Cuando tenía 13 años Samai Burbano se encontraba en Cali realizando uno de sus más profundos anhelos: completar bachillerato. Para entonces la joven cree que el estudio es la tabla de salvación para escapar al futuro que le espera en El bordo, su pueblo natal, en donde no va a poder estudiar y sabe que correrá con la misma suerte de quienes se quedan allá: es decir tendrá hijos mucho antes de un cartón.
Ella tiene un presentimiento y está convencida que regresar al pueblo es un paso hacia atrás en el camino que se está labrando por superarse; hacerlo supone seguir un guion el cual tiene marcado un destino que Samai no quiere como suyo. No obstante la situación económica de sus padres es más fuerte que sus intentos por seguir aferrada al estudio y a los 15 años el presentimiento se vuelve una realidad. Con el padre de su hija viviría durante algún tiempo pero las cosas no funcionarían y hoy día han pasado tres años desde que su nombre engrosa las listas de víctimas mortales de la violencia en el Pácifico colombiano.
Samai puede regresar años más tarde a Cali para estudiar y trabajar, solo que ahora su hija fue otra razón para hacerlo. Corre el año 2011 y sus horizontes se expanden aún más llevándola hasta la capital colombiana en donde llega como empleada doméstica de una familia en el barrio Santa Ana. La joven que siempre había sido necia con la comida, se encuentra con toda una cocina que jamás soñó tener a su disposición. En alguna ocasión en su pueblo natal se le dio por hacer un caldo de gallina, con la diferencia que se arriesgó para averiguar qué pasaría si lo dejaba secar más de la cuenta. Cómo era natural según las leyes de la física, el resultado fue poco menos que catastrófico, pero al menos pudo satisfacer su curiosidad gastronómica, tal cual hizo desde esta cocina mientras el paladar de sus dueños así se lo permitiera. Samai empieza a leer libros, a investigar, pero sobre todo a experimentar deformando recetas y satisfaciendo sus más absurdas fantasías culinarias.
Ya es octubre de 2014 y una amiga de Samai que es fanática de cuanta versión del formato Masterchef se haga en el mundo, estalla en júbilo al ver los primeros comerciales en RCN anunciando la versión criolla. La posibilidad de que Samai esté en un programa de televisión es tan descabellada como absurda, pero ante la insistencia de la amiga no queda sino revisar qué es lo que piden en la página de inscripción y nota que al menos el formulario en la misma no es muy difícil de llenar. En la cocina de la amiga cómplice, con ollas prestadas y cámara de celular graban entre las dos un vídeo que posteriormente es editado por el hijo de sus patrones, patrocinador silencioso de este invento que al volverse una realidad imposible de esconder, emociona tanto o más, a la familia que a la directamente implicada quien solamente siente nervios. Quince días después recibió la llamada donde se le informaba que había conseguido lo que más anhelaba: había quedado preseleccionada para entrar en el programa.
Si quería pasar el próximo filtro tendría que llevar un plato preparado, por lo cual escogió algo sencillo para mostrar su esencia: una ensalada con pollo y vinagreta que contra todo pronóstico supera montajes elaborado y platos complejos. Fue esa misma ensalada la que le daría la luz verde para ser una entre los 300 participantes que fueron –literalmente- a bañarse en la Plaza de Bolívar bajo el monumental aguacero que enmarcó el primer capítulo.
Éste fue el vídeo que pedía el programa como primera prueba de cocina.
De ahí en adelante el resto de esta historia salió al aire. Aunque no fue mucho el tiempo que Samai estuvo en la pantalla chica -de 18 participantes fue la sexta eliminada- éste fue suficiente para lograr algo que ni los ganadores de otros formatos con más audiencia han logrado, y que ya quisiera cualquier participante de reality poder hacer: quedarse en el corazón de los televidentes. Si no fuera sido así, a lo mejor las redes sociales no se hubieran alborotado al punto de que la Academia Verde Oliva decidió darle una beca para estudiar la carrera completa, y hasta Claudia Bahamón (presentadora del programa) alcanzó a derramar algunas lágrimas tras su salida, pues al ver a la participante cocinando se le venía a la cabeza la imagen de su nana.
Gracias a Masterchef, Samai Burbano es hoy la empleada doméstica más famosa de Colombia pero a pesar de las obvias ofertas de trabajo que le han salido en los últimos días y las múltiples cocinas añorándola, así se piensa quedar. Al menos mientras estudia pues sus patrones, más allá de ofrecerle un trabajo con la flexibilidad necesaria para estudiar, le ofrecen alas necesarias para soñar en grande y tanto ellos como ella quieren que se vaya solamente el día que ya tenga las bases necesarias para labrar su propio camino. Sin embargo hay algunos detalles que cambiaron. Para empezar su patrón debe acostumbrarse a asumir el rol de fotógrafo cuando sale con Samai a la calle, pues la gente así le obliga a hacerlo y la empleada no es capaz de negarse a dar una foto. Asimismo la mencionada beca en la Academia Verde Oliva cambió el plan que tenía trazado desde antes del programa pues pensaba estudiar gastronomía en la Universidad San Mateo.
Masterchef es un formato en el cual lo único que puede salvar o eliminar a un participante es lo que él sea capaz de hacer sobre un plato, nada más. Aquí poco o nada importan los escándalos que el participante sea capaz de generar pues todo lo relacionado con la convivencia pasa a un segundo lugar como bien lo estipula el contrato firmado con la producción, donde se especifica que el programa gira en torno al talento. Si bien es cierto que son recluidos en una casa especial, en ésta no hay casi tiempo para convivir, -ni para mechoneadas, lanzar cuchillos por los aires, encerrarse a hacer diabluras en un baño o confundir cámaras con vírgenes- pues ahí llegan únicamente a dormir luego de pasar todo el día cocinando. Samai cree que gracias a que ese formato es así fue que el televidente pudo percibirla a ella con su autenticidad, sus ganas de salir adelante y el esfuerzo que hacía en cada plato, de otra forma no se explicaría como es que desde el día de su eliminación no recibe un solo mensaje ofensivo en redes sociales, solamente bendiciones, saludos y demás manifestaciones de cariño provenientes más allá de nuestras fronteras nacionales.
Por lo pronto tiene 23 años, una hija, una beca para estudiar en Verde Oliva y el claro objetivo de que quiere entregarle su vida entera a la gastronomía nacional. No sabe cómo, si será desde su propio restaurante, la cocina de alguien más, o de alguna otra forma, aunque tampoco se desvive por saberlo pues eso es una pregunta cuya respuesta aparecerá en el camino. En todo caso, sabe cual es su objetivo y promete que llegará el día en que podamos calmar las ganas de probar su famosa sazón.