«Mussolini, el amo de Italia», titulaba hace 100 años el periódico El Tiempo de Bogotá su información del 22 de octubre de 1992, sobre lo que acontecía en el país europeo donde se imponía este ex dirigente socialista de 39 años.
«El Partido Fascista es el verdadero amo de Italia. El jefe del partido, Benito Mussolini, es prácticamente el dictador de Italia y en los asuntos de mayor importancia para la nación adopta él solo las decisiones que son de su parecer y el Gobierno debe doblegarse ante ellas».
En aquellos días del siglo pasado, Mussolini, que había sido electo diputado un año antes, preparaba su asonada contra la democracia italiana, mediante la «marcha sobre Roma», una gran movilización de militantes fascistas que, desde diversos puntos del territorio nacional, confluyeron entre el 27 y el 30 de octubre de 1922 sobre la capital de Italia.
La intimidación lograda mediante la violencia contra dirigentes y militante de la izquierda de entonces, así como su fuerte cuestionamiento al liberalismo republicano, logró instaurar el principio autoritario del Estado a partir de la supresión de la actividad del resto de los partidos políticos y el fin de la libertad de prensa.
Los orígenes socialistas de Mussolini le facilitaron la búsqueda de apoyo popular, sumado a la participación de veteranos de la Primera Guerra Mundial quienes en numerosos casos formaron los grupos de choque —primeros «camisas negras»— contra el movimiento obrero, los socialistas y comunistas.
Paulatinamente, Mussolini obtiene el apoyo de la clase media urbana y rural que se sintió amenazada por la creciente organización e incidencia de la clase obrera europea galvanizada por el triunfo en 1917 de Lenin y los bolcheviques en Rusia.
Fue clave para mantenerse en el poder hasta 1945 el apoyo proporcionado por la Iglesia católica, formalizado en 1929 por los Pactos de Letrán firmados por el cardenal Pietro Gasparri, en nombre de Achille Damiano Ambrogio Ratti (papa Pío XI) y por Mussolini, en nombre del rey Víctor Manuel III.
Por esos acuerdos se crea el Estado Ciudad del Vaticano— una teocracia organizada como monarquía absolutista—reconociéndosele soberanía e independencia.
Seis años después de esa firma, el papa Pío XI bendecía las armas de Mussolini quien se embarcaba en una aventura colonialista de agresión a Abisinia (Etiopía) contra la posición de la Sociedad de Naciones que consideró a Italia como país agresor y le impuso sanciones económicas.
Factor determinante en el ascenso del fascismo italiano fue la crisis económica que afectó duramente a Europa entre 1918 y 1921; y luego, el quiebre del 29 hasta mediados de los años treinta.
El fascismo italiano tuvo en mayor o menor medida, con matices propios y temores similares a los alentados por buena parte de la sociedad italiana de entonces, sus seguidores latinoamericanos.
En Argentina, el admirador más fervoroso de Mussolini fue Juan D. Perón, quien incluso le imitaba como puede acreditarse en fotografías ecuestres de ambos políticos, o como motociclistas.
De viaje por Italia, el 3 de julio de 1940 Perón pudo conseguir una entrevista con Mussolini. Narró que al entrar al despacho del dictador «tuve ganas de abrazarlo, pero la solemnidad del lugar me contuvo. Junté mis tacos y por única vez en la vida, en vez de hacerle la venia, lo saludé con la diestra en alto, a la manera fascista». [*]
Un sector de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, más conocida por sus siglas: FORJA, fundada en 1935 proveniente de la Unión Cívica Radical, que apoya el golpe de Estado de junio de 1943, así como también la política social de Perón, de hecho, coincide con el fascismo porque se opuso a «la mentira democrática».
FORJA se disuelve en 1945 para integrarse a «la Revolución nacional en marcha», es decir al movimiento peronista.
En Brasil, la Acción Integralita Brasileña (AIB) con representación legislativa, mezcló propuestas fascistas como el corporativismo, supresión del comunismo, Estado fuerte y partido único, con posturas antimperialista.
Fundada en 1932 puede verse como una reacción conservadora, inspirada en la doctrina Social de la Iglesia católica ante una serie de rebeliones militares de oficiales subalternos (1922, 1924, y 1926) conocidas como el "tenientismo" así como la Columna Prestes, que mantuvo durante dos años y tres meses (1925-1927) la fantasía revolucionaria cuando 1.500 hombres armados emprendieron una marcha de 25.000 kilómetros a través del país.
Agitaciones que culminaron con la Revolución de 1930 que llevó a Getulio Vargas al poder.
Vargas, dos veces presidente 1934 -1945 y 1951-1954, durante su régimen autoritario del «Estado Novo», fruto de un golpe de Estado (1937), se acercó a estas posiciones que por cierto en Latinoamérica no tenían entonces el mismo rechazo que en Europa que acababa de vencer al eje Roma-Berlín-Tokio.
Con similitudes a la dictadura portuguesa de António de Oliveira Salazar —también llamada «Estado Novo»— Vargas gobernó con fuerte impronta nacionalista, anticomunista y autoritaria.
En Chile, el fascismo fue encarnado por el Movimiento Nacional Socialista (MNS), fundado en 1932 con organización y estructura fuertemente militarizada. De ideología antiliberal, antiparlamentarista y antimperialista, socialista no marxista. Propuso suspender el pago de la deuda externa, apoyar el sufragio femenino y nacionalizar el cobre chileno, en coincidencia con los comunistas partidarios de nacionalizar la economía.
En 1938, luego de escasa votaciones parlamentarias y municipales, el MNS impulsó un golpe de Estado para imponer en la presidencia al ex dictador Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), quien luego sería presidente constitucional (1952-1958). El MNS se dividió, un sector se "izquierdizó", pasó a llamarse Vanguardia Popular Socialista, apoyando al candidato del Partido Radical, Pedro Aguirre Cerda, del Frente Popular (1938-1941), disolviéndose en 1942.
Otra fracción adopto el nombre de Partido Nacional Fascista que actuó hasta 1940.
Sin agotar experiencias similares acaecidas en otros países latinoamericanos en la primera mitad del siglo XX, — Unión Revolucionaria de Perú (1931-1960); Unión nacional Sinarquista de México (1937-1988) y Acción Revolucionaria Mexicanista (1933-1945) o «camisas doradas», entre ellas —Uruguay también padeció el empuje fascista a partir de 1933, en que un presidente constitucional daba un golpe de Estado en 1933. Gabriel Terra (1931-1938) con apoyo de sectores minoritarios del espectro político disolvió el Parlamento y reprimió— incluido un bombardeo aéreo contra revolucionarios— la oposición democrática.
Algunos dirigentes políticos uruguayos quisieron incorporar a la vida política y constitucional del país visiones fascistas y protofascistas, como reacción a la socialdemocracia impulsada por José Batlle y Ordóñez en sus dos períodos presidenciales (1903-1907-1911-1915); así como media docena de organizaciones y diversos periódicos que expresaron su adhesión al fascismo: El Pueblo, La Tribuna Popular, La Mañana, El Diario.
En los años setenta y ochenta el fascismo también campeó en el Cono Sur con la diferencia de que las FFAA sustituyeron al partido único fascista y con el motivo de combatir las guerrillas, fueron auténticas fuerzas de ocupación en sus propios países. El siglo XXI trajo un “Mussolini tropical” como definiera Carlos Fuentes a Hugo Chávez, pero esas son otras historias.
[*] (Camarasa, Jorge, Odessa al Sur, pág. 74, citado por Patrick Burnside en El escape de Hitler)|Le puede interesar:
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