Los holandeses son los que propiciaron el cultivo y el comercio del café a nivel mundial y en 1714 trajeron algunas plantas a Surinam, de donde se extendieron a la actual Guyana y de allí a Venezuela y la Orinoquia; en las Antillas desde 1720 se cultivaba en Santo Domingo y Haití y luego en Cuba, de allí también pasa a Venezuela, desde donde se exportaba en cantidades relativamente crecientes.
Los jesuitas, empresarios como eran, lo llevan al Colegio de Popayán hacia 1730 desde la Orinoquia y ensayan su cultivo cerca de allí y en el Colegio de Pasto también se lo empieza a cultivar dada la amplitud y variedad climática que tenían las haciendas de dicha entidad, en particular las de Funes, Guapuscal Bajo y Ancuya. Sin embargo, la producción se hacía para un consumo de los citadinos, puesto que en esa época se prefería la bebida de cacao sobre todo del que venía del vecino Putumayo.
En 1774, no obstante existir ampliación del cultivo y exportación del café en las Antillas y Venezuela hacia España, se disminuye este comercio porque el Rey de España lo grava con muchos impuestos. En esas condiciones el café de Hispanoamérica no podía competir con el que vendían, a menor precio, las otras potencias coloniales en el mercado europeo. Desde 1791 recomienza otro auge exportador, especialmente en Venezuela, al cubrir esta Capitanía el faltante de café que originó la revolución de los esclavos negros en Haití, en especial porque los colonos y empresarios franceses que huyeron de aquella isla trasladaron sus inversiones y mejores técnicas de cultivo a tierras venezolanas. Aún más: producir café se vuelve más rentable que producir cacao, principal exportación de aquella capitanía hacia México, el Caribe y España, una vez que en 1792 se liberó por completo el comercio cacaotero por disposición de la monarquía española.
En 1782 el café ya se cultivaba en la región del Táchira y, desde 1798, en los valles de Aragua no obstante que hasta 1803 se propagó allí una epidemia que afectaba a los trabajadores con “calenturas” tal vez provocadas por los cambios bruscos y masivos en el ecosistema y la microfauna por la extensión de los monocultivos. Hacia 1813 la hacienda denominada El Progreso, cercana a Cúcuta y de propiedad de Ignacio Ordóñez de Lara, tenía sembrados 7.000 cafetos y por tanto fue la que, definitivamente y con una mayor extensión, inicia, aunque de manera relativamente rudimentaria, la explotación empresarial del café dentro del territorio que luego se llamó Colombia.
Don Ignacio, según las genealogías publicadas sobre la familia Ordóñez de Lara y las que se conservan inéditas en la Fundación Estanislao Merchancano, descendía de payaneses y pastusos, distinguiéndose, por su acendrado republicanismo y posiblemente su afiliación a la masonería quiteña, su tío, el presbítero Andrés Ordóñez de Lara, nacido en Pasto y quien, después de ser apresado por Sámano cuando se desempeñaba como párroco del pueblo de La Plata (Huila), fue deportado a Cádiz (España) en donde murió al poco tiempo.
Ya en el siglo XIX se extienden los cafetales en Colombia, y, a mediados de ese siglo, se empiezan a exportar algunas cantidades hacia otros países, pero solamente con las inversiones que se hacen en la Provincia de Soto (actual departamento de Santander del Sur) la exportación se multiplica al ampliarse los caminos, hacia los puertos sobre el río Magdalena que están próximos a la región productora.
Santa Bárbara de Rionegro, hoy municipio de Rionegro en Santander del Sur, se instituye como villa de la colonia española en el siglo XVIII. Hacia 1851 se transforma en una población muy importante por la explotación y transporte de quinas que tomaba el camino de Puerto Wilches sobre el río Magdalena, y con el tiempo, gracias a la difusión que hiciera, desde la provincia de Pamplona hasta la de Bucaramanga en la década de 1820, el presbítero Dr. Francisco Romero, surge como importante centro de producción cafetera, no obstante que las poblaciones pioneras en la producción comercial del grano fueron: Salazar de las Palmas, Arboleda, Bochalema, Chinácota, y Gramalote hoy derruida por una accidente natural y a la espera de que el Estado y los colombianos les colaboren a sus habitantes para reconstruirla en un sitio que no presente fallas tectónicas.
En 1898, después de dos guerras civiles, la producción de café concentrada en el actual Santander del Sur se calculó en 531.437 bultos (de 60 kilos), y en 1899 bajó a 387.207 bultos a causa de la contienda de “los mil días”. Hasta el año de 1960 se encontraban cafetales del tipo más antiguo existente en Colombia traídos desde la vecina Venezuela, los cuales producían de 4 y medio a 5 años después de sembrados al lado de arracacha, yuca o maíz y de los platanares de la variedad “chocheco” (o “chiro” como se le dice en Nariño), con sombrío irregular, y una producción de 125 kilos por hectárea y formas todavía rusticas para su beneficio (despulpado, lavado, secado). Este estilo de producción, relativamente arcaico, se puede contemplar en nuestros días en municipios como el mismo Rionegro, Pinchote, San Vicente, Oiba, Matanza, Suratá, Curití, Suaita, San Gil y El Socorro hasta el momento en el cual se recoge la pepa madurada en los canastos llamados “catabros”.
Gran parte de este auge cafetero se debe a la introducción de métodos semi-industriales para la escogencia y transformación del café que se exportaría por el cercano río Magdalena, precisamente a partir de Rionegro y de la acción empresarial de Gabriel García Ordóñez, quien se casó con la pastusa Eudoxia Burbano y administraba su hacienda llamada Garcilvania con varios de sus seis hermanos. Posiblemente la madre de Gabriel era familiar de Ignacio Ordóñez de Lara, residente en Cúcuta, y de quien ya expusimos los datos pertinentes. Los hijos de Don Gabriel y Doña Eudoxia, Fernando, Sinforoso y Tirso García Burbano, continuaron con la empresa agrícola de sus padres y la mejoraron hasta un punto que bien merecen ser exaltados en esta semblanza, sobre la evolución económica y cultural del café colombiano.
Fernando García Burbano extendió la producción del grano a otras haciendas como; La Virginia, El Edén, Los Vados, Piedras, Porvenir y El Diamante. De él y de su hermano Sinforoso desciende la familia García Cadena. Por su parte, don Tirso, ascendiente de la familia García Peña no contento con modernizar los sembríos y la tecnología complementaria en las plantaciones de sus haciendas La Carolina y El Líbano, publicó en Bucaramanga un resumen de sus experiencias y de otras que conociera en Venezuela y en estudios sobre el tema dándole el título de “El cultivo del café”, rareza bibliográfica, impresa en la década de 1890, y que por largo tiempo sirvió de guía única sobre la actividad cafetera en la región santandereana.
Hacia 1893 en el actual Nariño ya se habían plantado 500.000 árboles y un cuarto de ellos fructificaban, según informe de Luciano Herrera, uno de los primeros empresarios cafetaleros en esta comarca, distinguiéndose por entonces la región de Samaniego. En 1896 ya el café se propaga en Buesaco, El Tablón, La Unión, San Lorenzo, El Tambo, Tangua, y en Sandoná existían 15.000 árboles, además de Funes en donde se dio el primer cultivo en el sur colombiano tal y como aquí se describió.
El café es una bebida que se vuelve popular en el mundo, porque los marineros y campesinos de España y América la tomaban como un estimulante para su arduo trabajo, de donde se la puede considerar como una bebida popular propiamente dicha y no solamente “popularizada”, y, en la actualidad, ya es cosmopolita por otro aspecto de la cultura cafetera, que es la de la libertad de catar matices o variedades, y de escoger entre todos estos el de gusto individual en cuanto a sabor, aroma, cuerpo y otros elementos que configuran la calidad del grano que se ofrece y que, en Colombia, por los concursos que se han realizado, está consignada en los últimos tiempos a la producción del sur colombiano, tal y como sucede, en nuestros días, con el café suave que exporta Café La María, ejemplar empresa nariñense.