En esquinas de los barrios de Bogotá siempre hay un carretero con carreta verde y sombrilla verde del que ya se sabe desde lejos, sin escucharlo gritar, qué es lo que vende. Uno de ellos es Diego Bolaños, quien al no conseguir empleo fijo y estable, y después de haber pasado un número de hojas de vida que ya ni recuerda, desde hace ocho meses se decidió apostarle a este negocio.
Igual lo han hecho 39.620 vendedores informales que según el distrito hay en la ciudad de Bogotá. Todas las mañanas, sobre las nueve, acomoda y encarrila 100 aguacates en una carreta de madera pintada de verde que rueda con dos viejas llantas de carro. La carreta compró hace seis meses por $200 mil. Se acomoda en una de las esquinas de la calle segunda, vía principal del barrio Galán, a donde se queda hasta las 3 de la tarde.
El aguacate se vende bien y no solo para el plato del medio día. Desde hace unos 10 años, cuando la producción nacional se disparó, dejó de ser producto élite y costoso, y se convirtió en el acompañante perfecto.
La ama de casa o la empleada que cocina son el eslabón final de la cadena del mercado del aguacate, quienes saben que comprarlo en la carreta verde, es más favorable en cuanto a precio y calidad, variables que manejan a la perfección. Un buen número de las 4 mil toneladas de aguacate que los bogotanos consumen al mes son vendidas por ambulantes.
En un día entre semana no vende los 100 aguacates que lleva en la carreta y lo sabe. La cantidad que carga es una estrategia de venta. “Así se ven mejor: mucho más presentables y atraen más”, dice el vendedor de 21 años, quien también asegura que vender esta fruta en la calle no es un mal negocio. De lunes a viernes se vende en promedio de 20 a 30 aguacates diarios, que le dejan una ganancia neta, también promedio, de 30 mil pesos diarios. Del medio día a las dos, según recalca, son las horas fuertes en venta.
Los mejores días para el negocio, dice, son los sábados y domingos, en los que, por las reuniones familiares, los almuerzos especiales y los asados, que, aunque se han diezmado por cuenta de la pandemia, se puede vender hasta 160 aguacates, que le representan un promedio de 180 mil pesos de ganancia. Haciendo cuentas, Diego trabaja por unos 300 mil pesos a la semana, un poco más del salario mínimo. Pero Diego no cuenta con prestaciones sociales.
Diego le compra el aguacate a su suegro, Ricardo Sabogal, un comerciante mayorista que lleva 20 años comercializando con aguacate, que a su vez compra el fruto por bultos en la central de abastos de Bogotá, Corabastos, y se lo revende por kilos a él y a 10 vendedores ambulantes más. Diego y sus colegas compran el kilo a $4500 y fácilmente lo pueden vender al doble.
Ricardo Sabogal va dos veces por semana a Corabastos y compra unos cuatro bultos de aguacate verde, duro como una piedra —que es más barato que aquel que ya esté casi listo para comer— y lo pone a madurar en el garaje de su casa que adecuó como bodega.
El aguacate que Diego y la mayoría de aguacateros venden en las calles de Bogotá son de una variedad llamada Semil y llega a la central de Abastos desde pueblos cercanos a la ciudad, de tierras calientes de Cundinamarca y Tolima, como Mesitas, La Mesa, Viotá, Fusagasugá, Tocaima, Mariquita. Hasta estos pueblos también van comerciantes independientes que de finca en finca compran bultos del fruto que luego ponen a vender en las calles bogotanas. Otra de las variedades que se vende en Bogotá se llama Papelillo que llega desde los Llanos Orientales.
Aquellos carreteros, que trabajan todos los días unas seis horas al sol y al agua recorriendo calles, terminan siendo intermediarios e importantes en un gigantesco negocio que mueve al año dentro del país 180 mil toneladas de las 250 mil que se cultivan; las restantes 70 mil van a parar principalmente a Holanda, Inglaterra, Francia y España.
Por estos días, por cuenta del paro que se adelanta contra el gobierno Duque, que ha limitado el transporte de alimentos hacia la capital, y porque la cosecha de aguacate no es muy fuerte en los seis primeros meses del año, el precio está costoso, así lo cuenta Diego, quien vende cada fruto a dos mil y tres mil pesos, dependiendo el tamaño.
La venta en el extranjero también se ha fortalecido con cifras récord. En menos de siete años Colombia pasó a ser líder mundial en la venta de aguacate. En 2014 el país exportaba solo dos mil toneladas e importaba tres mil. Hoy en día exporta 70 mil e importa no más de 30, la mayoría desde Chile. Pero las amas de casa colombianas, que conocen bien este producto que se ha hecho parte de la gastronomía diaria, le exigen a su carretero de confianza un aguacate colombiano y maduro para engalanar sus platos.