Si nos devolvemos en el tiempo no conoceremos quién lanzó la primera flecha o arcabuzazo, ni quién empezó a esparcir una llovizna de agua bendita con un hisopo, pero siempre encontraremos información importante.
En nuestros país hemos padecido todas las formas inimaginables de atropellos: inquisición, quemas de brujas, linchamientos e incendios de pueblos; disputas territoriales de esmeralderos, mineros, cultivadores de hoja de coca e industria petrolera; enfrentamientos religiosos, raciales, de género y por supuesto lucha de clases. Ahora mismo tenemos en el Cauca una inverosímil lucha de indígenas pobres contra otros aún más pobres, los nasa y los misak.
Ahora bien, la palabra autodefensa implica que hay un atacante y un atacado que se defiende de un despojo o una venganza. Así mismo, se podría esgrimir el argumento de que es un intento para prevenir el crimen. En el más antiguo derecho anglosajón, algunos teóricos y juristas estimaban que el derecho a defenderse era la primera ley de la naturaleza. Filósofos como Thomas Hobbes y John Locke escribieron que un mundo sin gobierno ni leyes era primitivo y peligroso, en cuyo ámbito cualquier persona podría usar una fuerza mortal cuando lo juzgara necesario. Es decir, en ese mundo cada individuo podría ser juez, jurado y ejecutor.
Este punto de vista parecería ser el pensamiento del presidente Guillermo León Valencia, a quien le correspondió enfrentar el nacimiento de la guerrilla en Marquetalia, que más tarde se convirtió en Farc. En ese entonces, algunos líderes gremiales y políticos le plantearon al presidente un diálogo para alcanzar la paz, a lo que el mandatario respondió tajantemente: "El diálogo existe mediante una diligencia judicial que se llama indagatoria, en la cual el representante del Estado es el juez".
Casi de inmediato se inició la operación Marquetalia en 1964 y se dieron algunas directrices para la formación de grupos de defensa. Desde entonces la lucha contra la guerrilla, durante los siguientes 50 años, se movió en un péndulo que oscilaba desde la mano dura de Valencia-Turbay-Uribe, hasta las políticas gelatinosas y ambiguas de B.Betancur y J.M. Santos. Pastrana, al igual que Belisario, muy bien sabía que el ejército estaba en desigualdad de condiciones frente a la guerrilla, pero en vez de dejarse llevar por la resignación, hizo lo contrario. Convirtió la debilidad en fortaleza y empezó a dialogar para ganar tiempo.
La estrategia le sirvió para ir armando el Plan Colombia, el cual partía de una premisa básica muy simple: para derrotar a un guerrillero se necesitaban diez soldados bien entrenados y armados, en vez de soldados bachilleres. Mientras negociaban, las Farc creyeron que se estaban expandiendo, ganando territorio y asegurando rutas. Solo muchos años después, sus mismos jefes reconocieron que habían caído en una trampa. Pero ya era demasiado tarde y el “Plan Colombia”, que aún perdura, ya estaba en marcha. Por su parte, el presidente Uribe con más criterio partidista que patriótico se autopromovió como su creador absoluto, cuando en verdad no hizo más que implementar el plan (otra vez las contradicciones, por intereses mezquinos, entre presidentes)
Como podemos apreciar, durante estos años de incongruencias ideológicas, más la debacle moral que trajeron la corrupción administrativa y el narcotráfico, era lógico pensar que la lucha armada y la respuesta entre ambos bandos reflejase la misma incoherencia. Fue así que las autodefensas aparecieron como la fórmula “todos ganan”. Estas le convenían al Estado porque parecía que retomaba el control; los militares se fortalecían siendo aliados con los campesinos; el ciudadano de a pie, el pequeño finquero y el cafetero creían estar protegidos y volvían a creer en la fuerza pública.
Los abusos y las equivocaciones empezaron a aparecer. Un buen número de narcos y guerrilleros se hicieron pasar como autodefensas y, de esta manera y poco a poco, se fue desvaneciendo la frontera legalidad-ilegalidad y muchas de las autodefensas perdieron su identidad. Parecería desde esta perspectiva que la formación y degeneramiento de las autodefensas más que una política coherente de Estado era más bien el reflejo de una clase política que daba tumbos y no sabía qué rumbo tomar.
Este punto de vista está en abierta oposición con la idea de izquierda recalcitrante de culpar de la represión a la oligarquía para defender sus intereses. También contradice la visión derechista de que en el ADN de los izquierdistas está la espora del maligno. Por eso es tan difícil encontrar la verdad en este tema, porque la mayoría de los estudiosos del tema atrapados en el paradigma derecha-izquierda y allí la ecuación marxista no funciona.
Existe una publicación muy interesante, de una investigación de Uniandes, que establece varias períodos, en el avance del narcotráfico y el avance del paramilitarismo; y se utiliza la palabra dilución para describir este proceso de tres etapas.
- La primera en las grandes ciudades, en donde el capital de la droga y el conflicto no afectaron la riqueza relativa de los oligarcas.
- La segunda en las ciudades intermedias, en las cuales se presentó una acomodación estratégica a las nuevas circunstancias.
- La tercera en las áreas periféricas —de esmeralderos—, donde no existía una oligarquía como tal y por lo tanto narcotraficantes y jefes paramilitares pudieron transformarse en oligarcas, gracias a su vinculación al crimen y al ejercicio de la violencia privada.
Entonces, como dicen los budistas, tomemos el camino del medio, agarremos la punta de la madeja y busquemos el origen del enredo.
En nuestra próxima entrega: ¿Quién creó las Convivir?
[1] J.C. Iragorri y J. Mosquera. Tiros de Guillermo León. [2] J.D. Velasco. G. Duncan. F.Lopera. Oligarquía poder político y narcotráfico en Colombia; Medellín, Santa Marta y Muzo. Rebista Uniandes #95 julio 01, 2018.