Los enviados especiales a Zurich el 3 de diciembre 2010 recuerdan los momentos previos a la elección de la sede del 2018. Inglaterra era la gran favorita. Habían enviado a Zurich una delegación de lujo encabezada por el príncipe Guillermo, el entonces primer ministro David Cameron y el popular futbolista David Beckham. Siendo los creadores del fútbol moderno y después de haber sido sede del evento en 1966 y teniendo la liga más competitiva del mundo, todos creían que podría derrotar a España, su rival más fuerte. En última posición de ese lote de países europeos que buscaban la sede estaba Rusia. El día de la elección Vladimir Putin sorprendió a todo el mundo asistiendo al evento. Lucía sonriente, confiado, rodeado por dos modelos eslavas. En el evento estuvo todo el tiempo cerca a la delegación catarí con la que habría pactado la compra de los votos decisivos con los miembros del comité ejecutivo de la FIFA. Cuando Joseph Blatter abrió el sobre y leyó el nombre de Rusia y de Catar como las sedes de los mundiales 2018 y 2022, el silencio se apoderó de la sala. Poco después hasta el propio presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, dijo que había sido una decisión incomprensible darle a estos dos países la sede de los mundiales. “No sé cómo funciona eso, todo lo que puedo decir es que en ocasiones, en la vida, se ha visto muy a menudo en partidos de fútbol, no siempre gana el mejor” dijo David Dein, miembro de la candidatura inglesa.
Si hoy se hiciera la elección de la sede de la Copa Mundo, Rusia no tendría ninguna opción. Después de haber derrotado a su rival directa, Inglaterra, en la elección celebrada en diciembre del 2010 en Zurich, mucha agua ha pasado por el molino. La posición de Putin en la guerra de Siria, apoyando al régimen de Basar al-Asad, la guerra que desató Putin sobre Ucrania como una cortina de humo que le sirvió para elevar su alicaída popularidad en las elecciones del 2012 y que dejó miles de muertos, la anexión a su territorio de Crimea que recordó la sed hegemónica de uno de sus ídolos, Josef Stalin, la evidente intervención del servicio secreto ruso en la elección de Donald Trump, y el envenenamiento del ex espía Sergei Skripal y su hija Yulia en Londres que casi provoca el boicot de la selección inglesa, han convertido a Rusia en una amenaza mundial.
Pero no sólo han sido estos hechos los que han llevado a comparar al mundial organizado por Putin como un evento propagandístico muy parecido a los juegos olímpicos de Berlín en 1936 organizados por Hitler, comparación hecha por el ministro de relaciones exteriores de Inglaterra Boris Johnson. El escándalo de dopaje de 643 atletas rusos que participaron en las olimpiadas de Beijing y Londres hicieron que en el 2016 el Comité Olímpico Internacional pidiera expresamente a los países que clasificaran a la cita mundialista no asistir a Rusia. En el centro de ese escándalo estaba Vitali Mutko, ministro de deportes de Rusia y presidente del comité organizador del mundial. Mutko es un viejo conocido del fútbol en su país ya que fue presidente durante ocho años de uno de los clubes más poderosos de Rusia, el Zenit de San Petersburgo. Putin prefirió abortar a ocho de sus asesores directos que a Mutko, un amigo al que conoce desde el último periodo de la Unión Soviética.
Cinco años después 41 miembros del comité ejecutivo de la FIFA fueron acusados por recibir millones de dólares en sobornos que incluían la manipulación para votar por Rusia como sede del mundial. Entre ellos cayeron los dirigentes latinoamericanos Nicolas Leóz de Paraguay, Rafael Esquivel de Venezuela, Eugenio Figueredo de Uruguay, Eduardo Delucca de Argentina y Luis Bedoya de Colombia. El ministerio público de Suiza abrió un proceso penal contra los miembros del comité de la Fifa por sospechas de gestión desleal y de lavado de dinero en relación con la elección a las sedes de los mundiales de fútbol 2018 y 2022. En el 2015 agentes de la fiscalía suiza allanaron la sede de la FIFA y encontraron suficiente evidencia para comprobar que sí hubo sobornos. El escándalo terminó sacando a Joseph Blatter de la FIFA y forjó la necesidad de refundar, con Gianni Infantino a la cabeza, a la Federación Internacional de Fútbol Asociado.
Nadie pudo quitarle a Putin la ilusión de que su país fuera sede del mundial. A Putin el fútbol no lo trasnocha. Su deporte es el judo, el karate y el tenis, deportes individuales y no de conjunto. Una vez le dieron la sede a Rusia invirtió, durante seis años, 675.000 millones de rublos, más de 10.000 millones de euros en adecuación de los estadios. Este dinero exacerbó el espíritu de corrupción de dirigentes rusos. El estado de Kretovski en San Petersburgo, la ciudad en donde Putin comenzó su carrera política, multiplicó por seis la inversión planificada inicialmente: USD 845 millones. En Kalinigrado se hizo un estadio gigantesco cuya construcción sobrepasó los USD 400 millones, un monstruo que no tendrá ninguna utilidad después del mundial. El ex ministro de la construcción de Kaliningrado fue encarcelado por los excesos presupuestales que conllevó ese estadio.
Hoy la fiebre del fútbol eclipsa todos los escándalos. Putin estará en Moscú, en el palco del estadio, asistiendo a la inauguración, viendo a su selección debutar contra Arabia Saudita, un deporte que no le interesará mucho pero sabe que le dará el prestigio que solo tuvieron los zares y Stalin.