Como ladrón en librería

Como ladrón en librería

Libros cuidados más que el dinero en un banco

Por: Alonso Rodríguez Pachón
diciembre 18, 2014
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Como ladrón en librería

No hay nada más frustrante que entrar a una librería y no tener dinero suficiente para mercar más de tres o cuatro libros en un solo pago; y más deprimente, tener las ganas de leerlos y revisar que en los bolsillos, escasamente, solo alcanza para el bus de regreso.

Soy un estudiante común y corriente. Solo paso eventualmente para ver cuáles son las novedades y las ofertas. Cuando tengo dinero hago la mejor inversión. Reviso los precios y los últimos lanzamientos de mis escritores favoritos y, aunque necesariamente, no siempre paso para hacer compras, disfruto recorrer cada pasillo de esas estanterías que deleitan mi vista con uno u otro texto jurídico, histórico o literario...

Era la última actividad de la tarde. El sol caía sobre mi rostro cegando toda posibilidad de poder ver de frente aquel andén que guiaría la ruta hacia mi destino. Dos puertas de vidrio activadas por sensores se abrían de par en par al mismo tiempo en que captaban mi presencia. Parada en la puerta, una mujer de 1,69 de estatura atendía la seguridad del local. Faltaban diez segundos para que el reloj marcara las cuatro y tres minutos de la tarde. Me dispuse a entrar, mientras aquella mujer observaba con recelo la mochila artesanal que colgaba de mi hombro. Antes de entrar me requisa. Segundos después ingreso, y aún siento su mirada escaneando mi presencia.

A lo lejos puedo observar todas esas estanterías atiborradas de libros brillantes e impecables a la espera que alguien los estrene. De pronto, una inusual sensación de seguridad estimula mis sentidos, haciendo que mis cortas piernas den grandes zancadas para entrar y extraviarme en lo más profundo de aquella tienda. Y como en un espeso bosque, me pierdo en el centro de ese cúmulo de autores y letras.

En la parte baja, dos libros sobre salen entre los demás. Uno de ellos tiene rastros de haber sido desempacado de su cubierta original. El vinipel que lo protege está desvencijado, por lo que capta mi atención. Me pongo cómodo y me siento en el piso, e inmediatamente tomo el texto y abro la tapa. Paso una, dos, tres y más páginas hasta quedarme sumido en una juiciosa lectura mientras pierdo la noción del tiempo.

Continúo leyendo pero una zozobra perturba mi armonía, y la impresión de sentirme observado me incomodan desde hacía más de quince minutos. O creo que eran más… tal vez eran veinte.

Al frente, entre los arbustos literarios, fijo mi vista y ahí estaba. Como roca, con una postura rígida y apariencia intimidante, creyendo que dentro de la mochila guajira probablemente se albergaba algún artículo ajeno a mi propiedad, se encontraba la guarda de seguridad. Pareciera que en aquel lugar solo existo yo. Y ella, dispara su mirada única y exclusivamente en mí. Hago lo posible por parecer invisible, cierro el libro, lo ubico en el estante y me pongo de pie. Continúo mi recorrido y, tras varios metros, me doy cuenta que su presencia aún me respira en la nuca.

Con el transcurrir del tiempo, la librería no se convierte en un santuario intelectual sino en un campo armado. Mi uniforme de guerra está constituido por un jean, un par de zapatos informales y una camisa polo que casualmente ese día estaba estrenando; el uniforme de ella es algo más agresivo. ¿Y mi armamento? Un par de ideas y grandes principios éticos.

El laberinto del sitio, permite que me desplace una y otra vez por los mismos lugares sin que la persecución cese. Aunque mis intenciones no son hostiles ella persiste. Una confrontación no sería lo adecuado dado que ella más que nadie conoce el campo y, por supuesto, me encuentro en un lugar donde yo sería el primer caído en el intento.

Caminando por el recinto sigo sin entender la razón de tal persecución. Por un instante dejo de sentir sus pasos y en su radio teléfono se menciona un alerta.

-De urgencia, acercarse a la puerta principal-

Es la voz de uno de sus compañeros de seguridad, y entre otros mensajes que he escuchado, es la palabra: robo.

A escasos metros de la puerta principal y con el agobio de aquel hostigamiento, decidí detenerme en la sección de literatura antigua: “Ningún legado es tan rico como la honestidad”, fue una frase que recordé al tropezar con un libro de William Shakespeare. Luego, reflexiono sobre el poder que tiene la apariencia de la adultez al aplastar la ingenuidad de la juventud. Continuo frente a la puerta principal y de manera atónita observo la requisa hecha a un señor que probablemente duplicaba mi edad. Sus zapatos y su corbata de ejecutivo brillaban tanto que cegaron el trabajo de mi petulante e incrédula escolta. Bajo el elegante blazer de aquel simulado ejecutivo se escondían dos costosos ejemplares. Libros que por supuesto pretendía sacar sin pagar. Era aquel sujeto un ladrón de cuello blanco que, recubierto con manto de camaleón, se confundía entre los honestos, aquellos que con buenas intenciones frecuentamos las librerías y las bibliotecas para ilustrarnos y, quién sabe, más adelante, regresar para comprar o desojar página por página de algún extenso libro.

Un ladrón, es un insignificante turista, evasor de las cajas registradoras. Los lectores, somos verdaderos visitantes que nos tomamos el tiempo con calma y sabemos apreciar el espacio y la magia de una librería, así no se tenga dinero.

Muchas veces, la desconfianza que reposa sobre las personas a quienes se les confía una labor, subestima el honor de seres humanos dignos. Cuando me vuelva a encontrar ante una situación de estas, tal vez sea la última ocasión en la que aproveche para regresar a estos santuarios de las ideas, sin tener que repetir el despreciable papel de sentirme como ladrón en librería.

Aunque esa no sea la intención los lectores pasamos por ladrones. O sino pregúntese: ¿Qué hace el guarda de seguridad poniendo sus ojos en todos y cada uno de los movimientos que realiza, cada vez que intenta leer el prólogo de algún libro que ha cautivado su atención? ¿No le ha pasado? ¿No lo han hecho sentir así?

Twitter: @Alonrop

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