Julio empezó de la nada. No tenía tierras ni empresa alguna. Tampoco tenía el nombre que tiene hoy, al que le antecede la palabra Don. Lo único que tenía Julio a los 17 años era un caballo y una ilusión que luego transformó en un sueño: hacer tequila. Y lo hizo. Pero no hizo cualquier tequila. Julio elaboró, se inventó y está detrás del trago que cambió la historia de los tequilas en México y en el mundo.
Lea también: Los tres whiskies más emblemáticos del mundo que se beben en Colombia
Julio González nació en 1925 en Ocotlán, Jalisco. Su infancia estuvo marcada por la necesidad y la pobreza. Después de la muerte de su padre, a sus 10 años, tuvo que trabajar para ayudar a su madre y sus siete hermanos.
Consiguió trabajo distribuyendo tequila. Lo hacía con su caballo. Recorría caminos polvorientos durante varios días. Cargaba barricas, las cuales vendía por unos cuantos pesos. No tuvo más remedio que aprender del tequila. Aprendió el aroma de un buen agave, el color del mosto fermentado y aprendió también el sonido perfecto del fuego en los hornos de piedra. Aprendió que el tequila no es solamente una bebida, sino una paciencia, un tiempo que se espera y que se madura en cada gota.
En 1942, Julio consiguió lo que era impensable por aquellos días: un préstamo. Un empresario local creyó en él. Uso el dinero para levantar su primera destilería. La puso en Atotonilco. La llamó La Primavera. Ese nombre prometía cosas nuevas y cosechas frescas. Desde el comienzo su idea era distinta.
Mientras otros destilaban rápido y con afán él se tomaba su tiempo y le ponía más empeño a cada gota destilada. Plantó los agaves con espacio necesario para que ellos crecieran más fuertes. Seleccionaba a mano las piñas más jugosas y las cocía al vapor durante tres días. Los demás lo hacían en uno. Nadie trabajaba de la misma manera. Nadie tenía la paciencia para esperar la perfección como Julio.

Para los años 70, su tequila ya era leyenda. Las personas no pedían un tequila, pedían Don Julio. Y él, meticuloso y obsesivo, quiso que su nombre tuviera una presentación digna. Las botellas de tequila eran altas y delgadas. No tenían estilo. Don Julio diseñó una botella más bajita y ancha. Quería que la botella ocupara un lugar importante en la mesa. La botella tenía que notarse. Era un gesto simple, pero un manifiesto: su tequila no pasaba desapercibido.
En 1987, Don Julio dejó de ser solo un hombre. Se convirtió en una insignia. Fue el primer tequila de lujo en el planeta. Un reposado que no tenía que disculparse por su suavidad. Un blanco que ardía con elegancia. Y un añejo que exigía respeto. Así se hizo conocer en todo el mundo. Y luego vendría más.
En 2002, crearon Don Julio 1942. Fue su homenaje a los difíciles comienzos. En 2012 llegó Don Julio 70, el primer tequila cristalino. Los críticos dijeron que fue el equilibrio entre la juventud del blanco y la profundidad del añejo. Ese fue el último trago que don Julio que alcanzó a supervisar, aunque sin probarlo: su médicos no se lo habían prohibido años atrás. Pero lo aprobó con la mirada y con el olfato, con el poder que aprendió con años y años en el oficio. Algo que aprendió el haber pasado su vida entre barricas y alambiques.
Don Julio murió ese mismo año, pero su legado se multiplicó. En 2015, la multinacional Diageo compró el 100% de la marca. Se anunció una inversión millonaria para expandir su producción. Hoy, el tequila que nació en una destilería modesta en las tierras rojas de Jalisco se vende en más de 60 países. En algunos, como Estados Unidos, una botella de Don Julio 1942 puede costar hasta 125 dólares. En otros, se convierte en sinónimo de un México que sabe a agave cocido, a roble, a la paciencia de los jimadores que cortan la planta con ritmos precisos, como se los enseño don Julio.
En La Primavera, las barricas de tequila no han parado de llenarse. El negocio de don Julio González produce más de un millón de botellas al año y almacena seis millones de litros de tequila. Y en cada sorbo, en cada trago pausado, hay un eco de aquel joven que recorrió los caminos de Jalisco a caballo, con un sueño embotellado en cada gota: hacer el mejor tequila del mundo.