta; pero ojo, dígalo bien, suave, con cariño, chévere. Ahí está el secreto.
Entonces, es sencillo, si nos comunicamos con errores, la meta no se alcanza. Si elegimos las palabras incorrectas, la meta no se alcanza. Si suponemos en vez de verificar, la meta no se alcanza. Si no somos asertivos, la meta no se alcanza, si no analizamos nuestra audiencia, equivocamos el mensaje, y la meta, ¿adivine?, no se alcanza.
Hay una razón de peso para todo lo que acaba de leer: la mayor parte del día nos la pasamos comunicando, de forma consciente o inconsciente, pero comunicando; bien o mal, pero comunicando. Según Stephen Robins, autor del libro Comportamiento Organizacional —capítulo comunicación—, el 70 por ciento del tiempo los seres humanos lo utilizamos para hablar, leer, escuchar o escribir, es decir, para comunicarnos
Estoy convencido que la forma en la que nos comunicarnos nos acerca o nos aleja de nuestras metas. Uno siempre sabrá lo que dijo, pero nunca lo que la otra persona escuchó. Ese es el rollo. Comunicarse es fácil, hacerlo bien, no. Pongámonos en común. ¿Se le miden?